Lleva una docena de años curtiéndose en mil frentes, el pluriempleo de costumbre de las enfermeras sin plaza fija pero que se convierten en indispensables allá por donde pasan. Ha trabajado en Atención Primaria, con adultos y niños, en zona hospitalaria, en consultas, en residencias de ancianos... Y lo seguirá haciendo porque es su "vocación y porque me gusta ayudar a los demás", asegura. Pero esta enfermera de en torno a 35 años, ejerce ahora el oficio con más cautelas. "Marco más las distancias, porque al final te quedas con miedo de lo que pasó y porque no sabes cómo pueden reaccionar algunos pacientes".

Ella es una de las 33 enfermeras navarras que sufrió en 2020 alguna agresión física por parte de pacientes descontentos con el diagnóstico, con la espera o, directamente fuera de sí, como fue el caso con el que se encontró. Le ocurrió en una residencia de ancianos de la Ribera donde trabajaba desde hace nueve años complementándo su labor con otros empleos. Hasta entonces no había sentido el miedo tan cerca. "Había tocado muchos palos trabajando y nunca había tenido ningún incidente importante. Algún insulto muy puntual y de gente con algún deterioro, pero nada importante", recuerda esta profesional sanitaria.

Fue a finales de junio del año pasado, en plena desescalada, cuando al centro en el que trabajaba llegó un anciano de unos 80 años y con un pasado de conflictividad en el hogar. Para acceder a la residencia, se le requería una PCR y un periodo de aislamiento en la habitación antes de que se incorporara a la vida normal del resto de usuarios. Pasada dicha cuarentena, el anciano empezó a protagonizar ciertos roces en el contacto con otros mayores. Hasta que un día explotó.

"Recuerdo que un residente nos avisó de que estaba tratando de lanzar una televisión por la ventana de la planta baja. Llegué con la supervisora y parecía que se estaba queriendo hacer daño a sí mismo también. Intervinimos para tratar de calmarlo, pero de buenas a primeras, se giró y me soltó un puñetazo en la nariz. Luego me intentó morder en un puño y me causó varios arañazos. A mi compañera la molió a golpes también por la espalda y la cabeza. Era un hombre mayor pero con fuerza. Intentamos ayudarnos la una a la otra y cuando nos vimos libres, nos fuimos corriendo de la habitación. Enseguida llegó la Policía Foral y se lo llevaron en ambulancia al hospital".

La enfermera narra una situación que la mantuvo 12 días de baja y que terminó denunciando. En el juicio se absolvió al anciano debido a que se le reconoció la existencia de un trastorno mental transitorio. Pero cuando esta sanitaria navarra volvió a trabajar a la residencia, el agresor continuaba ahí. "Al volver y encontrármelo ahí, solo pensaba en tratar de evitarlo. Si oía su voz cerca, me alejaba. Él sabía perfectamente a quienes nos había agredido, nos reconocía y no nos hablaba, como sí hacía con el resto de compañeras", recuerda sobre su reincorporación laboral. Por suerte, aquella tensión y difícil convivencia se prolongó poco tiempo. Recibió el alta voluntaria por orden de psicogeriatría y regreso a su casa.

Esta enfermera trabaja ahora en otra residencia de mayores distinta y, admite, que cierto trauma sigue quedando de aquella escena terrible. "Al principio, al volver al trabajo, parece que tenía miedo de verdad por todo, interpretaba mal incluso cualquier reacción de los pacientes. Ahora, con el paso del tiempo, lo vas asimilando y olvidando, pero no resulta fácil. Me gusta trabajar en este ámbito, con ancianos, y ayudarles, pero ahora mido más las distancias. Al final el miedo queda".