pamplona. Es uno de los arquitectos más veteranos de la Bienal. Imagino que habrá sido testigo de la evolución en la manera de hacer arquitectura en Chile, su país. ¿Qué destacaría de lo que se está haciendo ahora mismo allá?

Destacaría algo de lo cual esta Bienal da cuenta, y es el talento y las posibilidades que ha abierto la gente más joven. Yo diría casi jovencísima, para una profesión como la de arquitecto, que está tan vinculada a la experiencia. En esa nueva generación hay arquitectos con una obra que, si bien puede no ser muy importante en metros cuadrados o en cantidad, sí es de una gran calidad. Es una arquitectura muy de autor, y con un gran compromiso por mostrar que puede mejorar la calidad de vida.

¿Se mira ahora más por lo social?

Siempre se ha mirado por eso. En cualquier proyecto arquitectónico hay una necesidad o una idea global de ser una respuesta social. Lo que pasa es que en sociedades como las latinoamericanas, donde el conflicto social es un conflicto de clases, de clases marginadas, que es transversal a los países y cruza todas nuestras sociedades con una masa de gente poco preparada, que accede a malos trabajos, etcétera, entonces esa necesidad es más evidente que en otras ciudades. Para qué hablar de lugares como Pamplona, donde uno ve un nivel increíblemente parejo... donde no existe el fenómeno de la periferia pobre ni el chabolismo, que en nuestras ciudades sigue existiendo. Aunque en Chile ha habido un programa de desarrollo de vivienda social, propiciado por el Estado, que ha dado muy buenos resultados en el sentido de dar vivienda y, sobre todo, conectar a las familias a las redes básicas. Hoy por hoy, el 98% de la población chilena tiene agua potable y alcantarillado. Desde aquí puede parecer una tontería, pero para nuestra sociedad es sumamente importante.

¿Qué les queda por lograr?

Todavía nos falta, y creo que esta generación joven es el paso que tiene que dar, conectar a la población no sólo a las redes de infraestructura, sino a las redes estructurales: de la ciudad, de transporte, educación, bienestar social, ocio y cultura.

¿Se va recuperando Chile del terremoto que sufrió el año pasado?

El terremoto fue muy fuerte, afectó a una gran zona del país, y fundamentalmente a un patrimonio agrícola extenso, que si bien podía ser materialmente precario, era una estructura que el país había heredado del siglo XIX, muy magnífica como organización del territorio. Eso ha sufrido muchísimo. Por lo demás, en los nucleos urbanos la destrucción ha sido fundamentalmente de elementos precarios de infraestructura que se habían hecho en el último tiempo. La imagen de nuestras ciudades ya estaba bastante deteriorada antes del terremoto, por la especulación con respecto a los territorios centrales de estos pequeños pueblos, transformados casi en cáscaras de servicios, y por la falta de desarrollo de estructuras urbanas y de equipamiento. Un caso patético en el que hubo gran cantidad de muertos fue el de la isla de Orrego, en el pueblo de Constitución, que no es tan pueblo, tiene unos 40.000 habitantes, a miles de los cuales les pilló el tsunami el último día de verano en una fiesta en una isla, de donde la gente no pudo escapar. No había ninguna infraestructura ni nada que se destruyera, sino que sencillamente no había cómo salir de allí a las tres de la madrugada, para cinco o seis mil jóvenes que estaban en una especie de botellón, incomunicados.

¿Eso ha hecho repensar la arquitectura del lugar?

Sí, pero se encuentra uno con una dificultad en los nuevos planes de reconstrucción del gobierno, y es que mucha gente que perdió viviendas o lugares de primera fila, y que tuvo capacidad de escapar del tsunami, ahora dice: total, no nos morimos, no perdimos la vida, las cosas materiales no importan; las podemos volver a hacer aquí mismo si en 25 años más ya no hay peligro… Hay un conflicto de normativa de regulación que implicaría expropiar esos terrenos, lo cual vuelve más costosa y más lenta la reconstrucción. Como siempre, hay que poner de acuerdo a la gente.

Usted nació en San Sebastián, considerada una de las ciudades más bellas. ¿Cómo valora su urbanismo y su arquitectura?

Además de ser una ciudad muy bonita, San Sebastián es una matriz geográfica muy muy privilegiada, donde si bien a lo mejor no hay grandes obras destacadas de arquitectura, a excepción hoy en día del Kursaal, o antiguamente el Club Náutico, sí hay una urbanización muy destacada y muy agradable. San Sebastián es privilegiada: tiene la playa, los montes, el río... A mí, en el hecho de haber estudiado arquitectura, me influyó el cariño con el que mis padres hablaban siempre de San Sebastián. No hablaban mucho de España, pero sí de San Sebastián. Por ese aprecio que le tenían, siempre he considerado importante, como arquitecto, cómo lograr que el ciudadano se involucre en el cariño por su ciudad.

Hoy está muy de moda en la arquitectura el término 'sostenible'...

Cada cierto tiempo, en la arquitectura, que de alguna manera se sigue pensando como arte, parece que hay que inventar algo nuevo. En otros tiempos se podía hablar de la prefabricación para bajar costes, hoy se habla de sostenibilidad, sustentabilidad o edificios ecológicos. Sin embargo, esa es una preocupación que siempre ha tenido la arquitectura. Siempre se ha preocupado por protegerse del ambiente y proteger el ambiente. Deberíamos hacer caso a lo que la arquitectura ha hecho caso siempre: en los climas con calor, no hay que exponer los cristales al sol; en los climas con frío, hay que tener un muy buen aislamiento interior y exterior, y eso previo a paneles solares, etcétera. Por ejemplo, hace unos seis años nos tocó hacer un edificio de oficinas para un ministerio público, y se hacía hincapié en que el edificio debía gastar menos, ser sostenible. Era en un tiempo en que en Chile y todas partes se hablaba de los edificios inteligentes, los que se manejan de forma centralizada a partir de un sistema de robotización de las instalaciones, etcétera. Y yo les propuse: mira, hagamos un edificio tonto para gente inteligente, no un edificio inteligente para gente tonta. Y lo que propusimos es que cada persona tuviera la capacidad de manejar su ambiente, en función de elementos sencillos como poder abrir la ventana para ventilar, poder tener una persiana si uno quería que no le diera el sol, o una cortina si uno quería que no entrara tanta luz... Los costos se fueron al suelo con eso.

¿Cree que se aprovecha lo suficiente la capacidad de reutilización y recuperación de edificios? Se tiende más a la nueva construcción...

Yo creo que la arquitectura y los gobiernos de cada época tienen que cuidar su patrimonio, pero también construir un nuevo patrimonio. A veces la recuperación de edificios es mucho más costosa que la nueva construcción... En cualquier caso, las ciudades, como las personas, se merecen los recuerdos. Se merecen que el patrimonio se cuide y pase a ser parte del imaginario colectivo.

¿Un ejemplo de buena arquitectura?

Pues mira, ya que estamos en Pamplona, la obra de la periferia, de las murallas y los baluartes, y del lado del río como una manera de crear paisaje, de crear verde, y de airear el casco viejo de la ciudad, la veo notable. Y también me ha llamado la atención la nueva estación de autobuses, todo lo que es terriblemente conflictivo metido ahí debajo, y arriba una especie de explanada y de parque... uno puede decir que no parece una estación de autobuses, pero eso es magnífico (sonríe).