El encuentro es en Yesa, en la casa nativa de Faustino Villanueva Villanueva, justo el día en el que el misionero navarro del Sagrado Corazón de Jesús asesinado en Guatemala en 1980, habría cumplido 84 años.

En la mañana luminosa de febrero, sol radiante y cielo azul envuelven la alegría de su familia al conocer que será beatificado en noviembre. El papa Francisco ha firmado el correspondiente decreto que contiene otros nombres de sacerdotes ligados a su trayectoria y que, como él, dieron su vida por los pobres de El Quiché (Guatemala: el catalán, José María Gran y el asturiano Juan Alonso Fernández y el de siete indígenas del departamento guatemalteco. Los tres casos y los de otros españoles que fueron víctimas de la guerra civil en Guatemala fueron denunciados ante la justicia de España en 2003 por la fundación Rigoberta Menchú.

"Sentimos una alegría inmensa, que no la esperábamos. Es un reconocimiento grande a su labor. Se lo merecía, lo dio todo por los pobres, hasta la vida", expresan sus hermanas, Juliana (87 años), María Jesús (82) y Mari Carmen (76) que hoy viven. Faustino era el tercero de los nueve hijos e hijas nacidos de la unión de Francisco Villanueva y Juana Villanueva. Y desde pequeño, recuerdan, quiso ser sacerdote para ayudar a los demás. " Era muy generoso y lo daba todo. Tenía debilidad por los pobres", recalcan.

El tío Faustino vive también en la memoria de sus sobrinas y sobrinos, que en la actualidad cuentan once, sobre todo en la memoria de los mayores. Y al hilo de la ilusión de las buenas noticias que han llegado de Madrid, surgen los recuerdos.

Hace cuarenta años, una llamada de teléfono inundó la casa de pena: Faustino había sido asesinado por dos sicarios de los militares guatemaltecos en su parroquia de Joyabaj, (El Quiché, al sudeste de Guatemala). Volver aquel momento hace que los ojos se empañen y asomen los pañuelos de los bolsillos. El dolor rebrota como si fuera ayer y el silencio se hace en la sala.

Mari Carmen lo tiene grabado a fuego. Despachaba en la tienda ubicada en la entrada de la casa familiar, en el número 11 de la calle Renè Petit, cuando sonó la llamada de la congregación en Madrid que relató el trágico suceso: dos jóvenes habían llegado a la casa parroquial después de cenar. Faustino les invitó a entrar y pronto sonaron dos tiros. La cocinera lo encontró abatido en el suelo. Buscó auxilio, pero era demasiado tarde.

Yesa fue un revuelo. "Vinieron las vecinas y bajaron los frailes de Leyre e hicimos misa". Darle la noticia a su madre (el padre, ya había fallecido) fue de lo más duro. "Aceptó que fuera lo que siempre quiso ser. Lo tenía claro desde pequeño", recuerdan las hermanas. También que recibió como ninguno la influencia cercana de los aires religiosos de Leyre y de Javier.

Faustino Villanueva nació un 15 de febrero de 1931, y tras cursar sus estudios primarios en Yesa, ingresó en la Escuela Apostólica Misioneros del Sagrado Corazón en Valladolid en 1943. Cinco años más tarde, hizo el noviciado, y en 1956 fue ordenado sacerdote en Logroño.

VOLUNTARIO En 1959 se fue voluntario a Guatemala. Alli comenzó una fecunda trayectoria misionera que discurrió por diferentes etapas y aldeas, e incluso llegó a Nandaime (Nicaragua) en los difíciles días del somocismo (1978-79).

El pueblo quichelense atrapó su corazón, apuntan las tres hermanas, su pobreza extrema, la necesidad, la comida escasa, el trabajo duro el calor y su dura geografía. "Sentía que alli le necesitaban. No nos contaba, mucho, incidía en la pobreza".

Faustino regresaba a Yesa cada cuatro años con un mes de vacaciones. " Lo primero que hacía era visitar a los enfermos del pueblo. ¡Cómo disfrutaba con la comida! Oficiaba misa en la parroquia, aquí tenía muy buenas relaciones, y en Guatemala le querían mucho más. Era muy especial para todos, un hombre sencillo, que no se daba importancia", resume Juliana. A su imagen, se suman las de sus sobrinos que le recuerdan alegre y divertido. Jugaba con ellos con pasión al fútbol y en los columpios. "Y se enfadaba cuando dejábamos la comida en el plato y entonces, caía alguna coca", añaden y ríen. Siempre traía algo, ponchos, tapetes, y fotografías que él mismo hacía en las que plasmaba los colores de los pueblos indígenas. Aaquella luz encandiló a su sobrino Iñaki y le encaminó hacia la fotografía. Su primera cámara se la regaló el tío Faustino. "Quédatela que ya me compraré otra".

Las sobrinas destapan la caja que guarda con mimo aquellas vivencias. Y entre las fotos se encuentran sus cartas mecanografiadas impolutas, con gran detalle, de una mente clara y ordenada que estaba en todo.

"No quería preocuparnos y sólo al final dejaba caer algo de cómo estaba empeorando la situación. Su carácter optimista le llevaba a repetir: 'No hay mal que cien años dure'.

Sin embargo, en el fondo la familia sabía que corría peligro, pero él anteponía su ayuda. " Si estás amenzado, ¿por qué vas?. ¡Qúedate!". Fue la última conversación con su cuñado Pascual Ibáñez. "¿Qué voy a hacer aquí?", respondió.

"No quería este mundo, ni colegio, ni misa. Guatemala daba sentido a su vida. Entendía que tenía que estar con los más débiles y se fue", explica María Jesús con la aquiescencia en todo momento de sus hermanas.

Aunque nunca fue fácil, con el paso del tiempo la labor religiosa y de liberación de los misioneros en la tierra oprimida, se complicó.

TERREMOTO 1976

Se multiplica el trabajo

Viejas injusticias

El 4 de febrero de 1976 el terremoto de Guatemala multiplicó el trabajo de Faustino Villanueva y de sus compañeros misioneros. Además de dejar en la calle a miles de personas, evidenció grandes y viejas injsusticias.

"Seguimos trabajando, como siempre. Yo diría que más que en otros tiempos", escribe Faustino a su familia, según relata en su obra Dieron la vida el también misionero del Sagrado Corazón Jesús L. Camblor. Faustino se salvó del terremoto y trabajó intensamente en su reconstrucción, aún a riesgo de que mermara su salud ya que contrajo el paludismo .

En junio de 1976, recuerda el citado autor, los obispos de Guatemala publicaron una importante pastoral, Unidos en la esperanza, un completo cuadro de la realidad guatemalteca del momento y el Gobierno intentó boicotearla. Aumentaron secuestros, torturas, muertes, violaciones de mujeres y quema de ranchos. "La zona estaba totalmente militarizada. La represión se fue extendiendo sobre el pueblo quichelense, y sacerdotes y religiosas, con el obispo a la cabeza, denunciaron aquellos hechos de violencia y pidieron paz y justicia. Los militares pusieron su punto de mira en ellos y fueron amenazados. No podían compartir la represión y la masacre de los campesinos.

El 11 de junio de 1980 mataron a José María Gran y Faustino escribió a casa su preocupación y temor, tal como recuerda J.L. Cambor en su publicación. "No podemos dejar a la gente abandonada, y , aún con riesgo, tenemos que seguir trabajando. Nunca habíamos vivido tiempos tan malos como los presentes". Por aquellos días, el padre Juan Alonso intuye también el peligro.

Los tres se llenaron de la pobreza de los pueblos centroamericanos y la lucha contra su opresión fue su vida y su muerte. Y por ello los tres sacerdotes y otros siete indígenas de El Quiché serán beatificados en otoño. La decisión llena a sus familias, aqui y en las tierras lejanas que amaron profundamente.

Cuarenta años después, en Yesa, ha vuelto la alegría a la casa abierta de Faustino. Hace veinte que cerraron la tienda, pero la habitan su cuñado Pascual Ibáñez (marido de su hermana Emilia) y su hija Mari Carmen. Sus hermanas Juliana y María Jesús hace décadas que se fueron a vivir a Pamplona y Mari Carmen, ya cuenta 40 en Jaca. Partió del pueblo cuando cerraron la escuela. Volver siempre es gozoso, como salir a la plaza, donde un monolito recuerda al hermano y vecino que un día partió a las misiones. Faustino Villanueva Per aspera ad astra (Hacia las estrellas a través de las dificultades).