pamplona - Miguel Olagüe Roncal declaró el pasado martes en el juicio que afronta por la mayor estafa piramidal de Navarra que sus inversores eran en ocasiones un tanto palizas, que se le ponían a contar sus historias cuando cada trimestre se reunían con él para recibir las liquidaciones de los intereses al 8% de las inversiones que realizaban, supuestamente en alquileres de oficinas del centro de Madrid. Debían ser fechas de un trajín inmenso, pues Olagüe ya dijo que le visitaban cada cuarto de hora y que, en ocasiones, no podían ni levantarse de la silla. “Bien contentos venían a por su dinero”. Ayer, una de las principales afectadas, ratificó que en esos días de marzo, junio, octubre y diciembre cuando entregaba el dinero en metálico, la oficina era un ir y venir de inversores que se fiaron de la palabra de Olagüe. “Entrábamos nosotros y ya había otros esperando en la puerta. Y a todos nos decía lo mismo, que sus hijas estaban al corriente de todo y que tenía una póliza de seguro con Mapfre que respondería en el caso de que hubiera algún problema”. Estas son las principales discrepancias en el juicio, conocer el alcance de la responsabilidad de las hijas y saber si la aseguradora cobraba una actividad al margen de la legalidad como la que ejecutaba Olagüe con sus inversiones, que al menos desde 2003 eran falsas de punta a cabo.

En la tercera sesión del juicio, en la que se ilustraron las diferencias entre las cantidades económicas reclamadas por los afectados y las que Miguel Olagüe reconoce como perjuicio causado (la Fiscalía y las acusaciones lo cifran en 12 millones de euros mientras el acusado solo reconoce parte y lo fija en 2,3 millones), declararon una veintena de afectados de la zona de Ultzama y Leitzaldea, muchos de ellos con lazos familiares entre sí, de los 48 que están personados en la causa. Según recalcaron varios de los inversores, el propio Olagüe puso como garantía del negocio a sus hijas y a una póliza de seguros que tenía con Mapfre “de tres o cuatro millones que -según Olagüe- lo cubría todo con creces”, según testificó una de las víctimas. Algunos de los estafados aseguraron también que “ellas lo sabían todo sobre el negocio” e, incluso, una de las víctimas recordó que cuando empezaron los problemas y dejaron de recibir los intereses “hablé con una de ellas y todo lo que me dijo eran excusas de que se iba a solucionar”. La Fiscalía trató de que los inversores aclararan cuál era el papel de las hijas de Olagüe, a las que pide cinco años de cárcel, en el supuesto negocio pero ninguno de los afectados pudo acreditar que alguna de ellas entregara dinero o ejerciera de portavoz sobre las inversiones que se hacían en Madrid. Ellas declararon que no sabían nada de que su padre les engañaba. Las manifestaciones de los testigos sí que atribuyeron a las hijas una participación más relevante en el negocio, puesto que dijeron que participaban en reuniones y que entregaban habitualmente documentos de entrega de dinero que luego su padre firmaba. Ellas decían que las firmas eran solo puntuales, cuando sus padre se encontraba de vacaciones.

Varios de los afectados explicaron que el negocio se alimentaba del alquiler de oficinas, cuyos arriendos generaban los intereses. Uno de los testigos habló de tres edificios de oficinas en la calle Serrano, el paseo de la Castellana o la Torre Europa de la capital del país. Una de las víctimas de la estafa piramidal testificó que la única relación que conocía con Madrid era “un tal Manrique del que Miguel hablaba todo el rato (para cuando esta inversora invirtió su dinero en 2007, Olagüe ya había perdido la pista al tal Manrique en 2003). Entonces, ella exigió que tuvieran la oportunidad de conocer al inversor en Madrid “para saber de quién hablábamos. Miguel siempre me dijo que eso no podía ser, pero a cambio me presentó dos o tres balances de empresas que supuestamente gestionaban y yo no podía pensar que eso no era cierto”.