uando Isabel Díaz Ayuso se rio a la cara de Ciudadanos y del pacto mal hilvanado con el PSOE convocando elecciones entre socialismo y libertad, en Unidas Podemos se apagó la luz. En una coalición apenas sostenida por 7 de los 132 diputados de la Asamblea de Madrid y sin garantías de asegurarse el 5% de los votos del 4 de mayo, nadie era capaz de encontrar un candidato sin más opción que romperse la crisma política. En medio de un generalizado estado de ánimo pusilánime, Pablo Iglesias volteó la lógica a pecho descubierto. Con su intrépido gesto de convertirse en candidato autonómico recobró el espíritu de aquella histórica reunión con IU cuando, en compañía de su entonces guardia pretoriana de Errejón y Monedero, propuso sin éxito a Alberto Garzón armar una opción de izquierdas como apuesta de futuro. Entonces fue la visión del ardor universitario y ahora lo hace agarrado al clavo ardiendo de la supervivencia. Posiblemente desalentado por la escasa rentabilidad de su vicepresidencia de Gobierno, decide jugarse su futuro con una estrategia arriesgada, sin duda. Un paso al frente que eleva la moral de su tropa y devuelve la salsa a las apuestas electorales que hasta ayer solo atendían a porfiar hasta dónde llegaría la goleada de la Juana de Arco populista.

Las autonómicas madrileñas de mayo trascienden de la Puerta del Sol. Cuando se pensaba que ya estaban en juego el diseño de una nueva derecha española, la identidad de su auténtico líder, la resistencia de la izquierda en un feudo gafado, o hasta la lista de chamuscados por la contienda a cara de perro, inesperadamente irrumpe Iglesias para acapararse de la pantalla. Con su indiscutible perfil galvaniza de un plumazo al bloque temeroso del trumpismo rampante, remodela a gusto su cuota de coalición del Gobierno, mete la duda existencial en el cuerpo de Íñigo Errejón y agranda su leyenda. Un sonoro golpe de efecto multilateral que distrae su pálido balance como vicepresidente, asediado por demasiadas disputas estériles que estaban erosionando su pedigrí y que, de paso, comprometían innecesariamente la paciencia del sanchismo.

La suerte baila las aguas al presidente. Todo le sale de cara. Le afeaban mantener a su lado a Iglesias sin otra dedicación diaria que engrasar maquiavélicamente el modelo constitucional y ahora ocupará su vacante Yolanda Díaz, una vicepresidenta con mando en plaza, dominadora de la materia y con entrada fácil entre patronal, sobre todo, y sindicatos. Y justo cuando el líder socialista había aceptado a regañadientes mantener a Gabilondo por encima de la opciones Illistas de la ministra Robles, sobre todo, y la senadora Pilar Llop, va y se le aparece el Superman de Podemos para contener el éxtasis de Ayuso.

Sin esperar al resultado final, Sánchez se desprende de un incómodo compañero de viaje, sobre todo a los ojos de Europa ahora que empiezan a poblarse los rumores sobre el correcto uso y disfrute del maná de los fondos Next Generation. Una vez con el escrutinio en la mano, la mayoría absoluta entre populares y Vox estigmatizaría durante una larga penitencia a Iglesias y lo condenaría al incómodo ostracismo de una oposición parlamentaria que deambularía cuatro años silenciada permanentemente por el divismo avasallador y mediático de Ayuso. En ese hipotético escenario, el entierro del candidato socialista apenas ocuparía un breve porque algunos hasta habían escrito hace unos días su perfil como nuevo Defensor del Pueblo. En cambio, un triunfo menos avasallador del PP, necesitado por tanto de la ultraderecha para mantenerse en el poder de un territorio tan goloso, engordaría con mucha razón el impenitente egocentrismo de Iglesias porque habría demostrado claramente que aún mantiene una reconocida capacidad tractora en las urnas.

Ahora queda la escena del diván de Errejón. Una endiablada papeleta para Más Madrid, que le llega en el momento más espinoso tras su crisis interna en el Ayuntamiento de la capital. La manzana envenenada que le ofrece su acérrimo enemigo tiene difícil digestión. En el caso de que rechace el ofrecimiento de una alianza sin prisioneros, tiene asegurada la penalización. Si acepta la unidad de acción, aquel proyecto carmenista pasará a mejor vida, casi coincidiendo con el destino de Ciudadanos. De momento, Mónica García, la teórica candidata errejonista ha elegido la senda de la cooperación para marcar un perfil que, desde luego, contribuirá a elevar la moral de un bando que se veía, y con fundada razón, al borde del naufragio.