¿En qué consiste una intervención psicológica de urgencia con una víctima y qué se encuentran en esa primera actuación?

-Nuestro equipo de psicología de Psimae trabaja para la Oficina de Atención a Víctimas del Delito. Nos pueden activar para cualquier tipo de delito y lo pueden hacer desde cualquier comisaría de Navarra, desde el juzgado, las 24 horas y los 365 días. Lo más habitual es que nos llamen desde una comisaría y por un asunto de violencia de género. Se le ofrece a la denunciante disponer de abogacía de guardia y servicio psicológico. Y ella elige si quiere uno, ninguno o los dos. A partir de ahí, cuando se nos activa, formamos un equipo de trabajo común con la policía para poder recoger la denuncia. Es un paso muy importante. Esta recogida de denuncia debe ser lo más detallada posible. En este tipo de violencia, incluidos si llevan abusos sexuales, hace falta contención emocional para poder ayudarle a la víctima a relatar de la manera más calmada y pausada posible. Son relatos duros. Y necesitamos orientarla, que se centre en los episodios concretos de maltrato, que es lo que necesita la jueza para tomar una decisión, que no narre situaciones genéricas.

¿Se trata de un momento clave para el posterior desarrollo del proceso, pero seguro que las dificultades son grandes para ellas?

-A veces cuesta verbalizar todo eso, les da miedo o vergüenza y por eso requieren de un apoyo para denunciar. Posteriormente elaboramos un informe para la Oficina de Víctimas y en ocasiones nos llamarán a declarar al juicio oral para hablar del mismo. El primer momento de la intervención es muy importante porque ya recogemos en ese mismo instante el estado de la mujer, la sintomatología que presenta, cómo lo relata. Si el juicio tarda meses o años en celebrarse, a veces el estado con el que esa mujer llega a la vista oral no tiene nada que ver con cómo vivió aquel epidosio el día que puso la denuncia o que sufrió la agresión. Eso nos ayuda mucho. El mismo trabajo se realiza en violencia sexual, salvo en el caso de los menores, que entonces no intervenimos terapéuticamente hasta que no se haga la prueba preconstituida. Ahí no intervenimos en el relato, sino a continuación, pero sí damos pautas a las familias y tratamos de orientarlas mientras el menor declara.

¿A qué atribuye esa tendencia ascendente de intervenciones desde el año 2020 y que aún se ha disparado más durante este año?

-Son varios factores los que influyen. Por un lado, los y las jóvenes tienen más capacidad de denunciar que antes. Hay más concienciación y sensibilidad en general. Las mujeres en violencia de género no toleran ahora situaciones que antes se toleraban. También en cuestiones de sexualidad, donde quizás hace años se dejaban pasar algunas situaciones de tocamientos, abusos... y ahora eso no se deja pasar y se denuncia. Se traspasan líneas rojas que antes estaban colocadas en otras partes. Y creo también, y esto es compartido con más profesionales, que estamos experimentando unos años de mayor violencia. Lo estamos notando y percibiendo los que trabajamos aquí. Hay una mayor irascibilidad, violencia, rabia, mucha frustración, sobre todo en la gente joven. Y estalla con quien tienen cerca y tienen al lado.

Se dan también más episodios de violencia sexual y cada vez aparece en más denuncias de violencia machista. Es una lacra imparable.

-La violencia sexual está muy presente. Hay un accceso indiscriminado a una pornografía muy violenta a través de internet. La sexualidad se ha distorsionado. Se centra todo en lo genital, en lo coital, no hay sensualidad ni erotismo. Y, sobre todo, son conductas muy deningrantes hacia la mujer. Tenemos chicas que se justifican diciendo yo hago lo que creo que les gusta a los hombres. Son niños y niñas que ven porno desde los 10-11 años, que lo tienen accesible desde cualquier móvil, y no tienen la madurez cognitiva para integrar eso que están viendo. Lo dan cómo válido y bueno. Y piensan que a las chicas les gusta que les azoten, que haya orgías... Es una tragedia que tengamos algunos chavales con 17-18 años con disfunciones eréctiles, con eyaculación precoz. Se comparan con lo que ven en la pantalla y eso les causa un malestar y frustración, reaccionando en ocasiones con violencia.

La pandemia nos ha situado ante un peligroso escenario a futuro en cuanto a salud mental.

-Estamos empezando a ver los primeros coletazos, pero la verdadera cresta de la ola de lo que vamos a ver en salud mental está por llegar. Los servicios públicos están desbordados, pero igualmente los privados. Está empezando a emerger inicialmente toda la contención que ha habido. Hemos querido vivir con la pandemia un mundo de rosas, en el sentido de que saldremos mejores, paz y amor, todo muy guay mientras estábamos contenidos y confinados, pero la realidad es otra. Esto viene añadido con temas económicos y laborales duros. Los jóvenes, sin pandemia, tenían un futuro incierto, y ahora con la pandemia están totalmente frustrados, miran al futuro y no ven nada claro. El impacto psicoemocional en la población más vulnerable es en la juventud. Ellos, que tienen todo el futuro por delante, se han visto envueltos en una tragedia, que hemos vivido todos, pero que son los que más la sufren. Hay mucha frustración, desencanto, desgana, mucho para qué voy a formarme...

Y también se percibe una radicalización de la violencia machista. Sorprenden casos graves, 5 mujeres en riesgo extremo y 18 en riesgo alto de violencia en Navarra son muchas.

-Se está dando más violencia a nivel cualitativo y cuantitativo. Emergen los extremos, como en cualquier situación de crisis histórica. Tenemos muchos casos por así llamarlos leves y muchos más casos graves. Es un signo de nuestra sociedad actual. Antes había más delitos de tipo medio -insultos, empujones-, no tanto la violencia extrema que ahora se da.

Crecen sus intervenciones con un perfil más joven, pero la violencia machista sigue siendo un problema estructural y sin edad.

-Es algo intergeneracional y enquistado en la sociedad, tanto la violencia de género como la sexual. En ambas estamos cansados de invertir en recursos a posteriori, a hechos consumados, en leyes punitivas, jueces, policías, psicólogos, hospitales... Y en este país nos cuesta un mundo invertir en prevención. La prevención parece que no vende, no te da resultados mañana mismo, pero es la mejor contribución para una sociedad más sana a futuro. Pero para prevenir hay que tomarse en serio desde la infancia el trabajo en sexualidad y en igualdad, enseñarles que está permitido y que no, dónde y a quién pueden acudir si se sienten violentados y algo no les gusta, cuáles son los lugares seguros. Tenía que ser una materia transversal en la educación. Pero la sexualidad siempre se politiza. Tenemos dos grandes tabúes en nuestra sociedad: la sexualidad y la muerte. Nadie quiere hablar de esto y nadie se hace cargo. Y lo mismo con la violencia: hay que enseñar a que en la vida no se va a conseguir siempre lo que quieres. Eso debe ser una máxima desde que un niño tiene la primera rabieta. Hay que frustrar a los niños, decirles que no, ponerles límites, hablarles de sexo, que pueden contar si están incómodos en alguna situación, en un vestuario, que no puede tener vergüenza, y eso no debe ser un trauma.