o primero que hay que hacer cuando se trata de analizar un fenómeno epidémico es establecer la llamada "definición de caso". Si se quisiera conocer qué pasa con los niños que tienen piojos en una ciudad, antes de nada hay que convenir qué se entiende por "niño" (edades), "niño con piojos" (manera de objetivar los parásitos), "ciudad" (espacio territorial que se va a estudiar) y, además, el tiempo en el que se hará la cata del problema. Obviamente, la definición debe ser solvente e irrevocable, no se puede cambiar en medio de un estudio. Cualquier deducción ulterior dependerá de esa definición, tras la recogida de datos y la elaboración de las tablas que los ordenan. Sin ese kilómetro cero es imposible dar ningún paso más, y mucho menos obtener alguna conclusión científica válida. Hasta aquí, disculpenme, esta pequeña lección de Barrio Sésamo. Ahora podemos comentar que para vergüenza de todos, España ni siquiera dispone hoy de una definición de caso "afectado por web

Cuarentena, en sentido estricto, son los cuarenta días que los viajeros tenían que pasar en los lazaretos (como el de Mahón o Venecia) para evidenciar que no expresaban síntomas de una enfermedad infecto-contagiosa. Pasado ese tiempo más que prudencial se les consideraba sanos y no propagadores, y podían trasladarse libremente a las ciudades. Cuarenta días se han cumplido esta semana de un confinamiento ordenado por el Gobierno -con nula apoyatura legal, por cierto- y lo único que sabemos con certeza es que cada hora de ese periodo de aislamiento es un daño añadido a la economía que nos encontraremos a la salida. Porque tras estas seis semanas no hay otra cosa que más incertidumbre y mayor desazón. No se ha aprovechado un tiempo de sacrificio para conseguir mascarillas para la población; ni para proveer de equipos de protección y tests a los profesionales de la sanidad (que ya suman oficialmente más de 35.000 infectados, sin contar a sus familiares); ni para conseguir test que permitan describir la evolución de la epidemia; ni para montar un sistema de trazabilidad mediante una app en el móvil; ni para hacer, todavía, ese estudio de seroprevalencia del que algunos estábamos hablando a principios de marzo. Tampoco para diseñar un plan técnico que ya debiera haberse hecho explícito sobre lo que llaman la desescalada, el final del confinamiento, en el que se establezcan sucesivos escenarios, plazos y niveles de responsabilidad. ¿En qué se ha aprovechado este tiempo? No hay nada, absolutamente nada, que podamos apreciar como un paso hacia adelante, un motivo para confiar en que el Estado ejerce con una mínima eficacia la principal misión que le da sentido, la protección colectiva ante las catástrofes. Entramos en cuarentena para evitar el colapso del sistema sanitario, y no salimos de ella porque quienes gobiernan ni saben cómo hacerlo, ni se fían de qué pasará después.