lgunos analistas malévolos suelen decir que cada vez que habla Arnaldo Otegi sube el pan. Hay mucho de parcialidad en esta afirmación, pero el hecho real es que al tratarse del líder indiscutible de la izquierda abertzale, como tal está sometido a interpretación intensa por parte de los medios y del resto de formaciones políticas que con ella compiten. Sus declaraciones tras la reunión de la mesa política de EH Bildu esta semana han sido desmenuzadas en su integridad y derivadas hacia los lamentables acontecimientos vividos en numerosas localidades vascas.

A decir verdad, Otegi no lo ha tenido fácil ya que, acostumbrado a bajar al barro, se ha visto obligado a tomar postura sobre temas tan escabrosos para la formación que lidera como las algaradas nocturnas que vienen acabando en refriega con los agentes y fuego de contenedores. Ya puesto, abordó el modelo policial y la patata caliente de los ongi etorriak. Por economía de espacio y por la novedad de su análisis, prefiero centrar este comentario en la interpretación que Otegi hace del botellón y sus derivaciones en pura bronca.

Otegi, como suelen los portavoces de EH Bildu, comienza por una genérica declaración de principios: "Se han producido en este ambiente actos que son claramente antisociales, que hay que combatir y que nosotros rechazamos". Bien. La inmensa mayoría de la población, de acuerdo. Son actos antisociales que EH Bildu, rechaza. Pero resulta que los responsables de esos actos antisociales, los energúmenos que quebrantan las disposiciones establecidas para salvaguardar la salud pública en tiempo de pandemia, no tienen ninguna culpa de su desmadre porque son víctimas de un modelo de ocio neoliberal impuesto. Como si fuera nuevo eso de beberse la noche hasta el amanecer, como si no fuera qué digo neoliberal, paleoliberal, cerrar los bares y tomar la calle directamente hasta el desayuno. Cierto que los after hours nacieron y crecieron como negocio añadido a las discotecas y clubs nocturnos incorporando al ocio una forma más de hacer caja, pero que no me digan que no recurre a ellos personal supuestamente enemigo del neoliberalismo procedente de gaztetxes y herrikos dispuesto a ensanchar la noche hasta el más allá. El desparrame no conoce ideologías, y desde que se inventaron las fiestas patronales, los puentes, los fines de semana y demás oportunidades de regocijo, o sea, desde mucho antes que el liberalismo, el neoliberalismo y el socialismo, la juventud se ha abrazado a la juerga. Pagando, por supuesto, ellos, ellas o sus padres, que de ello vive también la hostelería.

No estaría de más que Otegi aclarase qué entiende por el modelo neoliberal del ocio, o si hay que contraponerlo al ochentero pedo colectivo de la juventud alegre y combativa que alborotaba nuestras calles hasta el amanecer y más allá. Según el líder independentista, es preciso cambiar el modelo de ocio aunque desconozco si ha abierto alguna consulta con sus seguidores más jóvenes para conocer si están o no dispuestos a ello. Porque no hay más que darse una vuelta por las zonas frecuentadas por sus partidarios para comprobar que el modelo de ocio al que se entregan con entusiasmo se distingue muy poco del practicado por otras tribus urbanas o rurales. A lo más, cámbiese la hamburguesa por el bocadillo y el chupito por el kalimotxo. No veo nada claro que las hordas de jóvenes que animan -es un decir- nuestras noches estén dispuestas a cambiar su modelo neoliberal de desfogarse a base de alcohol, por plácidos agrupamientos nocturnos para cambiar impresiones sobre sus lecturas, sesiones de cine-fórum o talleres de poesía, actividades instructivas todas ellas y exentas de tributo neoliberal.

No deja de ser encomiable, casi enternecedor, el alarde de piruetas semánticas y dialécticas a que se ve obligado Arnaldo Otegi para no culpar de los excesos de fin de semana y de "no fiestas" a quienes cree pueden ser sus posibles votantes. Ellos no tienen culpa de nada, la culpa es del neoliberalismo, la culpa fue del chá-chá-cha.