“En todo el mundo se está produciendo un debate sobre si hay que globalizar más o menos”, detecta Daniel Innerarity, de análisis de experiencias que parecen indicar la conveniencia de una economía cercana, y de asuntos como la producción de vacunas en los que se ha visualizado que cuanta más globalización mejor. “Lo que me parece más honesto es pensar qué nivel de gobierno es más adecuado para tratar qué tipo de riesgos”, propone este filósofo, que repasa otras claves que han asomado estos 12 durísimos e intensos últimos meses. “El comportamiento del virus y el de la gente eran muy poco previsibles”, por lo que se trataba de “meter el suficiente miedo en la población para que fuese cautelosa, sin crear un pánico completamente disfuncional y brutal para la gente”.

“Uno de los más afectados por esta crisis es el populismo”, dijo hace un año. ¿Sigue manteniéndolo?

-Yo ahora lo matizaría un poco, porque seguramente aquella expresión también tenía un poco de deseo. Pero creo que en términos generales, sí. De hecho el gran icono del populismo que es Trump ha perdido unas elecciones que no hubiera perdido sin el coronavirus.

Una derrota simbólica.

-Más simbólica que otra cosa, porque los grandes problemas para los que el populismo es una mala solución siguen ahí. Sería frívolo pensar que su desaparición aregla los problemas de los que Trump era un síntoma y no una solución.

A medida que una crisis se prolonga, da oportunidades al populismo.

-Mientras la humanidad tenga los graves problemas que tiene de desigualdad, de crisis climática, de incapacidad de integración de refugiados y migrantes; mientras estemos ante un panorama con tanta incertidumbre en relación con la digitalización y la transformación del mundo del trabajo, siempre va a seguir habiendo en la sociedad una inquietud básica, para la cual las respuestas políticas al uso que se ofrecen en el mercado político, resultan poco satisfactorias. Es muy difícil de determinar la onda expansiva de esta crisis. Si la consideramos sanitaria, podríamos poner como punto final la adquisición de una inmunidad generalizada, pero tampoco es cierto, porque a la crisis sanitaria relativa a la covid, viene asociada la relativa a todo el retraso y distracción de medios que ha tenido que producirse para atender la urgencia epidemiológica. Con lo cual va a haber una ola de cánceres más graves y de daños psicológicos y de otro tipo en las personas. Tenemos un problema grave de definición de cuándo se acaba esto. Difícil de resolver incluso si nos mantenemos en el ámbito estrictamente sanitario. No digamos ya si abordamos las consecuencias de la crisis en otros terrenos. Y todavía más si entendemos que esta crisis es parte de un conjunto de crisis relacionadas entre sí de una manera todavía difícil de identificar, por ejemplo acerca de la relación con la crisis climática. Evidentemente hay conexiones que tenemos que estudiar y afrontar con inteligencia.

Hace un año dijo que el momento reclamaba “una revalorización del juicio de los expertos”. En conjunto, esto se ha dado.

-Sin duda, a mi juicio con dos matizaciones. Cuando hablamos de los expertos, hablamos en plural, no solamente de los epidemiólogos. El tipo de saberes que hay que atender para gestionar una crisis como esta, incluye también conocimientos de distinto tipo, no solamente las ciencias duras. Por ejemplo, decidir acerca del cierre de las escuelas es una decisión en la que los epidemiólogos tienen una especial autoridad. Pero hemos hecho muy bien cuando hemos oído también a los pedagogogos, o a los psicólogos o a los trabajadores sociales. Hay muchos saberes diferentes, en contraste, a veces incluso en conflicto entre ellos. La mejor opinión que podemos tener acerca de lo que está pasando no puede ser la de una única ciencia, por muy entronizada y relevante que sea en estos momentos, sino que tiene que ser compatible con la escucha de otras voces. También de personas no expertas, a pie de calle, más cerca de la gente en algunos ámbitos. El Gobierno de Navarra lo entendió desde el primer momento con la Comisión para la Transición, con voces distintas y sensores diferentes. Un factor muy novedoso e interesante para la propia gestión de la crisis.

Una epidemia no es pura matemática.

-La ciencia no es infalible, no nos debería escandalizar que los científicos no estén plenamente de acuerdo entre ellos, que haya diversas estrategias, incluso de vacunas. No podemos prescindir alegremente de las certezas que nos proporciona la ciencia, pero no debemos olvidar que la ciencia es una actividad humana y por tanto finita. Produce un saber que es siempre revisado y contestado.

Hace un año lanzó un manifiesto para que Europa adoptase medidas comunes y coordinadas.

-Para mí lo más relevante a la hora de enjuiciar su comportamiento es compararlo con la crisis anterior. El tiempo que Europa tarda en rectificar el primer ‘nacionalismo de las mascarillas’ es incomparablemente corto con la tozudez con la que en la crisis de 2008 Europa insistió en una solución que imponía a los países del sur de Europa una fórmula desdemocratizadora y tremendamente injusta, que está en el origen de muchas cosas que luego nos han sucedido. La mancomunización de los riesgos que están en la respuesta a esta crisis es incomparablmente mayor que la de hace diez años; ha habido un cierto aprendizaje.

También advertía sobre los riesgos de un mando centralizado. ¿Cómo ha visto la relación entre Gobierno central y comunidades?

-Manifiestamente mejorable. Ese momento inicial de concentración de autoridad y centralización, incluso de instrumentos tan típicos de la estatalidad como puede ser el ejército y toda la terminología bélica, a mi juicio respondía a un análisis equivocado de la situación. En parte justificable porque se trataba de concienciar a una población que no terminaba de entender lo que estaba pasando, y de que se trataba de un asunto muy grave. Pero con el paso del tiempo se ha puesto de manifiesto que un Estado con la sanidad y la educación en manos de las comunidades autónomas, no permite una gobernanza centralizada. La exageración del momento de estatalidad parecía contentar a los deseosos de una mayor centralización y atemorizar a los que veían esa posibilidad como una amenaza real. Esa centralización, temida o deseada, no se va a producir en absoluto.