dentro de menos de dos semanas, el 31 de enero de 2020, el Reino Unido dejará de ser miembro de la UE. Un día triste en la historia del proyecto de construcción europea iniciado hace ya más de medio siglo y una estrella menos en nuestra bandera azul por la misma libre voluntad que llevó a los británicos a pertenecer a la Unión. El mundo no se acaba aquí, pero tampoco el laberinto en que el referéndum del brexit nos sumió a todos a un lado y otro del Canal. Ahora empieza una frenética negociación de ruptura y de nuevo acuerdo entre ambas partes, que se antoja imposible en los once meses que formalmente nos quedan, pues, el límite que acepta Boris Johnson es el del 31 de diciembre del presente año. Una vez más caminamos al borde del precipicio, pero con el agravante de que ahora vamos a negociar cuestiones muy concretas que afectan a millones de personas y a cientos de miles de empresas. Llega, pues, la hora de la verdad del brexit en que se pondrá en juego la capacidad de aguante de los británicos ante los efectos negativos que claramente va a tener a corto su salida de la UE y nuestra verdadera fortaleza de unidad en torno al equipo negociador de Bruselas, dirigido por Michel Barnier.

ONCE MESES PARA UN TRABAJO INGENTE El principal problema al que nos enfrentamos es al de la ingente tarea que supone deshacer el entramado legal comunitario que hoy afecta a nuestra relación con Gran Bretaña y que en ese mismo periodo debemos llegar a un acuerdo para el establecimiento de un nuevo Tratado de relación bilateral. Todo en once meses, que realmente son escasos ocho, porque mínimo tres se consumirían en redacción y paso por los servicios jurídicos de Londres, Bruselas y los 27 Estados miembros. Cualquiera utilización del sentido común, nos lleva a la conclusión de que la tarea va a resultar imposible. Seguramente sabedor de ello y partidario de una salida brusca, el premier Boris Johnson, se ha apresurado a aprobar en la Cámara de los Comunes, una ley avalada por sus mayoría absoluta, que impide que se prorrogue el periodo negociador que expira el 31 de diciembre. Su jugada es obvia: el acuerdo de salida pactado en octubre con la UE le es muy desfavorable, por lo que prefiere dar una patada en la mesa y tirar todas las fichas para empezar a negociar desde el caos. Postura muy arriesgada para los británicos, pero seamos sinceros, también terrible para los Estados de la Unión.

LA PRUEBA DE LA UNIDAD EUROPEA Hasta aquí la UE ha aguantado sin una sola fisura su unánime postura de negociación con líneas rojas insalvables en la defensa de los derechos de los ciudadanos y de las empresas europeas. El Consejo, la Comisión y el Parlamento Europeo han sido piña para apoyar las posiciones de Barnier. Pero ahora vamos a hablar de las cosas de comer, es decir, de empresas que tienen capital común en ambos lados, de ciudadanos que residen en el Reino Unido y países europeos o de los intereses comerciales de cuotas de mercado de exportación e importación, por no hablar de la participación británica en proyectos estratégicos de la UE, como el del satélite Galileo, garante de las telecomunicaciones en el continente. Solo como ejemplo, en el caso de España van a estar encima de la mesa, además de la manida cuestión territorial de Gibraltar, los residentes españoles que trabajan en Gran Bretaña y los miles de británicos que viven su jubilación plácidamente en las cálidas costas españolas. La compañía aérea Iberia, se verá partida en dos, sin tener claro dónde quedará su centro de decisiones o el Santander, Iberdrola o Ferrovial, tendrán que emplear legislaciones diversas en sus negocios en las islas. Multipliquen ustedes estos factores por 27 Estados miembros y tendrán la magnitud del problema al que nos enfrentamos.

LAS CONSECUENCIAS INTERNAS Y EXTERNAS Lo que está en juego es la imagen de la Unión Europea interna y externamente. Si no somos capaces de mantener la unidad en la negociación y cada uno empieza la guerra por su cuenta, el Reino Unido se abonará a la teoría de a río revuelto ganancia de pescadores, pero además quedará la sensación entre todos los socios comunitarios, de que salirse de la UE es gratis o tiene un coste muy bajo, con el riesgo consiguiente de que cualquiera que no esté a gusto pida la salida. Y el mundo va a estar muy pendiente de lo que podamos hacer, en un escenario internacional en el que batallamos por tener una voz más fuerte en materia de tanta trascendencia como la transición ecológica, la digitalización o la seguridad integral. Si nos rompemos en la negociación del brexit, difícilmente sobrevivirá la UE y el euro caerá en picado poniendo en riesgo la calidad y el bienestar de vida de nuestros ciudadanos, algo que ningún gobierno va a soportar. Eso lo sabe Boris Johnson, como lo saben Trump, Putin o Xi Jinping. Ninguno es ajeno a que estamos ante la hora más crítica de Europa desde el final de la II Guerra Mundial. Lo que no sé es si los europeos y sus dirigentes somos conscientes de lo que nos jugamos y si estaremos a la altura de esta crucial circunstancia.