valencia - Keita era hasta 2017 el comandante más joven de la unidad militar antidroga de Guinea y un feliz padre de familia, hasta que un torbellino de corrupción, violencia, éxodo y esclavitud le hizo acabar en el Aquarius, el barco que hace ya casi un año le salvó la vida en el Mediterráneo y le trajo a España.

“Es una nueva página de mi vida. Aquí he conocido la paz, todo el mundo me cuida y me trata bien”, confiesa Keita. A punto de cumplirse un año de la operación “Esperanza Mediterráneo” que permitió al Aquarius desembarcar en el puerto de Valencia a sus 629 inmigrantes rescatados de aguas libias -tras el rechazo de Italia y Malta-, este guineano de 30 años lleva enfundadas sus manos en guantes, en pleno junio y tras terminar su jornada laboral en una empresa de obras y canalizaciones viarias.

Lo hace para proteger, sobre todo, la mano que se quemó con hierro candente cuando sobrevivía a duras penas en una cantera libia, a pesar de lo cual trabaja ahora a diario en Valencia con un martillo mecánico en un ambiente que ensalza y donde nunca ha ocultado que él vino en el Aquarius; la gente le sonríe, no ha tenido “ningún problema” y ya tiene algunos amigos.

Sin embargo, el miedo tras la epopeya que vivió al huir de su país hace dos años ha hecho mella en su carácter: “Solo confío en mi madre y mis hijas”, que se quedaron en Guinea y con quienes habla por teléfono y se escribe por Whatsapp. “Mi sueño es traerlas aquí”, confiesa.

Keita narra cómo no se dejó corromper por un poderoso narcotraficante que acabó en la cárcel tras intentar comprar su silencio, aunque salió tres meses después y le amenazó de muerte. Sin embargo, el destino quiso que fuera un amigo suyo quien muriera en su lugar y le advirtiera, antes de expirar, de que aquellas balas tenían otra diana.

Tras comprobar que sus superiores estaban también implicados en esa trama corrupta y que su sentencia de muerte estaba ya dictada, decidió huir del país; primero a Costa de Marfil, luego a Burkina Faso y a Níger, para después emprender una travesía por el desierto hasta Libia.

Allí fue vendido como esclavo y obligado a trabajar en una cantera fuertemente vigilada, de la que logró escapar seis meses después tras un minucioso plan de evasión: “Yo quería salir vivo de allí”, relata, y lo logró junto a un compañero con quien se escondió incluso en un contenedor de basura. Llegaron a Zwara, adonde Keita quería llegar por ser la única ciudad libia ajena ya a los combates civiles y en la que se sintieron, por fin, “un poco libres”, trabajando de nuevo en una cantera y con cuyo salario pagó una plaza para navegar rumbo a Europa: solo allí veía posible su urgente salvación en general y la de su mano, recién infectada por el hierro, en particular. Otros compañeros suyos no querían ir con él porque decían que ese viaje “era mortal”, y comprobó sus peores augurios al ver que aquella barcaza hacía aguas cuando estaban ya demasiado lejos de la costa como para regresar. “El viaje fue muy duro. Vi la muerte de cara, no había esperanza”, rememora para dibujar un panorama claustrofóbico donde estaban “todos desesperados”.

Pero apareció el Aquarius. Varios días después de ser rescatados, Keita desembarcaba con 628 migrantes más en Valencia en un dispositivo extraordinario de 2.300 personas entre personal sanitario y ante la mirada de 700 periodistas.- Efe