En tan solo un año, la educación ha vivido una gran cantidad de vaivenes: de las clases habituales previas a la declaración del estado de alarma se pasó a la suspensión de las mismas, para optar por una enseñanza online difícil de implantar de un día para otro y sin las herramientas adecuadas.

El aprobado generalizado fue la opción escogida, la menos mala entre las posibles, pero el verano y la vuelta a la presencialidad evidenció que quedó mucho por hacer a pesar del esfuerzo de docentes y alumnado. Ahora, en el primer aniversario de la pandemia, les preguntamos a la clase de 3ºA de ESO del IES Sarriguren cómo han vivido los cambios de esta época que les ha tocado en plena adolescencia, cuando el instituto es algo más que formación educativa. De este año han aprendido otra lección.

La cuarentena

De la diversión al cansancio mental

El 14 de marzo de 2020 fue el día D. De una vida eminentemente social, estos alumnos de 14 y 15 años pasaron directamente a estar encerrados con su familia, con los que no habían estado tanto tiempo conviviendo -excluyendo su época infantil-. Esto provocó "más discusiones" con ellos, pero también "más convivencia". "Nos llevamos mejor, ha ayudado a conocernos más", admiten. El encierro contribuyó también a "ayudar más en casa, o aprender a cocinar", aunque los tres meses que terminaron siendo "se pasaron eternos".

"Al principio era divertido, sin venir al instituto, las clases por videollamada las hacíamos en pijama, pero luego ya... no aprendías nada. No entendías algo y costaba entenderlo más que de normal", reconocen. Acudir al instituto era más importante de lo que pensaban, y no solo por el conocimiento. Marca una rutina de actividad diaria que hace no caer en el sedentarismo, algo que también notaron. "Comíamos más y nos costaba dormir, porque al no hacer ejercicio ni salir no nos entraba el sueño, y nos despertábamos tarde también para que los días fuesen más cortos. Era como vivir con un jet lag eterno. Y luego nos quedábamos dormidos por las mañanas", relatan, evidenciando la complicada situación de cansancio mental que sufrieron por la falta de alternativas de ocio, que intentaban subsanar dedicando más tiempo a los videojuegos y a ver películas y series, que utilizaron para "no estar viendo todo el día" unos informativos que solo hablaban de covid.

El virus también entró en las vidas de algunos de ellos, aunque sin lamentar males mayores. Pero el temor a contagiar a sus seres queridos también estaba ahí. Cuando acabó el confinamiento, "había miedo a relacionarse y contagiar, y daba rabia porque cambiaban todas las normas", expresan. Muchos de ellos tienen familia en diferentes países, y tras el fin del confinamiento llegó el resentimiento de no poder ver a sus seres queridos por la limitación a los viajes. "Nos íbamos a ir, pero nos cancelaron los vuelos", lamentan. Los destinos eran variados: Puerto Rico, Ecuador, Marruecos, Guinea... y la única opción de verlos, una videollamada.

Vuelta al aula

Nuevas normas y un "vacío" de conocimiento

Tras un final de curso abrupto y un verano de conformismo sin hacer todo lo que deseaban, estos alumnos volvieron al instituto en septiembre. Pero todo había cambiado. Filas, distancia, termómetros, gel hidroalcóholico, las ventanas abiertas... y las mascarillas.

"Es incómodo, agobiante. Al principio te asfixiasabas tantas horas con ella, aunque ahora nos hemos acostumbrado", asienten, a la vez que celebran la llegada del buen tiempo porque durante el invierno "te congelabas". Otra de las cosas que más echan de menos son los recreos. "Son aburridos. Antes jugábamos con otros cursos, pero ahora los pasamos sentados en un banco. Al menos somos un grupo que nos llevamos todos bien, porque algunos llevamos juntos desde primaria", se conforman, esperando que les dejen jugar a fútbol próximamente y que llegue la primera excursión del año: la semana verde. "No sabemos todavía si iremos solos o con otro instituto, pero sería aburrido ir los mismos de clase. A ver si nos dejan mezclarnos", piden.

Dejando de lado el ámbito social, admiten que han empezado "a sentir ese "vacío" que hubo en segundo, en el que hubo un aprobado general que ven "bien" porque era una situación que "no era nuestra culpa". Aunque ahora lo sufren. "Hay cosas que hubiésemos dado y no dimos, por lo que tenemos que estar ahora repasando, especialmente en matemáticas. Si de normal con el verano se olvidan cosas, pues a los seis meses... no nos sonaba nada", se lamentan.

Vida social

Se sienten observados y acusados de contagios

Aunque todavía son muy jóvenes, estos alumnos muestran la madurez de pensar por sí mismos e identificar injusticias que creen que están sufriendo.

"Ahora pasa más policía por las calles. Por una parte nos sentimos controlados, y si no estamos haciendo nada malo estamos tranquilos. Pero por otra nos sentimos observados" denuncian, poniendo de ejemplo un doble rasero. "Justo habían abierto los bares y estaba todo el mundo sin mascarilla, mientras nosotros nos metíamos a las pistas a jugar a fútbol y nos echaban, aún llevando mascarilla", ejemplifican.

"Siempre culpan a los adolescentes. Muchos intentamos no contagiarnos y hacer las cosas bien, pero algunos adultos dicen que hacemos cosas que no hacemos. Por cualquier cosa nos sacan a nosotros, ponen temas para desviar la atención de la pandemia de lo que de verdad importa", manifiestan, bromeando con que ahora han elaborado métodos para cumplir con las restricciones, especialmente con el toque de queda: "Calculamos el tiempo que tardamos en llegar a casa en villavesa, en bici, sabemos si hay tráfico o no... tenemos un Google Maps adaptado para llegar a tiempo a casa".

El futuro

Lo que más echan de menos: viajar

Una de las cosas que más echan de menos estos alumnos es viajar. "Ojalá en verano podamos irnos de aquí, por ver a la familia y por cambiar de aires", añoran. "Es que vemos todos los días lo mismo, y lo único que ha cambiado es que han hecho un McDonalds... aunque está todo más jodido", afirman, refiriéndose a una crisis económica de la que no son ajenos.

"Algunos familiares trabajan en hostelería y lo han pasado mal, y estamos preocupados por cómo vamos a salir de esta", testifican, aunque son "más optimistas" que unos mayores que "están sacando su lado pesimista". "A cualquiera que le preguntes dice que va a venir otra ola piensan que nos van a volver a confinar", aseguran, un escenario que no aguantarían: "Me escaparía por el garaje", desvela uno de ellos, pero deslizando que no sería el único, y no todos ellos adolescentes: "Nadie se quedaría en casa, la gente ya está cansada y se liaría", vaticinan.

De momento, la esperanza la depositan en que la vacuna funcione, aunque a ellos no les toque recibirla por su indicación para mayores de 16. Pero no les importa. "Da igual, que la usen con quien lo necesita de verdad. Han muerto muchos mayores y hay que darles prioridad, porque son los que más están sufriendo y los que más están falleciendo", finalizan.