En los Montes Sibilinos, el verde que te quiero verde, apabullante y frondosa la masa forestal, los árboles techando el cielo, haciéndole cosquillas con las hojas, sobresalió el cálculo de Luke Plapp, imperial su victoria desde una fuga numerosa, una trinchera infinita.

El australiano, que actuó con el rigor de un contable, gestionó mejor que ningún otro las fuerzas para cazar una etapa dura que horadó los adentros. Un festín formidable para Plapp en su mejor triunfo de siempre. Se agarró la cabeza para subrayar el logro, inesperado. Su primera vez en el Giro.

En ese escenario árido, Plapp racaneó relevos, se puso la careta de tragedia griega y se hizo el muerto para salir con vida y sonriente en la foto. Superviviente.

De ese modo festejó su primera victoria en una grande por la que peleó con orgullo y honor Igor Arrieta, cuarto en Castelraimondo tras un demostración de sus virtudes.

Diego Ulissi luce la maglia rosa. Efe

Plapp, dominador en su isla, encontró en el Giro la tierra prometida. Se la trabajó palmo a palmo para sobresalir en una fuga numerosa de la que Ulissi desenterró la maglia rosa, que Roglic no pretendía. El italiano, tercero, escuchó la llegada del pelotón y la noticia, sensacional, de que en el sterrato hacia Siena vestiría de rosa. Habían pasado cuatro años desde el último italiano vestido de rosa.

Roglic concedió el liderato sin una mueca de disgusto. Solo el esprint final de Juan Ayuso, aprovechando la zanganería, le hizo elevar una ceja. El alicantino continúa presionando al esloveno. Le sisó un segundo en esa aceleración oportunista. Un pellizco.

Igor Arrieta tenía el día libre después de los fastos de Juan Ayuso, al que mima en el Giro, para darse un lujo. El de Huarte-Arakil ofreció lo mejor de su repertorio en una actuación excelente en su estreno en la carrera italiana.

Igor Arrieta, durante la etapa. UAE / Sprint Cycling

Demostró ambición, personalidad y arrojo en una jornada en la que se voceaba la fuga, anunciada por la megafonía del Giro desde que se supo el recorrido.

El mérito de Arrieta era aún mayor por ese motivo. Estuvo donde todos querían estar. Se subrayó el navarro entre ciclistas formidables. Solo Plapp, Kelderman y Ulissi pudieron con la soberbia puesta en escena de Arrieta, que mostró su capacidad.

Probablemente su juventud, divino tesoro, le deshojó para la victoria. Sumamente generoso, solidario al extremo en la fuga, eso le perjudicó. Penalizado.

Roglic no quería el rosa

Una veintena de dorsales rodaron unidos después de numerosos avatares con el pegamento de la aventura y los petates de las excursiones al hombro. Una comunidad de vecinos en marcha, cada uno defendiendo su parcela, después de comprobar que el casero del Giro, Roglic, estaba dispuesto a alquilar la maglia rosa al mejor postor.

Roglic, con un pequeño acordeón, en la salida. Efe

El esloveno se la quiere enfundar para siempre en Roma. De allí a la eternidad. Antes, esa prenda le sobra como si se tratara de una chaqueta de entretiempo, que no se sabe muy para qué sirve, salvo para perderla.

Igor Arrieta, joven, fabuloso gregario, tenía el permiso de los suyos para buscar un tesoro en las entrañas de la carrera. Jonathan Lastra también se lanzó a la carretera en una jornada de altura, que acumulaba muchísimo desnivel entre colinas y montañas.

Las vías secundarias trazaban, sinuosas, entre la naturaleza exhibicionista en primavera. La fuga era una asamblea de inconformistas. Demasiados intereses cruzados. Un sálvese quien pueda entre desconfianza y reproches. Nadie se fiaba.

Un enredo que reptó Traguardo Volante de Roccafluvione y Croce di Casale para enlazar después con el Sassotetto (Valico di Santa Maria Maddalena), una montaña conquistada por Mikel Landa tiempo atrás. En su cima, hace siete años en la Tirreno Adriático, el de Murgia alcanzó la gloria. Estos días su trance es otro.

Está enfocado en su recuperación tras la grave caída de Tirana. Las carreteras, que secundarias tejían un territorio duro y exigente, cribaron la fuga. Sobrevivían los más fuertes. Los que mejor se adaptaban. Puro Darwinismo. Lastra había cedido.

Giro de Italia


Octava etapa

1. Luke Plapp (Jayco) 4h44:20

2. Wilco Kelderman (Visma) a 38’’

3. Diego Ulissi (Astana) m.t.

4. Igor Arrieta (UAE) a 1:22

50. Jonathan Lastra (Cofidis) a 5:32

59. Jonathan Castroviejo (Ineos) m.t.

79. Pello Bilbao (Bahrain) a 13:08

116. Jon Barrenetxea (Movistar) a 22:39

156. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 28:20


General

1. Diego Ulissi (Astana) 29h21:33

2. Lorenzo Fortunato (Astana) a 12’’ 

3. Primoz Roglic (Red Bull) a 17’’

4. Juan Ayuso (UAE) a 20’’

5. Isaac del Toro (UAE) a 26’’

46. Igor Arrieta (UAE) a 13:27

47. Jonathan Lastra (Cofidis) a 13:50

62. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 23:03

76. Pello Bilbao (Bahrain) a 29:43

124. Jon Barrenetxea (Movistar) a 1h02:22

139. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 1h15:31

Formidable Igor Arrieta

Arrieta, fuerte, esplendoroso, continuaba su camino en un exhibición enorme. El de Huarte-Arakil abría huella en Montelago con Ulissi, Kelderman y Plapp. El australiano, que había puesto gesto de melodrama, se desenmascaró y se encaramó en la cima tras deshojar a Arrieta, demasiado derrochón, Kelderman y Ulissi.

Eliminó a Bardet y Steinhauser con el mimo método. Aproximación, maduración y cambio de ritmo. Plapp aleteó con fuerza para tomar altura. En un parpadeo obtuvo una renta suficiente para soñar.

Le gusta rodar en solitario a Plapp, tres veces campeón de contrarreloj de su país. El australiano encaraba la crono de su vida con la intención de abrir las puertas de la gloria en una grande. Concentradísimo, Plapp rodaba de fábula, aunque padecía en los descensos, sin fluidez.

Brotó el ascenso a Castel Santa Maria, uno de esos puertos duros y hoscos pero camuflados en cierto anonimato. Mordía la carretera, que tiraba hacia abajo.

Plapp se impulsaba con el molinillo, las piernas comidas por las termitas, los pulmones calientes, la garganta de arena y el pulso acelerado. La subida tenía el sabor del ácido láctico. Arrieta, ardiente, deseoso, se encorajinó.

Mostró el descaro de los grandes. Deshilachó a Ulissi y Kelderman. Dio un bocado a la ventaja de Plapp, que era un montaña rusa de sensaciones, atosigado por el navarro, que no cedía. La moral inquebrantable. Una roca.

Se pudo abandonar, pero enseñó el carácter del que está hecho. Sin complejos. La persecución era un muestrario de los límites del ser humano, de la capacidad de pedalear con los 21 gramos del alma cuando el músculo y la fuerza se desvanece en la trinchera del calvario.

La rampa final de Gagliole era el martirio antes de la gloria. Ulissi y Kelderman vaciaron a Arrieta en ese muro. Antes lo derribó el australiano. Plapp se bautiza en el Giro.