as elecciones del martes en Madrid ponen fin a una larga y tensa campaña de ámbito regional que ha monopolizado la información política durante los dos últimos meses. Un debate agrio y polarizado que va a dejar secuelas importantes, pero que sobre todo ha acabado eclipsando otros problemas urgentes que aguardan en un exasperante impasse.

El pasado viernes el Gobierno de España envió a Bruselas el Plan de Recuperación y Resiliencia en el que detalla a qué va a destinar los 140.000 millones de fondos europeos que espera recibir en los próximos seis años. Junto con las reformas adicionales -sobre todo la fiscal, la laboral y la de pensiones- que va aplicar para garantizar la sostenibilidad de las cuentas públicas. Un documento clave para el futuro del país del que poco o nada se sabe, y que ha pasado prácticamente desapercibido.

Tampoco está claro qué va a ocurrir cuando el próximo domingo se levante el Estado de Alarma. Algunos gobiernos autonómicos han pedido un blindaje jurídico para sostener las restricciones de movilidad y el toque de queda actualmente en vigor. Su futuro queda ahora en manos de los tribunales regionales, que han ido emitiendo resoluciones en ocasiones contradictorias. No ha habido respuesta oficial más allá de un genérico "bastarán los mecanismos habituales", y no habrá más al menos hasta después de los comicios.

En España todo pasa por lo que ocurre en Madrid. Una evidencia profunda y arraigada que afecta a la economía, a la política, a la justicia, al deporte y, por supuesto, a los medios de comunicación. Es difícil encontrar en la información generalista algo que no tenga a Madrid como sujeto principal. Nos conocemos sus barrios, los nombres de sus hospitales y de sus carreteras, la calle en la que están situadas las principales instituciones políticas y económicas y, por supuesto, los problemas que sufren los madrileños. La vivienda, la fiscalidad o la contaminación solo son motivo de debate cuando afectan a los ciudadanos de la capital. Por no hablar de la nieve.

Madrid absorbe los recursos mientras impone una visión monocromática del Estado, en la que cualquier visión alternativa es denostada por radical o excluyente. Basta con imaginar la presión mediática sobre cualquier territorio que se hubiera negado a aplicar los criterios sanitarios acordados por las otras 16 comunidades autónomas.

Una realidad que se traduce en ejemplos concretos. Madrid ha superado a Catalunya como comunidad con mayor PIB del Estado. Supone el 19,3%, frente al 17% de hace 20 años. Catalunya sigue igual (19%), pero las comunidades cercanas a la capital han perdido dos puntos. No es el único ejemplo. Desde 2009 la banca ha destruido el 19% del empleo en el sector, en algunos territorios hasta el 33%. Madrid es la única comunidad donde ha crecido, todo en servicios centrales y banca digital. Y la tendencia es creciente.

Poco o nada se ha hablado de eso en la campaña electoral de Madrid, escenario de una pugna política de intereses regionales pero de cobertura nacional, y que ha dejado momentos humillantes para todo aquello que queda lejos de la capital. Un lugar más moderno y próspero que cualquier otra región, donde pagar impuestos en injusto y la libertad consiste en poder ir a misa y a los toros, y salir de copas sin ver a tu expareja. De la mano del PP, se ha vanalizado el fascismo como el lado bueno de la Historia y se han relativizado amenazas de muerte que en cualquier otro contexto hubieran monopolizado el debate durante jornadas.

El PP ha construido un relato político basado en la superioridad moral y económica de Madrid. Una suerte de nacionalismo neoliberal que puede tener éxito en las urnas, pero agranda la brecha con el resto del territorio. No ya con aquellas regiones históricamente más reacias al centralismo, sino con lugares políticamente más cercanos que empiezan a ver con preocupación el afán depredador de la capital. Y que tendrá respuestas a medio plazo si no se toman medidas para corregir una desigualdad social y territorial cada vez más evidente.

Una reflexión que interpela directamente a la izquierda, tibia en su propuesta territorial y contemplativa en la respuesta al individualismo extremo que propugna Díaz Ayuso. Pero que debe construir de forma urgente una visión de Estado más plural, abierta y descentralizada de la que ofrece la derecha. Empezando por una reforma fiscal que impida que Madrid siga siendo el paraíso fiscal de las herencias y los grandes patrimonios.

O, en su caso, habilitar una reforma de la Ley Electoral para que sean todos los ciudadanos del Estado quienes decidan el destino político de la capital. Si Madrid es España y la capitalidad es una herramienta para la extracción de riqueza, que al menos su Gobierno se rija por criterios de Estado. Y que nos dejen votar a todos.

En España todo pasa por Madrid. Un hecho profundo y arraigado que afecta a la economía, la política y, sobre todo, a la prensa nacional

La izquierda necesita una visión clara del Estado, más plural y descentralizada, que responda al modelo del PP