El hambre. Siempre el hambre. A todas horas el hambre. Nada más que el hambre. Para dejarla atrás, Federico Martín Bahamontes (9 de julio de 1928, Val de Santo Domingo) echó a volar. Por el hambre que le perseguía como una maldición sobrevoló las alturas de las montañas más elevadas. A través de ellas se posó en la cima del Tour de Francia.

El Águila de Toledo, sobrenombre que le puso un periodista francés que acudió a hacerle un reportaje y lo bautizó así para siempre inspirado por el águila de cabeza bicéfala, la imperial, fue el primer ciclista español en doblegar al Tour. La hazaña data de 1959. En el Parque de los Príncipes de París lució el maillot amarillo. El ramo de flores se lo entregó a su mujer, Fermina. A su regreso a Toledo, un descapotable ascendió por las rampas de la ciudad. El héroe, de regreso por las cuestas. Su hábitat. Su hogar.

Bahamontes nació hambriento en los tiempos del hambre de la posguerra y la dictadura de la España más negra, la de los tiempos oscuros, tenebrosos. No había nada, salvo miseria, represión, muerte y venganza. Claro, y hambre, muchísima hambre. Los vencedores, los franquistas, arrasaron con todo. Botín de guerra. Bahamontes fue hijo de ese tiempo, donde la supervivencia se imponía en medio de un paisaje de hambre y penurias.

El estraperlo para sobrevivir

En ese contexto se subió a la bici a Bahamontes, que la empleaba para el estraperlo. Un modo de llevarse algo a la boca. Comprar a tres y vender a cinco escapando de las autoridades, que, insaciables, lo esquilmaban todo. Sólo repartían la pobreza. En 1947 compró una bici a piezas y la empleó para trabajar en el mercado. Recorría 60 kilómetros a diario. "Yo pasé hambre, muchísima hambre. Por eso me hice ciclista".

Al padre de Bahamontes, un peón caminero que rompía piedras con la porra, no le entusiasmaba la idea de que su hijo anduviera en bici. Por eso debía engrasar muy bien la cadena de la bici para partir a hurtadillas a los entrenamientos, que coincidían con la hora de la siesta. No tardó Bahamontes en sobresalir. Las cuestas de Toledo le invocaban a modo de un amante enamorado y pasional.

Dotes escaladoras

Delgado, seco, sin un gramo de grasa, pero enérgico y exuberante sobre la bici, Bahamontes levitaba en las montañas. Nadie escalaba como él. Era un ser alado. Libre cerca del cielo, en las alturas. El entusiasmo por la bici convenció al padre. Recibió su bendición. Bahamontes, aunque pobre, era ciclista. Corría en alpargatas, pero de sus piernas, partía una enorme energía. Poseído por el hambre, por su idea de abandonarla, para dejarla atrás, corría como alma que lleva el diablo. El ciclismo era su exorcismo contra el hambre.

Para aplacarla corría por dinero. Allá donde sonaban unos duros, asomaba el enjuto Bahamontes, la cabellera abundante, peinada hacia atrás. En su primera carrera se escapó de salida para llenar la tripa. Dinero para viandas. Obtenida la licencia de ciclista profesional, aunque más que una profesión era una aventura para locos maravillosos, logró la victoria en la Vuelta a Málaga. También triunfó en Cádiz.

En Burgos el hambre le apretó de nuevo. Sin apenas dinero, tuvo que regresar a Toledo en bici. Siempre el hambre, siempre la bici. Su antídoto. Se asomó a Asturias para correr la carrera. Desde Madrid al Principado dando pedales. Conformó un equipo con retales. Venció.

11

Muere Federico Martín Bahamontes: su vida en imágenes EP

El Tour se cruzó en la biografía de Bahamontes, que sublimó el apellido materno, más sonoro y menos oído que el Martín paterno, común y despersonalizado, en 1954. Julián Berrendero, seleccionador español, le alistó a la carrera francesa tras su exhibición en Asturias. La organización le prestó una bicicleta. Con ella asombró al mundo cosiendo montañas.

Bahamontes y Jesús Loroño, que le batió en la Vuelta de 1957, compusieron una rivalidad histórica. Tanta que que el toledano hizo elegir a Dalmacio Langarica, seleccionador español, entre él y Loroño de cara al Tour. "O él o yo", espetó. Langarica se decantó por Bahamontes.

El sastre de las alturas. Volaba el Águila de Toledo. En 1959, Fausto Coppi, Il Campionissimo, convenció a Bahamontes para que elevara la vista y mirara más alto aún que donde acaban las montañas. La eternidad estaba en el Parque de los Príncipes de París, en la conquista del Tour. Su gran hito. Un pionero.

Su gran victoria

Se corría por selecciones. Bahamontes, formidable en la montaña, –logró en seis ocasiones el maillot que le acreditaba al mejor escalador– batió a Gaul, el excelso escalador luxemburgués, y pudo con la selección francesa, la más poderosa, pero apolillada por la mala relación entre sus integrantes. Inscribió su nombre en el volcán del Puy de Dôme con una ascensión de leyenda en la cronoescalada. En Grenoble se vistió de amarillo y celebró la victoria final el 18 de julio de 1959.

Una fecha venerada por los franquistas, la conmemoración del alzamiento contra el legítimo gobierno dela República por parte del general Franco, después dictador tras una cruenta Guerra Civil. Bahamontes se convirtió en un emblema patrio.

El toledano amasó 74 victorias en su palmarés, un mito con siete victorias de etapa en el Tour, tres en la Vuelta y una en el Giro, entre otros logros. Ninguno más grande que el de la corona del Tour. A los 95 años, uno de los mejores escaladores de todos los tiempos apaga su historia. Permanece la leyenda. La que empujó el hambre y le llevó hasta lo más alto. Bahamontes anida para siempre en el cielo. Vuela a la eternidad.

Miguel Induráin y Bahamontes, en la puerta de DIARIO DE NOTICIAS

Miguel Induráin y Bahamontes, en la puerta de DIARIO DE NOTICIAS Patxi Cascante

CON INDURÁIN, EN DIARIO DE NOTICIAS

El 15 de marzo de 1994, días antes de que naciera DIARIO DE NOTICIAS, Miguel Indurain –que se iba después a entrenar– y Federico Martín Bahamontes –que visitaba Pamplona para dar una conferencia– visitaron este periódico y charlaron sobre el ciclismo del pasado y de ese presente en el que el villavés iba a por su tercer Giro (que no ganaría) y a por el cuarto y penúltimo Tour que sí que vencería