- Pedro Vallín trabaja en La Vanguardia. Cree que una de las vertientes ocultas de esta pandemia será la cultura ideológica que se dibuje pasado el primer impacto, ante una sociedad ya de por sí marcada por la incertidumbre desde el año 2008.

¿Cuál es su diagnóstico de la situación?

-Si miras las curvas de España, de Francia, de Italia son tremendamente parecidas, y sin embargo, son gobiernos distintos, que han ido graduando las medidas de forma diferente. Es verdad que todos lo haremos mejor que Italia, porque es el paciente cero por así decirlo, pero tengo la sensación de que independientemente de que se puedan tomar decisiones que funcionen mejor que otras, hay un margen relativo de actuación. Que va a haber una horquilla de muertos que tendrá que ver con decisiones aguas arriba, no con decisiones que se tomen ahora. Es decir, con qué tipo de dotaciones sanitarias tienes.

La cuestión política al fin y al cabo.

-Los grandes acontecimientos, las contingencias inesperadas de gran alcance, como es el caso, modifican el paradigma político. Europa y Occidente en general viven un momento de transición, en el que está llegando a su fin el paradigma que nace de la Segunda Guerra Muundial, y está por ver cuál es el nuevo. Esta crisis llega en un momento en el que la política institucional está extraordinariamente debilitada y desacreditada, y esto va a provocar una resolución de esa crisis en un sentido o en otro.

¿En concreto?

-Podemos derivar a sistemas más autoritarios, que es una tensión que ya existía previamente a este brote epidémico, o puede ocurrir lo contrario, que la institucionalidad democrática, como mecanismo de protección de los ciudadanos salga rearmada. Y esta es la parte en la que creo que la incógnita está por resolver. Así como uno más o menos puede hacerse para bien o para mal una idea de cómo vamos a salir del proceso en lo económico y en lo sanitario, en la cuestión política es donde creo que se está jugando la partida importante. En qué medida la población se sentirá acogida y protegida, y que esas institciones deslegitimidadas son un mecanismo de protección útil. Esto afecta a un montón de cosas, no exclusivamente al modelo de representación, sino también a algunas muy evidentes. Por ejemplo: estamos viendo cómo todo el neoliberalismo se ha replegado detrás del Estado. y de repente, los grandes gurús del neoliberalismo aparecen por doquier convertidos en jacobinos.

Ya pasó hace una década, en el inicio de la crisis económica.

-Pero ahí el movimiento fue de cajas exclusivamente, de vengo a cobrar, págame el desastre. Con éxito, consiguieron que se les pagara, pero creo que ahora trasciende lo meramente económico, como en una caída del caballo.

El caso es que se suceden y acumulan las crisis.

-Venimos de un periodo muy raro. Desde los ochenta hasta la quiebra de Lehman Brothers en 2008, el neoliberalismo era una hegemonía en el sentido puro. No solo porque controlaba las políticas dominantes, sino porque además era entendido por el consenso de la población como la doctrina del enriquecimiento. Todo el mundo asumía que esas políticas económicas eran garantía de prosperidad. Esto se rompe en 2008.

¿Y ahora?

-Desde entonces a hoy, el neoliberalismo ha seguido operando como hegemónico en cuanto al dictado de las políticas, pero no entre la población, y no ha habido nada que lo sustituya. Es decir, desde las escuelas de negocios o desde los grandes economistas y pensadores neoliberales no ha habido una producción intelectual nueva de un paradigma corregido para explicar por qué nos fuimos al garete en 2008, pero tampoco un nuevo discurso socialdemócrata o keynesiano. Desde entonces estamos sin una hegemonía clara en el discurso. Esto se explica bien en el Gobierno español, donde hay socialdemócratas keynesianos, como puede ser María Jesús Montero, y militantes de la ortodoxia presupuestaria que parecen salidos del año 97, como Nadia Calviño. Creo que ese periodo tan raro que hemos vivido desde 2008 va a terminar ahora.