fÉLIX Baumgartner, austriaco saltador de alto riesgo era un perfecto desconocido hasta las seis de la tarde del pasado domingo que comenzó a elevarse en el cielo de Nuevo México (EEUU) en una cápsula que le transportó hasta casi cincuenta kilómetros de altura, al borde del espacio. La presencia de las cámaras de televisión, sabiamente dispuestas para acercar la proeza al mundo entero vía Internet resultó decisiva para la culminación de una acción de alto riesgo a medias entre lo deportivo, científico y promocional de una conocida marca de bebidas energéticas. La operación Al borde del abismo tuvo en el medio televisivo un decisivo apoyo para información, divulgación y narración en directo de los avatares del valiente saltador que se convirtió en héroe de un desafío que se pudo contemplar en vivo, demostrando una vez más la potencia comunicadora de la imagen que a pesar de su imposible narración dinámica se ajustó con ofrecer planos fijos de una tensa subida, un espectacular asomarse al vacío de cincuenta kilómetros de altura con el fondo de las resecas tierras del desierto americano y la supersónica caída en la que Baumgartner se convirtió en una especie de mosquito agitado en el plano filo de la cámara que retransmitía su caída de récord con momento de angustia al ralentizarse la comunicación con el saltador y el riesgo de perder el sentido, cosa que finalmente no ocurrió pero añadió tensión, emoción e intriga a un ejercicio de imágenes de una simpleza admirativa capaz de crear clímax necesario de un momento caliente. Eficaz ejercicio de narración televisiva con cámaras fijas en el centro de control, exterior e interior de la cápsula y cámara cenital sobre la portezuela por donde se lanzó el arriesgado deportista. La televisión volvió a citarse con la historia y nos hizo espectadores de primera fila.