u familia, desde la CAV, le dice: “Ten cuidado, Mari, protégete”. Y ella lo cumple a rajatabla. Un uniforme, unas calzas, un buzo, tres pares de guantes, una mascarilla, unas gafas, una visera que le tapa toda la cara... Parapetada bajo todo eso y con la entereza que le da su experiencia profesional, Marisol Miguel, una navarra criada en Legazpia, trabaja como enfermera con pacientes infectados de coronavirus en la planta de reanimación del Hospital Felice Lotti, en la región italiana de Toscana, donde “se espera el pico a final de mes”. El miedo, si lo tiene, se lo sacude en el felpudo. “Sé que tengo riesgo de enfermar, pero cuando voy a trabajar ni siquiera lo pienso. Voy y ya está”.

Cuando regresa a su hogar, en cambio, toda precaución es poca, dado que “muchísimas enfermeras y médicos” se están contagiando. “No me siento mal, pero vivo como si fuera positiva para proteger a mi hijo, de 18 años. Sabe que no podemos estar muy cerca y él mismo me dice: Mamá, vete. Comemos en momentos diferentes, dormimos cada uno en una planta de la casa... Tampoco es una tragedia. Tragedias son otras”, sentencia esta enfermera, que tiene otro hijo, veinteañero, aislado en Madrid, donde cursa estudios. Marisol nació en Olazti y estudio Enfermería en la CUN de Pamplona.

Y si Marisol dice que tragedias son otras es porque las has ha visto a pie de cama. “En esta epidemia salvaje se ve más nuestro trabajo, pero siempre deja huella, siempre hay cosas que te impresionan, pacientes que te afectan... En este caso es la cantidad tan grande que llega. Lo que pasa es que poco a poco te acostumbras. Tienes que seguir adelante porque no tienes otra opción”, afirma. Y eso que la peor parte se la está llevando el personal sanitario de regiones como “Lombardía, donde el foco es muy importante y las enfermeras están exhaustas, destrozadas”. De hecho, circulan “muchos mensajes en los que piden a la población que se quede en casa porque es la única solución para contener la propagación del virus” y no colapsar el sistema sanitario. “Es difícil trabajar con una afluencia tan grande en poco tiempo, los equipos sanitarios se tienen que reorganizar rápidamente, hay problemas con los dispositivos de protección, se infectan muchos médicos y enfermeros, disminuyendo el personal y aumentado los turnos de trabajo...”, hace una radiografía. A la expectativa de qué sucederá en los próximos días, Marisol, que aún no ha contabilizado en su planta ningún fallecido por coronavirus, confía en no tener que “vivir la realidad que están viviendo Bérgamo o Brescia, donde no hay camas y a estos pacientes los están trasladando ya a otras provincias”.

De hecho, explica, “en Bérgamo los militares están transportando a personas fallecidas a otras provincias para incinerar porque no hay sitio. Hay un caos increíble”, asegura. No obstante, aclara que el hecho de que estén desbordados “no quiere decir que los médicos elijan a qué pacientes tratar y a quiénes no. Yo jamás he vivido una situación de ese estilo. Jamás”, enfatiza y añade que, en caso de colapso, “se coge el helicóptero y se les lleva a otro centro. Además, están intentando crear hospitales nuevos para poder asistir a todo el mundo”. Otra cosa, dice, es que “ante una afluencia masiva y la necesidad de tratamiento urgente, haya que tener criterios para ofrecer una cura más o menos invasiva, pero, por lo que sé, se trata a todos los pacientes con criterios de prioridad. Que en algún sitio de no sé dónde haya pasado algún caso, no lo sé, pero yo ese mensaje no lo daría”.

Lo que sí corrobora es el sufrimiento que provoca el aislamiento en los enfermos y sus familias. “Estos pacientes no pueden ser visitados porque si no, se propagaría la enfermedad. Nosotras vamos vestidas de esa manera por algo. Pasa que los enfermos fallecen y van directos al cementerio. No hay funeral ni nada”.

Ahora ya se va acostumbrando, pero los primeros días que Marisol se enfundó en su equipo de protección individual no fueron fáciles. “Sientes claustrofobia. Estás disfrazada de tal manera que no tienes mucha libertad de movimientos. Te aprieta y te acaba doliendo la cabeza, la mascarilla te hace daño, no te puedes rascar, ni sonarte la nariz, ni ir al baño, ni beber agua. No puedes salir de ahí para nada. Tienes que estar física y mentalmente preparada”. Para hacerlo más llevadero en su grupo de trabajo hacen turnos de cuatro horas. Llegado el caso de tener que trabajar del tirón, prevén hacer un descanso a mitad de jornada, pero eso conlleva “desvestirte y volverte a vestir otra vez”. Una operación que realizan delante de otra compañera, que “nos ayuda y vigila porque a veces sin querer igual tocas algo”.

De esa guisa, tan aparatosa como necesaria, Marisol atiende a los pacientes con coronavirus que empezaron a llegar a su centro hace tres semanas. “Si están en reanimación, están intubados. Por ahora no he tenido ningún extubado. Cuando ya no necesitan de una ventilación invasiva, pasan un día o dos aquí para ver cómo van las cosas y luego continúan en planta su recuperación con mascarilla de oxígeno”, explica.

El coronavirus parecía una amenaza exclusiva para las personas mayores o con patologías previas hasta que fue recortando edades. “Yo tengo gente intubada del 66 y del 69. Todo el mundo puede infectarse, aunque los jóvenes, en general, tienen más defensas y una sintomatología más leve”, explica. En Italia la víctima de menos edad tenía “treinta y pico años”, pero Marisol no quiere causar alarma. “Accidentes de coche también hay un montón y se muere gente joven. No tiene que ser un mensaje de miedo. Como decía una viróloga: A veces uno se cae y se tuerce el tobillo, otras se rompe la pierna y otras, la cabeza. Tienes una infección y depende del sistema inmunitario y de otras muchas cosas, que sea leve o no”, compara.

Dado que Italia nos lleva la delantera en lo que a la pandemia se refiera, Marisol augura que “el mes de abril será feo para vosotros” e insta a “mirar a los chinos, que son bastante disciplinados y siguen llevando mascarilla, pese a que ya no había contagios”. Para reforzar sus palabras, ofrece un dato esclarecedor. “Prato, una de las provincias de Toscana donde más chinos viven, es la que menos contagios tiene porque se han metido todos en casa enseguida. Tenemos que seguir su ejemplo. Hay que tener prudencia, no miedo”, resume. Al igual que pasó en Italia, “donde todavía hay algunas personas que se agrupan o chicos que juegan al fútbol”, cuando decretaron el estado de alarma “en España la gente seguía saliendo a tomar aperitivos por los bares, porque al principio es difícil de creer”, relata. “El problema de esto es que estamos luchando contra un enemigo que no se ve y parece una situación alucinante, de película. La gente puede pensar: ¿Qué problema hay? A mí no me va a pasar nada. Es difícil aceptar medidas tan drásticas porque la gente puede creer que somos unos exagerados”, dice.

A día de hoy, con cerca de 40.000 contagiados en todo el Estado y la cifra de víctimas mortales camino de las 3.000, esa duda se disipa, pero sigue siendo necesario reiterar que frenar la pandemia es cosa de todos. “Es una lucha que tenemos cada uno. Aquí no vale que lo hagan los demás y yo no. Si cada uno está en su casa, esto se para”, insiste Marisol. “Como mejor funciona el sistema inmunitario es siendo positivos y estando tranquilos. La palabra clave de todo esto es la prudencia”.

“No me siento mal, pero vivo como si fuera positiva para proteger a mi hijo, de 18 años”

“Te afecta la gran cantidad de pacientes que llegan, pero debes seguir porque no tienes otra opción”

“En Lombardia, donde el foco es muy importante, las enfermeras están exhaustas, destrozadas”

Enfermera de Reanimación