pamplona. Koké Ardaiz talla la naturaleza -los troncos de los árboles- para dialogar con la vida. Y esas conversaciones se centran en asuntos esenciales como la familia, el disfrute al aire libre y en buena compañía o esas tradiciones a las que, de tan cerca que las tenemos, muchas veces no prestamos la debida atención. "Me interesa lo de aquí. Lo que tenemos en casa es muchas veces lo que menos conocemos", dice el artista, que descubre su obra hasta el 24 de febrero en la planta baja de la Sala de Armas.

Es la primera exposición individual en la Ciudadela de este creador nacido en Obanos en 1943 y que tiene casa-museo en Puente la Reina. Bajo el título Árboles, troncos y albures, la muestra combina obras con volumen y tallas de pared. Todas las piezas están realizadas en maderas autóctonas: cerezo, nogal, pino y roble. "La madera ha sido mi principio y será también mi final. Es el material con el que más a gusto me siento, mucho más caliente y agradable de trabajar que la piedra", cuenta Koké Ardaiz. La exposición reúne obras desde principios de los 90 hasta hoy, una época -la actual- en la que el creador se siente especialmente "a gusto" en la escultura. "Los encargos ya se los paso a mi hijo Aingeru, y así tengo más libertad para hacer ahora lo que siempre he querido", comenta en alusión a esas figuras, algunas monumentales -las hay de hasta 2,15 metros de altura-, que se levantan entre los visitantes alimentando su curiosidad y su asombro, y empatizando con ellos, porque al final, no somos tan diferentes: a todos nos gusta ir de paseo, jugar -con los niños o al mus...-, conversar o mirar al sol. Entre las obras con volumen destaca el tema de la familia y la maternidad, mientras que los relieves de pared reproducen rincones de localidades navarras como Larraga, Artajona, Mendigorría, Ujué, Sada, Saragüeta, Santacara o Tiebas, junto a otros detalles de Puerto Rico, Galicia o Tauste.

En el caso de las esculturas exentas, tal y como explica el autor, "prácticamente casi todas parten de un mismo tronco". Muchas veces es la propia forma del árbol la que sugiere al artista "algo", y en ese caso va "directamente a dibujar sobre el tronco". En otros, realiza una pequeña maqueta previa y cuando ya va teniendo claro el motivo -nunca del todo, porque va variando según lo que la propia naturaleza le pide-, se vuelca en el trabajo de herramienta con el formón, la gubia "y, si hace falta, la sierra, el hacha o la azuela", cuenta Koké Ardaiz, quien lamenta que la naturaleza no se cuide como se debería. "Para empezar, tendrían que cuidarla los agricultores, y llevan en el culo la caldera del veneno", dice, y se pregunta y se responde con preocupación: "¿Qué comemos? Veneno". Por si hemos olvidado de dónde venimos, el escultor nos lo recuerda en esta exposición con un curioso árbol de gusanos: "Al final no somos más que eso, gusanos, por mucho que nos pasemos la vida produciendo y ganando dinero".