Jake Wightman y Josh Kerr, dos británicos, uno en Eugene y otro en Budapest, pasarán a la historia del atletismo por convertirse en campeones del mundo pero también por haber bajado del pedestal al noruego Jakob Ingebrigtsen, el mejor mediofondista europeo de la historia y el coleccionista de récords y medallas, que parece tener una espina clavada con los 1.500.

Cuando Josh Kerr, que no entraba como favorito en las quinielas para el triunfo en Budapest, pese a que llegó con la tercera mejor marca del año entre los doce finalistas, entró en meta primero y ganó la final de 1.500, el público que abarrotó el Centro Nacional de Atletismo supo que había visto una carrera histórica.

Los aplausos para el ganador y la perplejidad ante lo sucedido con el noruego, cuya suficiencia en la temporada regular le hacía ser el principal favorito, hicieron que las casas de apuestas echaran humo con los valientes que se aventuraron a pronosticar una posible caída de Ingebrigtsen.

Kerr celebró el triunfo de forma efusiva y recibió la felicitación sobre la pista de su compatriota Sebastian Coe, presidente de World Athletics.

La victoria de Josh Kerr impidió a Ingebrigtsen cumplir el objetivo que se había marcado para este Mundial de cosechar un doblete de oros en 1.500 y 5.000, el mismo reto que se marcó hace un año en Eugene y que tampoco consiguió.

En aquella ocasión fue Jake Wightman el que sorprendió al noruego, que no se tomó nada bien la derrota. "Lo único que me fastidia es que he perdido frente a un rival peor que yo", dijo Ingebrigtsen, que en esta ocasión, en la zona mixta del estadio de Budapest, respondió a los numerosos periodistas internacionales, resoplando en varias de las preguntas.

"Josh hizo una buena carrera pero estoy decepcionado por no ganar, que es lo que he estado haciendo toda la temporada, especialmente porque es la final del campeonato mundial. Sentía la garganta seca y dolorida en el calentamiento", manifestó.

Por segundo año consecutivo, Ingebrigtsen se quedó a un paso del oro cuando parecía que nadie podía arrebatarle ese momento de gloria, y más cuando llevaba un año rebajando sus marcas en la distancia hasta los 3:27.14.

Los 1.500, la mítica distancia en la que triunfó el marroquí Hicham El Guerrouj, al que aspira a arrebatarle el récord mundial (3:26.00), se le atragantan a Ingebrigtsen, que tendrá que esperar, al menos, hasta Tokio 2025 para volver a intentar la victoria en un Mundial.

La historia quiso que además, en la foto del podio, también salga con la medalla de bronce colgada al cuello su compatriota Narve Gilje Nords, al que precisamente entrena su padre, Gjert Ingebrigtsen, al que no puede ni ver Jakob. De hecho, pidió a la federación noruega que no lo acreditase ni lo alojaran en su hotel.

El carácter de Jakob Ingebrigtsen es lo que provoca que no caiga indiferente. Despierta amores y odios. Y eso es precisamente lo que se vivió en Budapest entre los aficionados, que se dividieron entre los que lamentaron la derrota del genio noruego y los que se alegraron por verle perder.