l jurado popular que se encargará de resolver el veredicto del triple crimen de Cáseda y que ha asistido toda esta semana a las cinco sesiones de la vista oral ha resultado ser uno de los más afilados y atentos de los que se recuerdan en los juicios de la última década en Navarra. No perdían la oportunidad de preguntar a los testigos, de solicitar aclaraciones a los peritos y de conocer las razones para que alguno de los implicados actuara de una u otra forma. Hay preguntas que ha formulado el jurado que podían ser propias de expertos investigadores.

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Así, prestaron atención al alegato del padre acusado, Juan Carlos Jiménez Jiménez, que declaró que disparó la escopeta de forma instintiva por el miedo y los nervios que le atenazaban al estar peleándose con la familia Jiménez Echeverría y que, cuando cogió el arma y apretó el gatillo, se le nubló la vista y perdió la cabeza. Dijo no recordar más por el shock. Al jurado le sorprendió que con semejante trance a cuestas -no en vano acababa de disparar mortalmente a tres personas a entre 2 y 17 metros- fuera el propio padre el que condujera el coche para salir huyendo de Cáseda. Además, su hijo, también Juan Carlos de nombre, contribuyó a abonar la teoría de que su progenitor se había quedado conmocionado tras los hechos. “Se quedó con un color que no le había visto nunca”, declaró sobre el estado en el que observó a su padre el hijo mayor. Y al jurado le llamó la atención que cómo pudo ser que entonces si el padre acusado sufría semejante shock pudiera ponerse al volante del Seat Toledo para salir huyendo de allí a toda pastilla. Desde el jurado se le preguntó entonces cómo, en semejante estado del padre, no se puso el propio hijo Juan Carlos al volante. Este trató de salir del atolladero de la cuestión como pudo: “Es que soy el peor conductor de España. Si me dejan el coche lo acabo abollando por todos lados. Mi padre, incluso en shock, conduce mucho mejor que yo en estado normal”, relató.

En una de las últimas sesiones del juicio, los jurados preguntaron también a los especialistas de la Policía Científica de la Guardia Civil y de la Policía Foral las razones por las que no aparecían ni huellas dactilares ni restos genéticos de Juan Carlos Jiménez padre en la escopeta que él mismo ha reconocido que utilizó para matar a Fermín Jiménez Echeverría y a sus hijos Cristian y José Antonio. Se trata de un hecho incontrovertido y admitido por todas las partes. Desde el tribunal popular que forman seis mujeres y tres hombres les interrogaron entonces si el hecho de que no aparecieran dichas huellas ni ADN significaba que podían haber limpiado el arma de fuego. Los investigadores declararon que no podía concretar la respuesta, que no es posible averiguarlo, aunque sí que deslizaron que en la escopeta había restos de huellas parciales y restos genéticos con no suficiente cantidad como para ser analizados. Y, además, explicaron que cada persona puede depositar distinto material genético en una misma superficie y que ello depende de la sequedad de su piel, de la sudoración o de los aminoácidos que contenga.

El jurado recibirá a partir de mañana el objeto del veredicto, es decir, el cuestionario al que tendrá que responder para determinar la culpabilidad y responsabilidad de cada uno de los acusados. Se encerrarán a deliberar sobre el mismo y a responder sobre hechos que están probados o no lo están. La calificación jurídica a sus respuestas no es labor de ellos, aunque obviamente sus respuestas condicionan las tipologías penales que posteriormente se puedan hacer del caso. Es decir, si aprecian alevosía quiere decir que no había posibilidad de defensa para los acusados porque los procesados se encargaron de dotarse de medios que les sorprendieran y con los que se asegurarían su muerte. De verse así, se traduciría jurídicamente en la apreciación de un delito de asesinato.

Debido al posicionamiento de las partes implicadas en el caso el objeto del veredicto no debería tornarse enrevesado. Así es porque las defensas de los hijos acusados se lo juegan todo a una carta, ya que no plantean alternativas respecto a posibles complicidades o cooperaciones necesarias en cuanto a las actuaciones de los hijos y solo entienden que cabe un veredicto absolutorio porque sus representados no intervinieron de ninguna manera en el crimen.

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Por ello, el jurado popular tendrá que responder por tanto a las cuestiones que aclaren las dos posturas radicalmente opuestas que separan a las acusaciones y a las defensas. No son otras que conocer si la acción de matar, si el ánimo de hacerlo, fue premeditado o no y si los hijos participaban de esa ideación y de un plan preconcebido. Si fuera así, entonces, todos conocían que portaban una escopeta cargada en el coche y eran conscientes de que si la cosa se ponía fea, si se veían apurados en la pelea como así ocurrió, había que esgrimir el arma. Julián, el hijo y hermano de la familia asesinada, declaró en el juicio que fue Emilio, el hijo pequeño, quien no estaba participando en la pelea y se encontraba dentro del coche, el que abandonó el vehículo por la parte trasera y sacó la escopeta cuando a su padre le habían dado un par de varazos. Julián, del que las defensas dicen que “actúa por venganza” y que, por tanto “miente” con tal de perjudicar a los acusados, relató en el juicio y ya lo había hecho en el juzgado de instrucción que para que Emilio saliera del vehículo escopeta en mano su padre le había gritado “saca, saca”. Una vecina del lugar del crimen, que declaró como testigo protegido, ratificó que habían pronunciado dicha expresión y luego oyó las detonaciones. Por ello, el fiscal y la acusación particular entienden que todo formaba parte de un concierto previo, que Emilio ya sabía lo que tenía que sacar, porque tenía la escopeta cargada, escondida, sin el seguro puesto, dentro del coche, a la espera de que se le diera la orden.

La vecina también oyó ese “saca, saca” o “pasa, pasa”, que procedía de la familia de los acusados. Estos negaron que se dijera tal cosa y le dieron la vuelta, aunque si bien es verdad hasta el juicio no habían dado esta nueva versión, que consiste en justificar que el “saca, saca” fue dirigido por Fermín, el padre fallecido, a Cristian, su hijo pequeño, para que sacara un bastón gitano que llevaba en el coche y así poder agredir a los encausados. La vecina que declaró como testigo protegido no escuchó, sin embargo, que el otro hijo Juan Carlos pronunciara la expresión “dispara, dispara” que, según el testimonio de Julián, gritó antes de que su padre ejecutara la acción mortal. Su defensa niega tajantemente que esto ocurriera, que no gritó nada y que además desconocía lo que pasaba a su alrededor porque se estaba peleando precisamente con Julián. El jurado le preguntó a dicha vecina si había oído a alguien que incitara o animara a disparar y ella dijo que no. La acusación particular justifica que la vecina no lo escuchara en el hecho de que no podía estar atenta a todo lo que ocurría, porque vive a unos metros del epicentro del crimen y además estaba pendiente de Amparo y su niña pequeña, hablaba con ella, por si ocurría algo.

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En la creencia que el jurado realice de la extensa declaración de Julián Jiménez Echeverría, el familiar de las víctimas, habrá gran parte del contenido de las respuestas. A las mismas también pueden contribuir los distintos testimonios emitidos por la hija y hermana de los procesados, Amparo, exmujer de Julián, quien en el transcurso de la vista oral corrigió su declaración inicial en la policía de que la escopeta había salido del asiento de atrás del vehículo. Ahora, precisó, se refería al maletero. Eso concuerda con la tesis de las defensas de sus hermanos, que afirman que esa escopeta iba cargada en el maletero porque habían estado cazando días atrás.

El jurado popular, de seis mujeres y tres hombres, ha hecho esta semana preguntas de lo más afiladas que hablan de su buena atención

El jurado preguntó por qué había conducido el padre el coche tras el crimen si estaba en shock y si se limpió la escopeta

La participación de los hijos y su responsabilidad en los hechos es la cuestión crucial. El familiar de las víctimas es el testigo principal