pamplona - El manto del silencio que durante décadas ha cubierto los abusos sexuales en la Iglesia se hace todavía más pesado en el caso de los colegios de monjas. En esta entrevista, dos hermanas, naturales y vecinas del Casco Viejo de Pamplona, Sagrario, de 72 años, y Asun, de 68, se atreven a ser las primeras exalumnas denunciantes de abusos en un colegio religioso exclusivo de chicas de Navarra, en este caso el de Ursulinas de Pamplona cuando estaba ubicado en la calle Navas de Tolosa.

Eran los años 60, años duros del franquismo, de represión, vara y cerrojo. Asun recuerda que visitó una exposición cultural en Madrid que tenía ciertos vínculos con Navarra y en el que se encontró con un religioso de aquí. “Allí le conté que conocía de primera mano los abusos en los colegios, porque mi familia había pasado por ello y yo lo había visto. Y el hombre salió como pudo de la conversación y no supo ni qué contestar. Entonces fue cuando pensé que tenía que hacer algo, que tenía que escribir al periódico para contar todo aquello de lo que tenía constancia”.

Para Asun, mujer de verbo batallador, “en aquel tiempo tanto el abuso como el machismo era algo absolutamente normalizado y aceptado y se manifestaba en todos los ámbitos y espacios de la sociedad: la educación, la familia... La educación que hemos tenido ha sido muy perversa. Por una parte tenías que agradar, gustar, ser atractiva, y por otro lado te tenías que guardar o cuidar del abuso que tenías que provocar”.

Sagrario, que estudió en Ursulinas desde los 5 a los 17 años, recuerda que la expulsaron del colegio por “rebelarme. La rebelión consistió en que salía con chicos. Pero, con 13 años, ya era consciente de todo lo que pasaba, de que las monjas se acostaban con las niñas, pero que no lo contó en casa porque mi padre era muy religioso y no nos iban a creer. De hecho, todavía lo cuento a día de hoy y me dicen que es mentira. Pero yo fui la que vivió eso, porque cuando tenía 11 años, había una monja que estaba enamorada de mí. Me hacía quedarme después de la clase para charlar conmigo. Yo siempre ponía la mesa de por medio, nunca le dejé acercarse un pelo porque sabía lo que pasaba. Yo ya sabía que aquello no era normal y no estaba bien. Después la mandaron a Vitoria y me siguió escribiendo cartas”, dice de aquello.

Sagrario, usted que estuvo interna en las Ursulinas, ¿cómo recuerda esa etapa en el colegio?

-Sufrí muchísimo en el colegio, no me quiero ni acordar lo que suponía para mí toda esa sumisión y toda la mentira que había detrás de su moral. También guardo muy mal recuerdo del exceso de obligación religiosa. Nos hacían confesarnos con el cura que estaba en el colegio (un sacerdote de la catedral de Pamplona que vive) y este nos hacía preguntas muy morbosas: ¿te tocas? ¿dónde?, ¿cuántas veces?, cuando te excitas, ¿cruzas las piernas o qué haces? Estoy segura de que él, mientras tanto, se tocaba en el confesionario.

Algunas de las víctimas de abusos en colegios religiosos de chicos narran que los abusadores actuaban en público. ¿Con ustedes también existía esa exposición pública o era una cuestión más íntima?

-Era tan conocido que no era nada íntimo. Había una monja que se acostaba con una niña todos los días. Una compañera nos avisaba cuando la monja entraba en la celda de esta chica y, como tenían medias paredes, unas diez compañeras y yo nos subíamos a la cama a ver lo que para nosotras era un espectáculo. Incluso recuerdo un viaje en autobús a Oviedo en el que esa misma monja estaba besándose y revolcándose con esa chica que solo tenía 16 años delante de todo el mundo.

¿Esas actitudes se repetían con otras compañeras?

-Había muchas más, en aquel momento nos referíamos a ellas como las enchufadas. También había monjas que mantenían relaciones sexuales entre ellas, pero creemos que eran legítimas porque eran adultas. Además de eso nos percatábamos de otras muchas actitudes perversas entre las niñas y las monjas de turno.

Como interna, pudo huir de alguna manera, pero una de sus hermanas no corrió la misma suerte. ¿Cuándo dio el paso de contar lo que le sucedió?

-Esa historia la tenía enterrada en lo más profundo hasta que fuimos a ver la película La mala educación, de Pedro Almodóvar. Al salir del cine nos dijo que al ver esas imágenes se había dado cuenta de que a ella le había pasado lo mismo. Hasta entonces, hará unos 15 años, no nos había contado nada porque no había relacionado lo que le había pasado con una situación de abusos.

¿Qué fue lo que le ocurrió?

-Cuando tendría 11 años nuestra hermana estaba interna en las Ursulinas y dormía en un cuarto común con otras compañeras hasta que un día la trasladaron a un cuarto en el que tan solo dormía ella junto a una compañera más mayor. Este dormitorio estaba al lado de la Enfermería y la monja enfermera, la mère Magdalena de Cristo, aprovechaba para meterse en la cama de nuestra hermana por la mañana y por la noche. Nos contaba que mientras la monja abusaba de ella no sabía cómo reaccionar, se quedaba completamente bloqueada.

¿Se repitió esa situación?

-Sí, durante el año que estuvimos internas dejaron a nuestra hermana en esa habitación.

¿Cuál fue vuestra reacción al conocer estos hechos?

-No nos sorprendió que no nos lo hubiera contado antes porque le ocurrió cuando solo era una niña y lo quiso olvidar. También hay que tener en cuenta que la gran mayoría de los niños de aquella época sufrimos abusos de algún tipo, y no era de extrañar. Cuando nos lo contó nos horrorizamos, nos dio mucha rabia y pena, pero no fue tanta sorpresa.

¿La actitud abusiva era un comportamiento exclusivo de la monja que abusó de vuestra hermana?

-No, había una impunidad total. Que sepamos por lo menos había cinco monjas que abusaban de las niñas (la mères Magdalena de Cristo, Paloma, Begoña, Laura y Amelia...).

¿Les consta que alguna de sus compañeras denunciara hechos similares? ¿Dieron ustedes el paso de contarlo?

-En el colegio no dijimos nada porque eran ellas mismas las que cometían esas atrocidades, todos lo sabían. De ahí no podías hacer más que huir, que es lo que hicimos. Yo (Sagra) lo conté cuando cumplí los 18 años. Lo dije un día en la mesa y una de mis hermanas, que después se metió a monja, me dijo que aquello que contaba era mentira. Con nuestros padres jamás lo intentamos. Nuestro padre estaba muy unido a la Iglesia, muy pillado por la religión. Incluso consultó con el cura si debía echarnos de casa.

¿Esa expulsión que sufrieron de su propia casa tiene algo que ver con una mayor actitud de rebelión?

-Sí, y con la sexualidad. A mí (Asun) me echaron de casa porque me fui con mi novio de vacaciones y entendían que íbamos a tener sexo fuera del matrimonio. Además, a los años les conté que sufrí abusos sexuales por parte de un familiar y la reacción de mi padre fue ofrecerme dinero para que no hablara. Era una educación de doble moral e hipocresía.

¿Creen que contarlo ahora es la manera de hacer justicia de alguna manera?

-Denunciar es lo mínimo que se puede hacer, aunque haya consecuencias que puedan salpicarte. Hay que hacerlo por encima de todo.