LLEGA la fecha del festival de Eurovisión y el péndulo habitual. Los optimistas que proponen que es el momento y la canción apropiada. Sus argumentos son tan peregrinos como que la canción es potente o que Europa la votará aunque sea de pura pena que les damos con nuestra crisis. De lo que no cabe duda es que el patrioterismo barato que se enarbola con el festival no es lo mismos con esta situación. Quédate conmigo es una canción flojita para José Luis Uribarri o todo lo contrario para Iñigo que por segundo año le ha birlado el puesto de comentarista. Lo cierto es que el ejemplo del Chiquilicuatre sigue adelante. Este año la sensación son unas abuelas rusas que se han expandido a toda velocidad por los inescrutables caminos de las redes sociales que cotizan y sufren como Faceboock las convulsiones de la bolsa. Pero lo cierto es que tanta energía gastada a lo largo de los años buscando la canción ganadora sin encontrarla no termina en frustración. Quizás la explicación de tanto fracaso la tenga última ganadora en Vivo cantando, ¡hey! de Salomé. Himno que nos describe en toda su crudeza y que se ve reforzado en la televisión actual. Bien sea por la perseverancia de ejemplos como Número uno o por la manía de Mª Teresa Campos de acompañar de cantantes sus pegajosos homenajes del fin de semana. Programas larguísimos que duran y duran; aburren y aburren desde el mismo título: Qué tiempo tan feliz. Cuando resulta que el tiempo al que se refieren fue triste, muy triste. Y estuvo protagonizado por cantantes mediocres que contaron con el beneplácito de la televisión. Bueno más o menos lo mismo que ocurre ahora. Para el próximo año si es que seguimos cantando será más divertido si a Eurovisión llevan a Falete con Gibraltar andalú o a Chiquito de la Calzada con el tema Angela Merkel, cobarde la pradera.