Cabría pensar que Irene de Fátima, viuda de Yanza, recibiera la noticia de la repentina muerte de su marido como lo que era, una tragedia, como un jarro de agua fría, sin embargo, la indiferencia y parsimonia en la actitud de la mujer dejó atónitos a los agentes de la Guardia Civil que le tomaron declaración una vez desapareció y al comunicarle el fallecimiento.

Durante la segunda sesión del juicio con jurado por este crimen de Tudela en 2016, los agentes enfatizaron la escasa preocupación mostrada por Irene, que no denunció la desaparición de su marido hasta dos días después de supuestamente perderle la pista, cuando el impulso habitual es interponer la denuncia con inmediatez. Así, los agentes apuntaron que Irene no iba a dar el paso de activar su búsqueda y que “lo que llevó a la mujer a presentar la denuncia, fue el ánimo que tenían los compañeros de trabajo de Yanza de buscarle”, una reacción que “no se ajusta al comportamiento normal de una persona preocupada”. Los guardias declararon, además, que los compañeros de trabajo del fallecido fueron los únicos que mostraron inquietud ante la ausencia de Yanza y realizaron preguntas y gestiones -llamaron a hospitales y comisarías- para llegar hasta él, algo que no hicieron los acusados. Después de que identificara el cadáver, tomaron declaración a la acusada, que se mostró “impasible. Estaba tan calmada que parecía que no había pasado absolutamente nada”, actitud que hizo sospechar a los agentes.

Asimismo, los peritos que analizaron los teléfonos aseguraron que durante el tiempo que Yanza estuvo “desaparecido”, ninguno de los encausados lo llamó a su móvil, a pesar de que ellos declararon ante la Guardia Civil que le llamaron múltiples veces y le escribieron mensajes. También los investigadores sacaron a relucir una serie de mensajes en los que Irene hablaba con otro hombre sobre iniciar una relación, que deseaba mudarse a Brasil y tener un hijo juntos.