pamplona - Amalia lo recuerda como don José. Era el hombre que vendía chucherías en el colegio Salesianos antes del cine que proyectaban los domingos por la tarde. Lo recuerda mostrándole un montón de jaulas con canarios que colgaban de una habitación de la primera planta del colegio, lindante con un taller. Y lo recuerda, con horror, ella subida a sus rodillas, él sentado en una silla, ha-ciendo como que le enseñaba mecanografía en una máquina de escribir. A su vez, dejaba deslizar su mano a la entrepierna y más adentro. Era en torno a 1975. Amalia tenía entre 10 y 11 años. Una amiga de Amalia lo recuerda también como don José, del que buscaban alejarse una vez que habían encontrado asiento en el cine. Por ello, se agolpaban en los sillones centrales y se alejaban de dejar hueco en los laterales para que don José no pusiera ahí su trasero. Los amigos de Amalia sitúan a ese hombre de las chuches dando clase en algún taller. Y una de sus amigas recuerda que los chavales, para asustarla, en plan broma pesada, le decían por la calle: “Don José, don José”. Sea cual fuera su identidad completa, don José existió y fue salesiano. Tenía unos 40 años y facciones gruesas. Y no fue hasta que los padres de Amalia y de otra amiga acudieron a ver a don Cándido (Villagrá), uno de los responsables del colegio por aquellas fechas, cuando don José desapareció de la escena. Los padres fueron a preguntar, ya con alguna sospecha razonada, sobre los motivos por lo que un cura entretenía a sus hijas enseñándoles pájaros a la salida del cine. A ver qué pasaba ahí, le vinieron a decir. Y el caso es que el salesiano fue trasladado, según los padres de la protagonista de esta historia, y ellas ya no volvieron más a aquel cine. Amalia tiene 55 años y esto no lo había contado. Dice que ahora le empuja a hacerlo los casos que ahora ha destapado este periódico y que se le ponen los vellos de punta. Y que una vez que le sigue dando vueltas a la misma rueda, empieza a explicarse cuestiones de su infancia y de su pubertad, sus miedos, sus dudas y sus cuestionamientos. No es fácil para esta vecina de la Barranca recordarlo.

¿Cuándo ocurrieron los hechos?

-Tenía 10 años, Era en torno a 1975. Yo vivía en la Milagrosa. Iba a Salesianos porque hacían actividades para los chavales en los días festivos. Tenías que ir al oratorio a escuchar algún sermón y después te daban un papel para el cine (o algo así). Íbamos unas cuantas amigas juntas.

¿Cómo recuerda que era aquello?

-Tengo el recuerdo de que existía una especie de tienda dentro de Salesianos en la que se vendían chuches, no sé si sería para el cine, y que ese puesto lo atendía un hombre joven, conocido como don José.

¿Él siempre trabajaba ahí?

-Yo lo que recuerdo es que cuando lo veía quería irme para otro lado. Tenía unos canarios y nos llevaba a verlos a una oficina que tenía subiendo las escaleras, al lado de unos talleres. Era un sitio por el que no pasaba mucha gente, al menos los fines de semana. También recuerdo una máquina de escribir porque me subía en su regazo para escribir. Todo era para que le cogiéramos confianza y, a su vez, era dulce, suave, empalagoso... A veces no termino de saber cómo terminaba acudiendo a esa habitación yo sola. Una vez recuerdo que me soltó el vestido en el cine para meterme mano. Aquello no me gustaba nada. Me enseñaba también a escribir a máquina y, mientras, me metía los dedos en la vagina. Recuerdo que si copiaba mal el texto, me decía que repitiera. Él estaba a lo suyo y yo me encogía.

¿Estaba a solas con ese salesiano cuando eso ocurría?

-Sí. Un día, después del cine, no volvimos todas las amigas juntas a casa. El padre de una de ellas llamó a mi casa para preguntarme si sabía dónde estaba ella. Entonces, yo recuerdo que le dije que a veces don José nos llevaba a una habitación en la que tenía canarios. No les dije nada de los abusos, puede que se lo hubieran imaginado. Entonces fueron mi padre y el de otra amiga a Salesianos a buscarla y hablaron con don Cándido, que era una autoridad de Salesianos.

¿Qué información tenían su padre y el de su amiga para acudir a hablar con ese responsable?

-Nada, lo poco que les había dicho yo. Que mi amiga no estaba y que nos llevaba a ver los canarios. No les dije nada pero algo se imaginaron. Mi madre dice que lo trasladaron a otro lugar, que ya no estaba en Salesianos. Mi padre nunca me dijo de qué hablaron, solo que se lo habían llevado. Tampoco lo hablé con ninguna amiga, éramos muy pequeñas. No suelo hablar mucho las cosas, pero me indigna cuando veo algo así, como eso que publicasteis de que víctimas de abusos en los Reparadores había ido a pedir explicaciones y les habían contestado que ellos no tenían el perfil de abusados. Eso me enfada mucho.

Lo que sufrió ¿fue una conducta continuada y repetida en el tiempo?

-Sí. Íbamos cada fin de semana. A mí no me habría tocado muchas veces pero yo creo que no era la única a la que le pasaba, cuando se llevaba a alguien ya sospechaba para qué era. Una vez lo trasladaron no volví allí, imagino que mis padres no me dejaron sabiendo lo que pasaba.

¿Cuándo es la primera vez que pudo hablar de todo esto?

-Con 10 años conté aquello de los canarios, de una manera ligera, solo hablando de que me llevaba a ver pájaros. No fue hasta hace dos o tres años cuando solté todo en una comida familiar. También aproveché para contar una historia que me había pasado con un vecino que era viudo al que le llevaba el pan y con el que también tuve otra experiencia desagradable de tipo similar.

¿Cómo se lo tomó la familia?

-Mi madre se sorprendió. Pensó que no me había pasado algo tan crudo.

¿Qué le anima a contarlo ahora?

-Si no hubiera leído nada de lo que publicáis, tal vez no os lo estaría contando, pero cuando veo cosas así, me indigno y reacciono. Hubo amigos que me dijeron que para qué iba a contar nada de todo esto, pero siento que tengo que hacerlo. Cuando eres pequeña no tienes recursos para ello, pero ahora sí porque ya no me siento en peligro. Una vez le dije a una amiga, que creía que todas las mujeres habían sufrido abusos, que es más habitual de lo que algunos piensan.

¿Cree en cierta manera que aquellos episodios de la infancia condicionaron su modo de relacionarse?

-Creo que al verlo tanto tiempo después descubro que me afectó más de lo que creía. En la etapa adolescente, ante cualquier juego con connotaciones sexuales, saltaba como una fiera. Mi padre me decía que tenía acojonados a los chavales del barrio y un sentido de la justicia exagerado. Tuve unos cuantos damnificados, a base de mordiscos y patadas. Creo que sacaba toda la rabia que podía. Mientras los demás se enamoraban, yo estaba a tortas. Por eso veo que me afectó.