l debate sobre política general que esta semana ha celebrado el Parlamento de Navarra deja muchas lecturas posibles. La autocomplacencia del Gobierno, la rivalidad entre los partidos que lo sostienen, el catastrofismo crónico de la oposición o la apuesta por un escenario continuista a medio y largo plazo. Pero entre todas ellas hay sin embargo una conclusión principal: la estabilidad que ha vuelto a mostrar el Gabinete de Chivite.

Por mucho que se empeñara el portavoz de Navarra Suma en su dibujo de una comunidad agónica y paralizada, la realidad es que el Gobierno gobierna. Lo hará mejor o peor, pero cuenta con una mayoría sólida y podrá aguantar sin mayores dificultades lo que resta de legislatura. Es más, si no comete errores graves, es muy posible que lo haga también después de 2023.

El Debate sobre el estado de la Comunidad ha dejado además algunas pinceladas de lo que va a ser el tramo final de la legislatura. La cita ha servido para que PSN y Geroa Bai escenificaran el acercamiento en política lingüística, uno de los principales focos de tensión en el seno del Gobierno. Uxue Barkos pidió a la presidenta que garantizara que en las futuras OPE se tendrán en cuenta perfiles bilingües para determinadas plazas de atención al público. Y Chivite confirmó que será así. Queda por ver cómo se concreta ese compromiso -cuántas plazas y en qué áreas-, pero evidencia un esfuerzo por buscar puntos de encuentro en torno al euskera, y puede ayudar a sentar las bases de un acuerdo más general.

No será fácil. El asunto todavía tiene muchas aristas, y unos y otros siguen siendo reacios a ceder por miedo a perder espacio electoral. Pero si los dos principales socios de Gobierno logran superan el escollo de la política lingüística y asumen definitivamente que, más allá de la desconfianza habitual, necesitan remar en la misma dirección, ambos partidos pueden salir reforzados de la colaboración institucional en lo que resta de legislatura.

El debate muestra igualmente que Podemos e Izquierda-Ezkerra se encaminan hacia una confluencia que a estas alturas ya parece inevitable. Y confirma a EH Bildu como socio preferente también para el futuro. La apuesta de la formación abertzale por "consolidar un espacio de izquierdas y progresista" es clara, y el acuerdo presupuestario anunciado ayer es el último ejemplo.

Pese a las diferencias subrayadas en el debate en ámbitos como la política lingüística o la política fiscal, en la izquierda abertzale se ha vuelto a imponer el pragmatismo, incluso en cuestiones que hasta hace poco hubieran sido innegociables. Una vía que exige cesiones importantes, pero que le permite participar de forma activa en la gobernabilidad de Navarra y, más importante aún, normalizar una política de alianzas que puede inclinar la balanza de forma definitiva hacia el lado progresista.

El Gobierno sale así reforzado del debate y con motivos para el optimismo. Pero también con "nubarrones" en el horizonte que no debería subestimar. Algunos los reconoció el jueves la propia presidenta. Es el caso de la atención primaria y de las listas de espera, dos problemas que requieren de una respuesta urgente y eficaz. También la inflación y la escasez de materias primas, que pueden complicar la recuperación económica y lastrar un presupuesto cargado de promesas, algunas dudosamente responsables, como la rebaja de impuestos en periodo electoral.

Un escenario que pese a todo el Gobierno afronta con la aprobación de los presupuestos garantizada y con un 2022 dotado de fondos europeos que le aportarán un importante margen de maniobra. Serán los séptimos presupuestos consecutivos, prueba irrefutable de la estabilidad institucional con la que cuenta Navarra desde que UPN dejó el poder. Y de que, hoy por hoy, solo es posible desde una mayoría plural y progresista.

Es el dilema al que se enfrenta la derecha regionalista, que definitivamente ha centrado toda su estrategia política en la denuncia de los acuerdos con la izquierda abertzale. Una apuesta por desmovilizar y atraer a votantes socialistas desencantados que no está claro que vaya a tener éxito -las bases del PSN acaban de cerrar filas con su dirección-, pero que incluso en el caso de que lo haga, dibuja un escenario de difícil gobernabilidad. Porque ni la derecha parece estar en condiciones de alcanzar una mayoría absoluta que no ha logrado nunca, ni los puentes rotos con el socialismo van a facilitar una mínima estabilidad a un posible Gobierno liderado por Esparza.

Le guste o no a UPN, la realidad política y social que le garantizó el poder durante 20 años ya no existe, y aferrarse a ella no va a solventar el problema de fondo. La Navarra real está hoy mucho más cerca del discurso propositivo de la mayoría parlamentaria que del aislamiento en el que se ha instalado el principal grupo de la oposición. Una renuncia a cualquier influencia institucional que, como se ha vuelto a ver esta semana, resulta tan firme y contundente como ineficaz.

El pacto presupuestario exige cesiones importantes a EH Bildu, pero supone un paso más para consolidar las alianzas del lado progresista

La renuncia de Navarra Suma a cualquier influencia institucional resulta tan contundente como ineficaz