El ingeniero de telecomunicaciones José Antonio Hoyos Castañeda, burgalés de 48 años y merecedor del IV Premio Alumni Distinguido de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), decidió hace casi una década dar un giro de 180 grados a su vida. Tras 15 años a las espaldas trabajando en el sector privado como ingeniero, empujado por la curiosidad de conocer mundo y otras realidades, lo dejó todo para irse a Tanzania donde estuvo enseñando a leer, escribir, sumar y restar a niños de un colegio de la ONG Born To Learn. Dos años después, en enero de 2015 volvió a empacar, esta vez con destino a India, a donde fue como voluntario a dar clase de francés en la Fundación Vicente Ferrer. Ahora, seis años más tarde, trabaja como coordinador cooperante de esta misma entidad desde donde observa con horror la expansión de la covid-19 en el que ahora es su hogar.

¿En India se esperaba que la covid llegase a adoptar estas dimensiones?

-Lo que ha ocurrido durante estas tres últimas semanas no se lo esperaba nadie. Lo estamos viviendo sobre todo con asombro. Desde noviembre del año pasado la vida aquí en general ha sido muy normal, quizás demasiado. Se ha podido viajar tranquilamente por todo el país y no ha habido prácticamente ninguna restricción. Ahora, sin embargo, de repente, se ha pasado de como mucho 8.000 casos de covid al día -lo cual en un país de 1.300 millones de habitantes es muy poco significativo cuantitativamente- a 400.000, con una media de 3.000 fallecimientos diarios. Ahora mismo estamos sorprendidos, muy ocupados y bastante preocupados.

¿Cómo ha sido la vida allá este último año?

-Durante todos estos meses las mascarillas se han utilizado con muchísima laxitud, y la distancia social, que ya de por sí es casi un oxímoron en un país con tanta gente, tampoco se ha cuidado en absoluto. Algunos eventos religiosos, manifestaciones y otras aglomeraciones que se han venido dando con naturalidad se ven ahora de otra manera. Supongo que la situación que se está viviendo ahora es multicausal, pero parece también claro que "de aquellas lluvias, estos lodos". Todo esto, lógicamente, está creando muchas sospechas en la población sobre si se podrían haber hecho las cosas de otra manera.

¿Existe medios para evitar contagiarse?

-Hay mascarillas y geles, pero hay muy poca concienciación social, sobre todo en las zonas rurales. Hay que tener en cuenta que el 70% de la población india vive en los pueblos. Eso representa unos 900 millones de personas. Hay una gran campaña de concienciación a través de los medios, aunque hasta ahora no se le ha hecho mucho caso. En particular la Fundación Vicente Ferrer, en las zonas rurales donde hay gente que no sabe leer ni escribir, realiza representaciones teatrales para que se entienda la necesidad de las medidas preventivas.

¿Cree que influye también en el número de casos los recursos económicos limitados de la población india?

-Dadas las características tan peculiares de este país, en el que el 90% de la población trabaja en el sector informal, es decir, vendedores ambulantes, constructores, agricultores€ todos con una capacidad de ahorro limitadísima y que prácticamente viven al día, la opción del confinamiento es también muy delicada. Muchísima gente no se pregunta si llegará a fin de mes, sino sencillamente qué comerá hoy. Un confinamiento que no tuviera esto en cuenta podría llevarnos a que fuera peor la orilla que el naufragio.

¿Cuál es la situación actual de los hospitales?

-La situación es de colapso en todo el país y, por consiguiente, quedan pocos medios para atender el resto de dolencias. De hecho, dado que nuestro hospital principal ha pasado a ser monotemático, el resto de especialidades han tenido que derivarse a otro hospital de la fundación, el de Kalyandurg, y a otros hospitales del gobierno con quien la fundación está trabajando conjuntamente. Hay que tener en cuenta además que en India el 75% de la infraestructura y profesionales de la medicina está en las grandes ciudades, donde sólo reside el 30% de la población. Esto es un problema en condiciones normales y un problemón en las actuales.

¿Cómo se está gestionando la pandemia desde la Fundación Vicente Ferrer?

-Nuestro sector de salud está a tope y desbordado. Desde la Fundación Vicente Ferrer se ha puesto en marcha la campaña Oxígeno para India, con el objetivo de dotar a nuestro hospital en Bathalapalli de un generador de oxígeno para cubrir las necesidades que irán en aumento los próximos días, cuando se prevé alcanzar un nuevo pico de casos. Ahora mismo, para el suministro de oxígeno dependemos de proveedores externos que, además, están en Karnataka, otro estado. Teniendo en cuenta la demanda masiva que hay en todo el país, esta dependencia es crítica. Con el generador que queremos adquirir conseguiríamos una independencia clave para salvar vidas.

¿Es la vacunación un motivo de esperanza?

-La vacunación es la única esperanza. Se han administrado ya más de 150 millones de dosis y en un solo día se ha llegado a la cifra récord de 3 millones de dosis. Toda velocidad es poca ahora mismo, y el gobierno ya anunció que iba a suministrar dosis gratuitas para todos los mayores de 18 años a partir del 1 de mayo. El problema es que, en realidad, no hay dosis.

¿Usted ya ha sido vacunado?

-Yo me puse la primera dosis de Covidshield, también conocida como Astrazeneca, hace cinco semanas, cuando se abrió la horquilla para gente de más de 45 años. Hace un par de días me puse también la segunda dosis, así que estoy completamente vacunado. Hace un mes no había que hacer cola porque en aquel momento la gente tenía más miedo a la vacuna que al virus. Ahora el miedo ha cambiado de sitio y hay muchos problemas para vacunarse por demanda de gente y escasez de vacunas. Es curioso en este contexto constatar que India es precisamente el mayor productor de vacunas del mundo. El problema en este país es que todo es a lo grande, en cantidad, en variedad y en extensión, y esto en un caso como el que nos ocupa es una dificultad añadida para la fabricación y la distribución.