engo un amigo que vivió una experiencia que a nadie le gustaría experimentar. Volvía en un vuelo desde Estados Unidos y cuando llevaban un par de horas de viaje sobre el océano falló el sistema de motores. El avión empezó a perder altura lentamente y no se podía recuperar potencia. El comandante tuvo que hacer un cálculo rápido. Pensó cuánto tiempo de descenso tendría disponible como para cubrir una determinada distancia, y si ésta le permitiría llegar a algún aeropuerto. En efecto, viró el rumbo y se dirigió, angustiosamente, a un punto en el que supuso podría aterrizar. Cualquier cambio en la meteorología, un viento inesperado, mermaría el avance y conduciría al desastre. Lo consiguió, prueba de lo cual es que mi amigo me lo pudo contar. Añadió al relato el detalle de que mientras se producía ese agónico descenso la tripulación decidió agasajar a los pasajeros con todo lo que había en el bar, especialmente los licores que tienen reservados para la clase business. Susto tremendo, final feliz.

Pienso si no estará Sánchez en una tesitura similar elucubrando sobre la conveniencia de adelantar elecciones o situarlas en el último momento de la legislatura, bien entrado el invierno de 2023. Tengo dicho en esta columna que soy muy malo haciendo pronósticos, y no lo pretendo. Pero sí es posible seccionar los componentes de una eventual decisión. Alguien estará cavilando lo mismo en este momento: arriesgarlo todo a un futuro impredecible, lo que pasé de aquí a dos años, o intentar una maniobra para salvar al avión y sus ocupantes. Esta semana, dos de los mayores cantamañanas que ha alumbrado la política contemporánea, Pablo Iglesias e Iván Redondo, tal para cual, deslizaban la conveniencia de ir a elecciones en 2022. Al dirigente en la sombra de Podemos le parecía lógico que Sánchez entendiera como más relevantes las amenazas políticas que se ciernen sobre él que la esperanza de una recuperación en los próximos meses. El anterior asesor del presidente -no dejo de asombrarme de que a este pretencioso vendedor de crecepelo le estuviera chupando el culo media España hace solo seis meses- opinaba en un artículo pésimamente escrito algo parecido. Sánchez tiene un grave problema político y un no menos grave problema económico. Lo primero se denomina desafección. La gente está bastante harta de él, dígase sin cataplasmas. Se le ha visto mentiroso, sobradito, neroncete y vacuo. La desafección es palabra que en política significa que lo que se pierde no se vuelve a recuperar. Es el motor gripado, hay que cambiarlo entero. El viernes hablaba de que el confinamiento del año pasado se hizo "con perspectiva de género". Cada vez que suelta una de esas muletillas -"ecosostenible", "inclusivo" y "resiliente" son de la misma familia- se anuda algo más la soga al cuello. La gente ha pasado de estar preocupada a estar bastante puteada, y percibe que el discurso político evoluciona por su cuenta sin tener presente los problemas reales de una sociedad. Da igual lo que digan las encuestas. El PSOE de Pedro hace agua y es imposible taponar la vía, mes tras mes las cosas empeoran. Tampoco hay en el escenario económico un solo síntoma de que algo vaya a mejorar. Lo principal es el zarpazo de la subida de los precios, que todos comprobamos a cada hora; una sensación que buena parte de la sociedad no ha experimentado nunca y que tiene una alta traslación a la política, porque atenaza todas las actividades civiles. Tarde o temprano llegará el momento en el que el BCE comience a cerrar el grifo del crédito ilimitado y gratuito que se ha estado empleando durante estos dos últimos años, y emergerá una situación crítica, aún más, para nuestra economía. Los fondos europeos son una bolsita de cacahuetes en comparación con los más de 300.000 millones de euros que el BCE tiene apuntados como deuda hispana. Esa fiesta termina pronto.

Hasta aquí lo racional. Cualquier tiempo venidero será peor para Sánchez y su cártel. Irracional es, en cambio, su infinita soberbia, la del "Manual de Resistencia", la que le hace pensar que cualquier día en la Moncloa es una victoria y que podrá cruzar el océano y llegar a su destino con éxito porque él lo vale. En lo que se parece al comandante de aquel avión es en que entretiene al pasaje a base de dádivas. Ya se verá si el vuelo acaba en desastre o encuentra manera de evitarlo.

Sánchez tiene un grave problema político y un no menos grave problema económico. Lo primero se denomina desafección

Da igual lo que digan las encuestas. El PSOE de Pedro hace agua y es imposible taponar la vía, mes tras mes las cosas empeoran