En uno de los balcones de un primer piso de la calle Tejería un loro blanco cotorrea en su jaula de metro y medio de alto, 50 centímetros de ancho y 25 de largo. Al otro lado de la pared, Mohamed Failali, su mujer Hanan y sus tres hijas -Jasmin, Juri y Lamar- viven hacinados en una habitación que no alcanza los 10 metros cuadrados. El loro da vueltas por su jaula mientras repite alguna palabra que oye por la calle. Asomado a la ventana de al lado, Mohamed observa al pájaro y recuerda cuando ocho años atrás, durante su primera estancia en Pamplona, se lo regaló al propietario de la vivienda. Llama la atención la holgura con la que se mueve el loro y los problemas que tiene esta familia para permanecer los cinco de pie. “El loro ha corrido mejor suerte que nosotros”, comenta Mohamed entre risas de resignación, sentado en su cama de matrimonio (aunque sea individual), que ocupa gran parte de la habitación.

Allí no cabe un alfiler. Dos estanterías y un armario pequeños albergan toda la ropa y los utensilios típicos del hogar y el resto del habitáculo lo ocupan dos cunas y dos colchones. La humedad se palpa en el ambiente, cargado, y también se deja ver en corronchos oscuros que aparecen por las cuatro paredes. “Todas las semanas lo limpiamos pero hay mucha humedad y vuelven a aparecer”, señala. El radiador que hay en una esquina no funciona, por lo que en invierno pasan frío y, en verano, duermen con la ventana abierta porque el calor de cinco personas juntas es insoportable.

Por si fuera poco, la habitación -por la que pagan 250 euros al mes (llegando a 300 con la factura de luz y agua)- es de un piso que comparten con cuatro personas más. Mohamed explica lo complicado que es compartir un solo baño entre nueve personas. “Muchas veces las niñas pequeñas se mean y si está ocupado hay que esperar. Cuando no aguantan, se lo hacen encima”. También la cocina es otra de las zonas comunes que comparten con el resto de inquilinos de la vivienda, lo que les impide cocinar cuando quieren o cuando sus hijas tienen hambre.

traslado por su hija La historia de Mohamed (41 años), Hanan (33), Jasmin (10), Juri (3) y Lamar (1) es la misma que la de millones de personas que a lo largo de la historia han migrado de sus países de origen en busca de una vida mejor. “Yo salí de Tánger (Marruecos) en 2002, y vine a Pamplona porque tenía aquí a unos amigos. Estuve diez años trabajando en diferentes sectores como la vigilancia, la construcción, la limpieza... pero con la llegada de la crisis me quedé sin empleo y tuve que volver”, explica.

Sin embargo, hace tres años nació su hija mediana, Juri, con raquitismo, una enfermedad propia de la infancia producida por la falta de calcio y fósforo y que se caracteriza por deformaciones de los huesos que se doblan con facilidad. “Cuando era un bebé nos dimos cuenta de que las piernas se le arqueaban y nos dijeron que había que aplicarle un tratamiento para controlar la enfermedad, así que decidimos venir a Pamplona”, relata Mohamed.

En 2017 viajaron a la capital navarra los cinco integrantes de la familia y lo único que consiguieron para vivir fue el cuarto en el que habitan desde entonces. “Todos los días busco casas, pero no hay manera. Los precios son muy caros y cuando encuentro algo en torno a 500 euros no nos lo quieren alquilar. No sé si por mi raza o por qué, pero veo que hay mucha discriminación en el tema del alquiler”, señala Mohamed, que en diciembre acudió a pedir ayuda para vivienda social al Gobierno de Navarra, que a día de hoy se encuentra tramitando su situación. “Son más de tres meses y mientras tanto nosotros seguimos viviendo aquí, y es muy difícil”, comenta.

Además del espacio físico, vivir cinco personas en una habitación acarrea una serie de problemas de convivencia que evitan que esta familia goce de una buena calidad de vida. Juri tiene que tomar un medicamento cada seis horas y por las noches, cuando Mohamed y Hanan la despiertan, se pone a llorar. “Los llantos siempre despiertan a Jasmin, la hermana mayor, y luego le cuesta mucho levantarse para ir al colegio”. A sus 10 años, Jasmin acude al centro público Vázquez de Mella, que se encuentra a unos 600 metros de la habitación en la que vive con su familia, un espacio nada propicio para poder estudiar. “Aquí no tiene casi sitio para hacer la tarea o estudiar, sus hermanas pequeñas le molestan y le han roto muchos de sus libros”, comenta Mohamed, que añade que Jasmin ya se empieza a hacer preguntas: “Me dice que a ver por qué no tenemos una casa normal como el resto de la gente, y no sé que decirle”.

En desempleo Desde que llegaron, Mohamed no ha podido encontrar trabajo. La situación actual no es como cuando estuvo la primera vez y tras la crisis el acceso a un empleo es mucho más complicado. A pesar de ello, no se rinde y este curso empezó a estudiar la ESO en el instituto para personas adultas Félix Urabayen. “Yo soy licenciado en Derecho Público, pero necesito mejorar el castellano para que me puedan convalidar el título”, señala.

Mientras tanto, están cobrando la renta garantizada, una ayuda sin la cual “no habríamos podido salir adelante”, reconoce. En total, cobran 1.100 euros al mes para toda la familia, una cuantía con la que subsisten pero con la que llegan muy apurados a fin de mes. “Los botes de fósforo que necesita Juri cuestan más de 20 euros cada uno y duran cuatro días. Se nos va mucho dinero en medicamentos”, apunta.

Por suerte, han conseguido que diferentes plataformas y asociaciones les echen una mano para salir adelante. Así, el París 365 les proporciona los alimentos que luego ellos cocinan en casa; también asociaciones y plataformas del Casco Viejo se han solidarizado con la situación de esta familia de Tánger, así como el trabajador social del barrio.

encantados con pamplona Su situación es bastante insostenible y el agotamiento de más de un año sobreviviendo en ese cuarto de la calle Tejería va pesando sobre los hombros de Mohamed y Hanan, y cada vez más sobre sus hijas. Sin embargo, regresar a Marruecos es una opción que ni se les pasa por la cabeza: “Ni queremos, ni podemos volver, sobre todo por Juri. Tiene tres especialistas diferentes para tratar su enfermedad y toma muchos medicamentos, en Tánger no podría ser atendida como aquí”, señala Mohamed.

Además, en cuanto al trato y a la acogida que han tenido en Pamplona desde que llegaron, la familia se muestra “encantada” de vivir en la capital navarra. “Estamos muy contentos con la ciudad y con su gente. Estamos viviendo una mala situación y sí que hemos vivido discriminación en el sector de la vivienda, pero en lo demás nos han acogido siempre muy bien. Es una ciudad maravillosa”, recalca.

La habitación. En la habitación en la que viven prácticamente no tienen espacio para permanecer los cinco miembros de la familia de pie. Dos camas y dos cunas ocupan la gran mayoría del habitáculo y hace muy difícil la vida diaria.

Zonas comunes. Mohamed y su familia comparten piso con otras dos familias. Cada una tiene sus habitaciones, pero los baños, el pasillo y la cocina son zonas comunes que tienen que compartir. Esto es un problema añadido ya que no pueden cocinar cuando tienen hambre y muchas veces el baño -compartido entre 9 personas- está ocupado y las niñas pequeñas se mean encima por no poder aguantar.