Gonzalo Fanjul (Oviedo, 1971) critica una política migratoria “racista”, controlada por interior, que castiga particularmente a los migrantes africanos, dentro de la línea “de puerta estrecha que afecta a todo el mundo”, paralela a la aplicación de un marco narrativo en donde la inmigración se presenta como una amenaza.

Aboga por reformar de raíz el Ministerio del Interior. ¿Por qué?

-Una revista británica se hacía la misma pregunta con respecto al Home Office, el Ministerio del Interior de allí. En el Reino Unido se ha producido una deriva bastante más radical que en España y en otros países europeos, pero es un estadío posterior de la misma inercia.

¿En qué sentido?

-Para el conjunto de los estados la cuestión fronteriza se ha convertido en el principal asunto de seguridad nacional, como una especie de saco en el que entran todas las pesadillas de la seguridad de un estado, desde el terrorismo, las drogas o la criminalidad internacional. Meten lo que llaman la inmigración ilegal en ese saco y la equiparan a cualquiera de esas cuestiones. Lo que se está haciendo en las fronteras es básicamente matar moscas a cañonazos. Para tratar de amortiguar el riesgo de que entren criminales o terroristas, se altera un sistema de movilidad humana del que dependen muchos otros intereses gruesos de la economía, que se están viendo radicalmente afectados por el poder de los ministerios de Interior. Esto es como si para luchar contra el tráfico de drogas que llega por nuestros puertos, el Ministerio del Interior impidiese el comercio de mercancías.

En este caso, con una tremenda deriva humana normalizada.

-Tenemos un Ministerio del Interior que se ha hecho con el control de la política migratoria, cuando es esencialmente económica. De cada 100 personas que vienen aquí son trabajadores, no solicitantes de asilo o refugiados. No vienen por la frontera sur, no saltan una valla o llegan en patera.

Ese dato es importante.

-Vienen por los aeropuertos y se establecen del mismo modo que centenares de miles de españoles lo hicieron y lo hacen para trabajar en otros países. Sin embargo, el Ministerio del Interior ha aplicado a esa política todo el tamiz securitario. Con un marco narrativo, una especie de ejercicio de histeria colectiva, en donde la inmigración es una amenaza, y en donde se hipertrofia las llegadas por la frontera sur y se les da una importancia absolutamente desmesurada con respecto al conjunto de los flujos. Con una imagen de hombres agresivos con intenciones sospechosas, procedentes de países desconocidos, o incluso niños convertidos en máquinas criminales bajo el apelativo de MENA.

Un ministerio con líneas concomitantes por más que cambie el color del Gobierno.

-Con una constancia sorprendente. Varían los colores políticos pero la lógica sigue siendo la misma.

¿Cómo mejorar entonces desde un punto de vista ético y político una cartera con tanta fuerza ejecutiva?

-Con los mecanismos establecidos en democracia, que deben funcionar de manera rigurosa: transparencia, control parlamentario, judicial, del Defensor del Pueblo, atención a las demandas de la sociedad civil... El problema es cuando la ley se adapta a ese ejercicio de histeria autoinducida que ha generado el Ministerio del Interior. Eso es lo que más me preocupa ahora. Que nuestro sistema legislativo, nuestras democracias, empiezan a acostumbrarse a esto. Nos hemos repetido tantas veces que la inmigración es una amenaza existencial para nuestras sociedades, que todo lo que hagamos para evitarla parece justificado. Así, la democracia se debilita, y lo que Interior hace con estos inmigrantes, mañana lo hará con otros ciudadanos que ahora se consideran protegidos. Me remito al Gobierno británico. Hay españoles en centros de detención en el Reino Unido en una situación que hace 4 años nos hubiera parecido absolutamente impensable.

“Interior ha aplicado a esa política el tamiz ‘securitario’, con un marco narrativo de histeria colectiva”