l último 7 de enero, los medios despertaban al personal a porrazo limpio. Nueva carta de militares patriotas; esta vez contestando a la ministra de Defensa era el titular de una de las informaciones de insurgente.org y El asalto al Congreso de Estados Unidos, una seria advertencia para España era el de un artículo de opinión del exteniente del Ejército de Tierra Luis Gonzalo Segura para RT, en el que su autor considera que la violenta toma de posición puesta en escena en el Capitolio es “la factura inicial de incluir a la ultraderecha, la ideología que incendió el siglo XX, en un tablero democrático trucado”.

Así pues, tras la Noche de Reyes, los medios daban cuenta de una situación enormemente complicada en Estados Unidos y… en muchos otros lugares, pues, tal y como reconoce Segura, “el problema del negocio de la broma de la ultraderecha, es que no es una broma. Y después asaltan el Congreso”. “En España, hace tiempo que lo piden a gritos”, concluye, del mismo modo que Carlos Paredes concibe su trabajo para Público publicado el viernes 8 en estos términos: “Racistas (ahora llamados supremacistas blancos), xenófobos, homófobos, y gentes de mucha Biblia, tan aficionada a las armas para que sea sencillo saltarse el primer mandamiento; esos, asaltaron la sede del poder legislativo estadounidense para impedir el cambio de gobierno”.

“Y aquí… aquí, sus semejantes políticos” no habían tardado “en compararlo con la manifestación de Rodea el Congreso”, según Paredes.

La gigantesca partida real y mediática tras el derrumbe de las libertades y los derechos se esmeraba en acabar con su enemigo y, en pleno maremoto político global, Javier Portillo publicaba en El HuffPost del día 9 Qué tiene Vox de Trump, significativo titular de otro trabajo basado en hechos reales. “El viento que conecta a Trump con Abascal se llama Steve Bannon. El asesor estadounidense, urdidor de la estrategia que llevó al magnate de la construcción al despacho oval, se reunió con los ultras españoles en 2017”, asegura Portillo, quien recuerda que, desde entonces, “los giros discursivos de Vox son un reflejo de lo que se escucha en la avenida de Pensilvania, la vía que une la mesa de Trump con el Capitolio”.

¿Es, sin embargo, conocido el alcance de dichas aberraciones en tiempos sobreinformados? Directo al corazón: El terrorismo de extrema derecha sigue sin existir para la justicia española a pesar de las advertencias internacionales es otro titular, carta de presentación que nos lleva a las puertas del artículo para Hordago de Ter García allá por el miércoles día 20. En él, se recuerda la existencia de “un informe que la Fundación Rosa Luxemburgo publicará en las próximas semanas y al que ha tenido acceso El Salto, y en el que se resalta que en ninguno de los casos estas personas han sido procesadas por terrorismo”. Y, ¿cuál es el problema?

Para empezar, el problema lo representan las tres “decenas de personas condenadas por actos violentos relacionados con la extrema derecha en los últimos 20 años, y con penas que van del año a los tres años y medio”, tal y como recordaba Ter García en dicho trabajo. Pero el viaje a ninguna parte todavía se hallaba saliendo del puerto. “Los sectores biempensantes de EEUU no quieren reconocer el monstruo de la derecha radical que existe en este país”: el sociólogo e investigador Silvio Waisbord así se manifestaba en su entrevista concedida a Natalí Schejtman para eldiario.es ese 20 de enero; y, dos días después, Rosa María Artal terminaba de unir cabos en el mismo medio: “Demócratas teóricos, henchidos de irrealidad, defienden el derecho a la libertad de expresión de los fascistas que no es tal sino el derecho a la siembra del odio y la mentira y a destruir la democracia”.

El caso es que, con tres semanas de vida, el ciudadano del 2021 ya sabe que las supuestas sociedades avanzadas del siglo XXI siguen pendientes de las bondades del Cielo y los despistes del Infierno para llegar a fin de mes en estado democrático. Y todo había comenzado tras una toma de… imposición.