madrid. Francisco Ayala, el testigo privilegiado del siglo XX, último superviviente de la generación del 27, memoria de la República y el exilio, cuya vida estuvo marcada siempre por la búsqueda de la ética y la estética, murió ayer a los 103 años.

Así, el escritor granadino y ciudadano del mundo bajó el telón de su rica y prolífica vida, en su casa de Madrid, acompañado de su mujer, la hispanista Carolyn Richmond, tras no poder superar una bronquitis que le visitó la pasada primavera y de la que no se ha podido recuperar. La capilla ardiente con los restos mortales del autor quedó instalada a las 19.00 horas de ayer en el Tanatorio Parque de San Isidro, donde su viuda estuvo acompañada por el poeta granadino Luis García Montero, comisario del centenario de Ayala y gran amigo del autor de El jardín de las delicias.

Con la muerte de Francisco Ayala se va el testigo privilegiado de todo un siglo, un superviviente de la Generación del 27 y una mente lúcida y crítica que plasmó en sus más de sus 50 libros su visión de la vida.

Ayala se ha ido con el reconocimiento de todos, con los mejores premios de las letras españolas, con el aplauso de la sociedad por su saber estar en el mundo y con la convicción de no haber hecho nada de lo que tuviera que arrepentirse. Ensayista, narrador, sociólogo, académico y enamorado del cine, era un gran convencido de que la libertad individual debía ser proyectable a todos los planos de la existencia, y un hombre comprometido con su tiempo, pero que rechazaba cualquier adscripción política. "El compromiso debe establecerse con uno mismo y con la realidad en que vivimos, pero no con el ideario de un partido", sostuvo siempre, convencido de que "en este mundo de descomposición, la única salvación que podemos encontrar es la revolución moral".

vida y literatura Su biografía está en sus obras, porque el autor de El jardín de las delicias no deslindaba vida y literatura. Toda era una misma cosa, desde aquella primera ficción que escribió con 19 años, Tragicomedia de un hombre sin espíritu, hasta los últimos ensayos de senectud, cuando decidió que el tiempo de la novela había pasado. Opinaba que, hoy, la novela no satisface las expectativas sociales, suplida por la televisión, un medio que llegó a fascinarle "como instrumento de poder, de organización del mundo, pero también de desorganización, mal utilizada".

Catedrático de Derecho Político antes de la Guerra Civil, crítico literario, profesor de Literatura en Estados Unidos, editor y traductor, Ayala se consideraba ante todo un escritor, alguien que narraba por placer y con libertad porque nunca vivió de su vocación, lo que le mantuvo "siempre libre". Junto con Ramón J.Sender y Max Aub, estaba considerado uno de los grandes de la literatura del exilio, aunque él, que pasó 37 años en el destierro, siempre rechazaba que hubiera una literatura del exilio, ya que éste "no fue homogéneo, había puntos de partida diferentes y situaciones distintas", algunas como la suya "de lujo".

Volvió a España calladamente, en 1960, y, poco a poco, su obra empezó a ser reconocida. Sus escritos se publicaron; en los 80 fue elegido académico de la Lengua, doctor honoris causa por varias universidades, y recibió el Premio Nacional de Literatura. En los 90 le concedieron el Cervantes y el Príncipe de Asturias de las Letras. Cuando en el 2002 cumplió 96 años y presentó la reedición de Cazador en el alba, aseguró que seguir viviendo no era "un mérito personal, sino un mérito de la Naturaleza". Después, en su centenario, sopló ese día, el 16 de marzo, sus cien velas junto a su familia y de forma tranquila y desapasionada. "Agradecido y emocionado", decía que su vida "había terminado", que no le quedaba futuro. "Sólo un presente congelado".

Si la juventud está en el alma, Ayala murió siendo un joven de 103 años, y con una mente lúcida que fascinaba a todo el que se acercaba a él, especialmente a los jóvenes, por los que sentía predilección. Pero el mito de Fausto no lo tentaba y aseguraba que "por nada del mundo" regresaría él a esos primeros años, porque, "a pesar de algunos reconocidos errores y de las tonterías que uno pueda haber hecho, no querría volver a empezar de nuevo".