uando Aby Farmatawatt llegó a Iruña salía de casa sin cerrar la puerta y solía olvidarse las llaves dentro. Que las puertas de los pisos estuviesen cerradas era algo que no lograba entender. Tampoco que no supiese el nombre de quienes vivían en su portal, ni por qué la gente con la que se cruzaba por la calle no le saludaba. Nada de lo que aquí veía se parecía a la vida de la pequeña isla de Gorée, en Senegal, en la que ella había crecido bajo el espíritu de la Teranga (solidaridad), que engloba la ayuda mutua y la vida en comunidad. En su isla -de unas 17 hectáreas y no más de 2.000 habitantes- todas las casas estaban abiertas y el problema de uno era el problema de todos. Por eso no entendía bien la forma de vivir de Europa.

Era 2004 y Aby, con 19 años, dejaba su hogar para poner rumbo a Europa en busca de un futuro más prometedor que el que le esperaba en su país: casarse, tener hijos y dedicarse a cuidar de ellos y de su hogar. Como uno de sus hermanos vivía en Navarra, el destino no lo tuvo que elegir y, a día de hoy, Aby ha vivido casi el mismo tiempo en Pamplona que en Gorée. Sin embargo, los 17 años que lleva en suelo europeo no han sido un camino de rosas, más bien lo contrario, una senda llena de racismo, precariedad, exclusión y lucha contra una Ley de Extranjería que trunca los sueños de cualquier migrante que anhela una vida mejor. "Si me hubiesen dicho antes de venir todo lo que iba a vivir, tengo claro que no hubiese venido; me hubiese quedado en Gorée", reconoce.

Ahora trabaja en Médicos del Mundo como mediadora intercultural y en la prevención de la mutilación genital femenina y es una de las imágenes protagonistas de la exposición Una mirada diferente / Begirada Ezberdin bat, que la Red de Lucha Contra la Pobreza, de la mano del fotoperiodista Unai Beroiz, ha mostrado estos días en el Parlamento de Navarra y que ahora ha trasladado a Geltoki hasta el 27 de junio.

Emigrar o casarse

La isla de Gorée fue durante siglos el mercado de esclavos por excelencia. De este pequeño trozo de tierra, situado a tres kilómetros de Dakar, salían miles de africanos secuestrados hacia Estados Unidos y el Caribe, principalmente. Ahora se le conoce como la isla de los esclavos y en 1978 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Siete años después nacía en Gorée Aby, en una isla que ahora subsiste mayoritariamente del turismo. "Es una isla sin coches, solo hay un barco que en media hora te conecta con Dakar. La vida allí es muy tranquila y todo el mundo se dedica al turismo, a vender obsequios, alquilar habitaciones, etc.", explica Aby. Allí creció junto a sus 11 hermanos (5 de parte de madre y 6 de parte de padre) y estudio en la escuela de primaria y de secundaria. "Yo era feliz allí, pero mi familia es de una etnia muy tradicional, que profesa la religión musulmana, y lo habitual es que las mujeres se casen pronto, sobre los 12 o los 13 años. Yo tenía claro que no quería eso para mí, no me veía casada y con hijos tan joven", relata Aby.

Fue entonces cuando le rondó por la cabeza la idea de salir de allí, de dejar su hogar y emigrar a Europa, ese continente que unos y otros le pintaban como el paraíso de las oportunidades. "Uno de mis hermanos hacía años que había emigrado y había venido a parar a Pamplona. Me dijo que me viniese con él y que aquí podría estudiar, que era mi sueño. Entonces yo tenía 19 años y a mi madre no le agradaba la idea de que emigrase. Es una persona muy tradicional y para ella que una mujer se vaya de casa y no sea para casarse es la perdición. Yo no quería irme pero tenía que buscarme un futuro así que finalmente, decidí irme con mi hermano", recuerda.

Europa no se parece al paraíso

Aby aterrizó en Pamplona con un visado de seis meses y sin saber nada de castellano, así que se tiraba el día viendo telenovelas y programas de televisión para aprender el idioma. Después empezó a estudiar en el José María Iribarren y entonces llegó el primer golpe de realidad y el paraíso europeo al que ella se pensaba que había llegado se desvaneció: "Empecé a estudiar pero había que pagar alquiler, agua, luz, etc., entonces me puse a trabajar en una fábrica y fue imposible compatibilizar las dos cosas. Al final dejé de estudiar, que es a lo que había venido".

Después, vino el segundo golpe. Una de las cosas que le empujaron a emigrar fue que le dijeron que podría volver a Gorée cada 6 meses. "Para mí lo más duro fue darme cuenta de que iba a tener que estar mucho tiempo sin volver a mi país, porque la realidad fue diferente a lo que me habían pintado. Yo tenía trabajos temporales y lo que ganaba era para sufragar los gastos. Cuesta mucho ahorrar y más si hay temporadas en las que no encuentras un trabajo". Aby pasó 5 años en Navarra antes de volver de nuevo a Senegal. De hecho, desde que emigró en 2004 tan solo ha podido volver a ver a su familia en dos ocasiones: en 2009 y en 2017. "También cuesta mucho volver porque no solo es el gasto del billete, tengo que llevar dinero para ayudar a mi familia y a mi gente. Allí todo es de todos, vivimos en comunidad, por lo que al volver tengo que llevar ayuda para todos".

De la Ley de Extranjería a los insultos en la calle

"Yo aprendí a ser maleducada en Pamplona. Al principio siempre saludaba a todo el mundo y muchas veces no me contestaban. Así que ahora no saludo, espero a que lo haga la otra persona y entonces contesto", señala Aby. Asegura que aquí las personas migrantes sufren racismo prácticamente a diario: "Está el racismo institucional, el inherente al sistema, y luego el social, el que sufrimos en el día a día. La semana pasada, estábamos tomando un café en una terraza y una mujer mayor se acercó a decirnos: 'Vosotros me dais miedo, al final nos vais a traer la guerra'. Y como este ejemplo tengo muchísimos. Siento mucha rabia porque llevo viviendo aquí ya 17 años, pero todos los días aparece alguien que te recuerda que no eres de aquí, que eres de fuera, y es algo muy triste".

No obstante, el peor racismo que ha sufrido es el institucional y lo encarna la Ley de Extranjería, que exige a las personas migrantes unas condiciones prácticamente imposibles para poder permanecer en territorio español. "A mí, por ejemplo, me dieron el permiso de residencia para un año pero con la obligación de cotizar al menos 6 meses. Hasta 2008 no había problema, pero tras la crisis encontrar trabajo es difícil para una persona de aquí pues imagínate para una persona migrante. Entonces mucha gente tiene muy complicado renovar el permiso". En el caso de las personas en situación irregular, explica, tienen que estar al menos tres años en territorio español y luego conseguir un contrato de trabajo. "Pero si no tienes papeles, ¿quién te va a contratar? Es imposible".

Sin embargo, el trago más amargo de Aby fue a la hora de buscar un hogar. "Mucha gente se piensa que aquí no hay racismo, pero lo hay y mucho. Cuando he tenido que buscar un piso me he encontrado con que no me querían dar un alquiler porque me veían que era negra. Veía por internet un piso, iba a la inmobiliaria y al verme me decían: 'Qué pena, lo acabamos de alquilar'. Así muchas veces. Por teléfono en cuanto me detectaban el acento me colgaban enseguida. Le pedí a dos amigas de aquí que llamasen por mí; me sentía humillada. Luego lo que me ofrecían siempre eran cuchitriles que nadie los quiere ni para sus animales".

Aby cree que tras el racismo yace el desconocimiento, porque asegura que muy poca gente se ha parado cinco minutos a conocer su historia. "La gente ve por la tele que África es pobreza, guerra y hambre. Pero también es mucho más. Y eso unido a los discursos del odio hace que mucha gente nos vea como un problema, que venimos a robar o a quitar el trabajo y las ayudas. Pero esto pasa porque no conocen nuestra realidad y que detrás de cada persona hay un nombre y un apellido", apunta.

Un sueño para el futuro: volver a Gorée y luchar por las mujeres

Aby soñaba con venir a Europa para poder estudiar y ahora sueña con dejar atrás Pamplona y volver a Senegal para luchar allí por lo que está luchando ahora aquí: por las mujeres. En 2008 entró como voluntaria en Médicos del Mundo y desde 2017 trabaja en la organización como mediadora intercultural y en la prevención de la mutilación genital femenina. "Hay mucho que hacer por los derechos de la mujer en África y me gustaría volver para trabajar allí. Se piensa que la mujer africana es sumisa y no tiene estudios, pero no es así hay grandes referentes, el problema es que no se habla de ellas", señala Aby.

Además de Médicos del Mundo, también forma parte de Flor de África, una asociación creada por mujeres africanas para luchar por la igualdad en el continente: "Queda mucho por hacer en África porque la mujer sigue siendo muy inferior al hombre. Desde niñas nos enseñan que vivimos de nuestros padres hasta que pasamos a vivir de nuestros maridos, no nos enseñan a ser independientes, a que podemos valernos por nosotras mismas". Fruto del empoderamiento con el que se ha armado en sus años en Pamplona, Aby ha creado junto a otra compañera la organización Dunia Musso, con la que se han desplazado a Guinea para prevenir la mutilación genital femenina. "También colaboro con Kairaba, una asociación de mujeres africanas de Navarra que busca dar apoyo a las migrantes. Es algo muy importante, porque tener a alguien que te ayude al llegar es fundamental", destaca Aby.

"Para mí lo más duro fue darme cuenta de que iba a estar mucho tiempo sin volver a mi país, porque no me daba para ahorrar"

"Vengo de una etnia muy tradicional y lo habitual es que las mujeres se casen para los 12 o 13 años y yo no quería eso para mí"

Hasta el 27 de junio, en Geltoki. La historia de Aby forma parte de la exposición Una mirada diferente/Begirada ezberdin bat, organizada por la Red de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión, que consta de 14 fotografías del fotoperiodista Unai Beroiz que recogen diferentes testimonios de personas en situaciones de exclusión. La exposición se puede visitar en Geltoki desde el pasado viernes y hasta el 27 de junio, de lunes a viernes de 10.00 a 21.00 horas, y los sábados, de 11.00 a 21.00 horas.

Isla de Gorée. Aby Farmatawatt nació en la pequeña isla de Gorée, a tres kilómetros de Dakar, capital de Senegal. Se le conoce como la isla de los esclavos ya que durante siglos fue el mayor mercado de esclavos del mundo y de su puerto salieron miles de africanos rumbo a Estados Unidos y al Caribe.

Mediadora en Médicos del Mundo. Desde 2017 Aby trabaja como mediadora intercultural en Médicos del Mundo y en la prevención de la mutilación genital femenina. También forma parte de varias organizaciones para mujeres africanas como Flor de África, Dunia Musso o Kairaba.