finales de 2019, cuando por Wuhan se dispersaba el virus del que todavía no habíamos tenido noticia en occidente, Netflix ofreció una serie documental llamada Pandemic, en la que se hablaba de la eventualidad de una futura y letal epidemia de alcance mundial. La relacionaba con una variante nueva de la gripe, que parecía ser el patógeno candidato en todas las quinielas si sufría una mutación mayor, algo que estadísticamente ocurre cada cierto tiempo. En uno de los capítulos se hablaba de los antivacunas norteamericanos, y se mostraba a una familia que vivía en el campo, padre, madre y seis hijos, instalados en la creencia de que que las defensas inmunológicas mejoraban si bebían leche cruda, comían de vez en cuando un buen trozo de placenta, y nunca jamás se exponían a vacunas de ningún tipo. Huelga comentar que todos llevaban el pelo despeinado, se vestían con túnicas de colores, se abastecían de su propia huerta, y rememoraban en todo al movimiento hippie de los años sesenta. En realidad, este tipo de gente es más bien una caricatura de los antivacunas, una manera tópica y hasta folclórica de presentarlos. Por aquí cerca son otra cosa.

Poco se ha estudiado a fondo el fenómeno, y no queda más remedio que hablar de lo que se ve en el entorno. El Instituto de Salud Carlos III incorporó algunas preguntas al respecto en su último estudio Cosmo-Spain, una encuesta que se hace con metodología idéntica en la mayoría de los países europeos. En España, el principal motivo de las personas que deciden no inmunizarse contra la Covid, citado por el 72 % de ellas, es que "las vacunas se han desarrollado muy rápido, no son seguras o están en una fase experimental". El segundo motivo, esgrimido por casi un 50%, es que "son malas para la salud y me preocupan sus efectos secundarios". También se menciona que "las vacunas son un negocio" y que "estoy sano y no necesito vacunarme". Más allá de las justificaciones formales, los que se oponen activamente a la inmunización son objetivamente unos insensatos, aunque con un nivel distinto de responsabilidad en su propia incuria. Probablemente, los peores no sean los que por mera ignorancia intelectual son incapaces de entender en qué consiste una vacuna y qué procesos sigue hasta ser autorizada, sino quienes precisamente porque lo entienden se consideran dotados de una clarividencia propia de las élites, que pretendidamente les eleva por encima de los demás, de la chusma. No son los más ignorantes los que se oponen más fervientemente a la vacunación, sino tal vez quienes se consideran destinados a sobresalir del conjunto social, los más engreídos. Gente con posibles, de formación excelente, que han desarrollado un apriorismo fruto del clasismo con el que entienden las relaciones sociales, en detrimento de un análisis sensato que indudablemente estaría a su alcance. En sus antípodas, aunque compartiendo la misma torpe consecuencia, se encuentran los que son incapaces de percatarse del riesgo pandémico y del beneficio que se obtiene consiguiendo la protección inmunitaria. Son aquellos que montaron la cola para vacunarse el día que se decidió que el certificado era necesario para entrar en un bar, prueba de que les importaba más sus horas de alterne que protegerse y proteger a los demás de una desgracia. Un subgrupo de estos son aquellos que muestran incapacidad para aceptar que lo del Covid es una ruleta rusa, que te puede tocar y que aún es imposible saber quién tiene más números para acabar en una UCI o un féretro, porque a priori a cualquiera le puede ocurrir. La tipología de los que afirman que las vacunas no son seguras es la que coincide con una mentalidad de ingredientes ridículos, la de los que aunque sean incapaces de leer una tabla estadística, saben mejor que los expertos de las agencias reguladoras si un producto farmacéutico ha cumplido con unos requisitos técnicos tan estrictos como los que se usan para validar la eficacia y la seguridad de las vacunas, como se ha hecho con todas las que están en uso en Europa. Finalmente, aquellos que dicen que desconfían porque "son un negocio" tampoco demuestran ser los más listos, sino necios contemporáneos. Gracias a que son un negocio, hay vacunas. Como existen automóviles porque hay una industria detrás, o nos vestimos con ropa y no con hojas de parra porque también vender textiles es negocio, el mismo modelo económico que ha hecho posible que utilicemos un teléfono móvil o nos conectemos a la red. Ciertamente, pocas veces un asunto como este el de las vacunas ha traído tantas oportunidades para comprobar en qué tipos de gente impera la memez, tan distintos y tan parecidos.

Los que se oponen activamente a la inmunización son objetivamente unos insensatos, aunque con un nivel distinto de responsabilidad