l PSOE andaluz elige este domingo a su candidato a la Junta en las próximas elecciones autonómicas. Todavía no hay fecha, pero la posibilidad de un adelanto, y el interés de Ferraz por precipitar un cambio en la dirección regional del partido, han propiciado unas elecciones internas que trascienden al propio PSOE andaluz. El resultado final va a ser interpretado en clave federal, y puede tener muchas implicaciones.

Por un lado está Juan Espadas, alcalde de Sevilla y candidato avalado por Ferraz, que desde hace meses busca un relevo para Susana Díaz. La expresidenta de la Junta, y rival derrotada por Pedro Sánchez en la dura batalla interna que vivió el PSOE en 2017, no es del gusto de la dirección de Madrid, que argumenta la necesidad de un relevo que saque al partido del letargo que le muestran las encuestas. Algunas rivalidades nunca se olvidan.

Y aunque la imagen renovadora y el apoyo decidido de la organización desde Madrid hacen favorito a Espadas, la cita de hoy deja margen para la sorpresa. Díaz mantiene apoyos importantes en la siempre poderosa federación socialista andaluza, y peso suficiente para plantar cara en unas primarias de difícil pronóstico. Es posible incluso que, si ninguno de los dos alcanza el 50% (hay un tercer candidato en liza) haya que acudir a una segunda vuelta.

La victoria de Espadas no solo supone un relevo en la dirección del socialismo andaluz. También implica un respaldo de las bases del PSOE a Sánchez tras el mal trago de las elecciones madrileñas y con los indultos a los presos catalanes en el centro del debate político. Un triunfo en el terreno de su principal rival -será importante el resultado de Sevilla, feudo susanista- acallará a sus críticos internos y reforzará la línea política del PSOE, incluida su política de alianzas.

Pero la operación, que hace unos meses parecía segura, tiene riesgos importantes. Todo lo que no sea una victoria clara podría servir como coartada para los críticos del secretario general en el congreso federal de octubre en Valencia. Sánchez no tendrá rival, pero puede verse obligado a revisar los equilibrios dentro del partido si internamente se siente cuestionado.

No es fácil de entender los motivos de la animadversión que Sánchez genera en la vieja guardia del partido. Hay parte de inquina personal hacia una persona que ha puesto su ambición por encima de cualquier lealtad. Sánchez rechazó la tutela de quienes lo llevaron a lo más alto del partido, y ahora se lo quieren cobrar. Hay también un recelo ante el reequilibrio del poder tradicional que se empieza a dar en el PSOE, que ha girado de los barones de la España centralista hacia la periferia plurinacional, con una visión mucho más abierta en cuanto al modelo de Estado. Pero hay ante todo un miedo evidente a cualquier paso que pueda cuestionar el statu quo. A un cambio en el orden económico, en el del modelo de Estado o en la ley que esconde los secretos oficiales en los sótanos de Interior. Nada mejor que la figura de Felipe González para entenderlo todo.

Así que las primarias andaluzas son una nueva reválida en el liderazgo de Pedro Sánchez. Un pulso soterrado entre la mayoría de la investidura y la vieja oligarquía de un partido que siempre ha sido más centrista y jacobino que socialista y federal. Y que lucha ahora contra su propia historia, empujado por una aritmética política cada vez más plural y atomizada.

El PSOE de Sánchez, hundido tras la última crisis económica, ha sabido entender el momento actual y tejer, forzado por las circunstancias, una nueva política de alianzas que puede hacer estructural un nuevo equilibrio de poder en España. Es lo que realmente da vértigo a los poderes fácticos en Madrid.

Cuestiones colaterales de unas primarias que desde el socialismo navarro se observan con especial atención. No habrá consecuencias a corto plazo porque la línea estratégica es clara y decidida. La apuesta política del PSN, que los socialistas navarros llevaron adelante pese a las muchas reticencias de la dirección federal, ha funcionado bien. Y más allá de las diferencias, algunas difíciles de digerir, el nuevo Gobierno cuenta con estabilidad. La presencia de UPN hoy en Colón es la mejor prueba de la ausencia de una alternativa real.

Pero Navarra siempre ha sido banco de pruebas y termómetro territorial. Y volverá a ser cuestión de Estado si cede el dique de contención que hoy mantiene al PSOE ligado a la izquierda parlamentaria. No sería fácil obligar al PSN a dar marcha atrás en su nueva línea política, bastante más cómoda de lo que hubieran podido pensar los propios socialistas. Y mucho menos después de haber roto el tabú de una alianza con el espacio abertzale que el socialismo navarro, y la mayor parte de su base social, asume ya con naturalidad. Pero todo se puede complicar si Sánchez sale debilitado de Sevilla ante unos rivales internos con muchas ganas de ajustar cuentas y forzar un cambio de guión, empezando por la política de alianzas. En Andalucía se decide hoy el rumbo del PSOE para los próximos dos años. Y, aunque sea de forma indirecta, puede que también el del Gobierno de Navarra.

Hay un pulso soterrado entre la mayoría de la investidura

y la vieja oligarquía del

PSOE, que siempre ha sido más jacobina que federal

La apuesta política, que el PSN ha llevado adelante en Navarra pese a las dudas de Ferraz, ha funcionado bien