- Domingo, 12 del mediodía, y todos los bares y terrazas vacíos por el coronavirus. Con esa imagen que marcará las próximas dos semanas, arrancó el día en Pamplona y el resto de localidades de Navarra, en el primer día de vigencia del Estado de Alerta, declarado por el Gobierno de España para frenar el avance del COVID-19. Con la entrada en funcionamiento de las nuevas medidas, las calles de la capital navarra amanecieron ayer prácticamente desiertas, con contadas personas haciendo algunas de las pocas tareas que el decreto permite hacer: comprar alimentos o productos farmacéuticos y de primera necesidad, acudir a centros sanitarios, o la atención a personas dependientes, entre otros.

Hubo también quien hizo caso omiso a las directrices y salió bien a sentarse en un banco aprovechando la mañana soleada de ayer, a andar en bici, y hacer deporte. Los cuerpos policiales tuvieron que emplearse para disuadir a todas aquellas personas que no obedecieron las normas de confinamiento, ordenando la vuelta a sus domicilios y avisando de las sanciones previstas.

En esa tesitura, y con las tiendas de alimentación cerradas, ir a comprar el pan fue una decisión común durante toda la mañana. En las panaderías, pastelerías y puntos de venta de prensa del Casco Viejo, los clientes aguardaban en fila, con una prudente distancia de al menos un metro, en el exterior e interior de los establecimientos. Los comercios pamploneses se las ingeniaron desde ayer para atender al público con el menor contacto posible, reduciendo así las posibilidades de transmisión del coronavirus.

En la icónica Casa del Libro de la calle Estafeta, Carmelo Buttini, atendía en la puerta de su establecimiento detrás de la misma mesa que utiliza durante los Sanfermines. En ella Buttini tiene dos platillos, uno para "echar" el dinero y pagar y otro para "coger" el cambio. "La gente mayor que no puede salir fácilmente me llama y me pide que les lleve a casa la prensa o el pan, y yo se las llevo encantado, eso o cualquier otra cosa", expresó Buttini tras su provisional mostrador.

En la calle Leyre, Verónica Gómez atendía su Tahona, que desde primera hora tenía cerrada su zona de cafetería impidiendo el paso. "Han venido clientes pidiendo un café para tomar aquí pero no les puedo servir nada", relataba la vendedora, señalando el cierre que había hecho con dos mesas y que la atención que proporcionaba era en todo momentos con la protección de guantes de látex.

En la pastelería Arrasate, de la calle San Antón, extremaron aún más las precauciones para evitar la extensión del virus. En su mostrador, las tres empleadas atendían detrás de una cortina de plástico, protegidas con guantes, y cobrando a través de platos para evitar el contacto con las monedas y billetes de los clientes que entraban de tres en tres y con varios metros de espacio, incluso en el exterior del local.

En la calle Navarrería, el vendedor de Taberna Leo González atendía también desde un mostrador en la puerta a una clientela, que aguardaba en fila de a uno y con un metro de separación entre cliente y cliente. "Hemos tenido momento en los que la cola llegaba hasta Mercaderes", contaba este joven vendedor en una pausa, añadiendo que durante toda la mañana había percibido una mayor presencia policial vigilando que cada cual actuara debidamente.

Las colas en el exterior de los establecimientos comerciales contrastaron con quienes aprovechaban el buen tiempo para pasear a sus mascotas. El Real Decreto permite realizar el paseo los animales entendiendo que se trata de una situación de necesidad, pero deberá hacerse de uno en uno y evitando al máximo el contacto con otras personas y durante el tiempo estrictamente necesario.

Pese al anuncio del presidente Sánchez durante la noche del sábado, ayer hubo todavía quien no se dio por aludido. En la plaza del Castillo, patrullas de la Policía Foral y Policía Municipal paraban a todas las personas que se sentaban en los bancos por simple ocio, incumpliendo lo dictado por el Gobierno central. Del centro neurálgico de Pamplona los agentes expulsaron desde personas, locales y turistas, que descansaban en los bancos, o ciclistas vestidos para algún kilómetro más que los necesarios para ir a comprar el pan. Todas estas escenas fueron observadas por multitud de vecinas y vecinos, que hicieron vida en terrazas y balcones, antes de que el cambio de tiempo y la llegada de la lluvia rompieran la mañana de los quince días (al menos) que deberá durar el confinamiento con el fin de terminar con el coronavirus.