- El paisaje de garitas junto al río Bidasoa, con sus policías españoles y franceses apostados para controlar el paso de ciudadanos entre ambos países, hace mucho tiempo que se convirtió un recuerdo en blanco y negro para los vecinos de Irun (Gipuzkoa). En el puente de Santiago, el paso urbano más céntrico y transitado, un dispositivo conjunto de Policía Nacional y Guardia Civil, todos con guantes pero no todos con mascarilla, revisa la documentación de los vehículos que se agolpan en el lado francés para cruzar la muga. El que presenta DNI español o permiso de residencia, adelante. Los franceses, vuelta.

No solo los vehículos. Un agente se ocupa de parar a los viandantes que intentan pasar por el puente. Raquel, natural de Irun y residente en Hendaia, enseña al agente su DNI español y un certificado de la farmacia irunesa en la que trabaja para justificar su desplazamiento. El policía lo revisa, le advierte de que con el carné era suficiente y la deja pasar. Mientras, muchos coches con matrícula francesa y ocupantes españoles guardan la cola, entregan la documentación y logran acceder a Irun. Los franceses despistados son obligados a hacer una maniobra sobre el puente y volver a Francia. Humbert, de unos 70 años, es francés, pero logra superar el filtro. Esgrime un documento del Ministerio español de Trabajo en el que certifica que es "pensionista" porque trabajó en España durante 30 años y necesita ir a Irun para "hacer una gestión". "A mí me dejan pasar. Y hay muchos residentes españoles en Francia, muchos que su morada la tienen en Francia y todos los días van a trabajar", comenta en un buen español.

Peor suerte la de Vitor, un portugués que no ha querido abandonar su rutina de cruzar el puente para comprar tabaco en suelo español. Desinformado, el cierre de la frontera le ha pillado desprevenido y la policía le ha obligado a dar la vuelta. "Me han dicho que no puedo pasar porque no tengo nacionalidad española, pero vivo a 500 metros de aquí, en Hendaia. Venía al estanco a comprar el tabaco, que es más barato, pero no me dejan pasar", lamenta. Un cartón de rubio americano que allí cuesta 120 euros en Behobia se puede comprar por 50. El estanco Tellechea, el que está justo pegado al más célebre aún bar Faisán -epicentro de encuentros inconfesables a lo largo de la turbia historia de la frontera-, está hoy inusualmente vacío, mientras tres dependientas provistas de guantes y mascarillas se resignan al impacto que tendrá el cierre de la frontera en el negocio.

Lo mismo les ocurre a los tres empleados del comercio La Cave, una de esas grandes tiendas de licores y alimentación que atraen a los franceses con grandes carteles de Ricard.