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Soberbio orfeón Orquesta Sinfónica de Euskadi. Orfeón Donostiarra.

Soprano: Carmen Romeo. Mezzosoprano: Adriana di Paola. Tenor: Shi Yijie. Bajo: Sávio Sperandio. Director del coro: José Antonio Sainz Alfaro. Director: José Miguel Pérez Sierra. Programa: Stabat Mater de Arriaga. "Antiche danze ed arie" de Respighi. Stabat Mater de Rossini. Programación: ciclo de la orquesta. 9 de marzo de 2013. Sala principal del Baluarte. Lleno.

Rossini se enfrenta a la famosa antífona del Stabat Mater ("Estaba la Madre dolorosa, junto a la cruz,?") con la expresividad del drama operístico y, también, -como ocurre en el Miserere de Eslava- con el deseo de quitar dolor al texto: el aria del tenor, por ejemplo. La obra, absolutamente narrativa del acontecer religioso, esta llena de hallazgos melódicos, de contrastes entre lo espectacular y lo recogido; pero es, sin duda, el penúltimo número, el cuarteto coral a capella "Quando corpus morietur", la cima de la obra. Es cumbre, también, para cualquier coro que la aborde. A mi juicio el Orfeón Donostiarra ofreció una versión impecable: por la intensidad, el recogimiento, el carácter religioso, la intimidad no sólo en los tramos de matiz piano, sino en el siempre controlado fuerte. Técnicamente su belleza polifónica se basa en la diferenciación de las voces, que, a su vez se funden como una sola en cada cuerda. Precioso color el dúo sopranos-altos. Equilibro entre las cuerdas. Claridad en la percepción de los textos, con impecable pronunciación de las labiales finales. Muy bien acomodada la regulación y el acento al fraseo, y contrastado volumen, pero sin estridencias. Todo para crear emoción en un público que ni respiraba. Pérez Sierra hizo una versión bien planteada, en la que dejó cantar, sin tampoco demorar el tempo. Quizás faltó haber retenido más el volumen de la orquesta, en algunos momentos. Shi Yijie, tenor, tiene una voz excelente para Rossini; de timbre algo nasal, al principio, sin embargo canta con gusto y frasea al piano con delicadeza; aún con indudable carácter, no se dejó llevar por la ópera y supo rezar. Fue brillante y homogénea, en timbre y volumen, su famosa escalada al re sobreagudo. Carmen Romeo acentuó el carácter un tanto dramático de su voz en sus intervenciones, dando énfasis a unos graves, francamente poderosos. Adriana di Paola también se mueve bien en una tesitura amplia, pero de menos volumen. Sávio Sperandio, con aportar una voz destacada, resultó el más brusco en el fraseo; totalmente volcado hacia el carácter operístico más que al religioso. Los solistas compusieron unas intervenciones concertantes muy atinadas, perfectamente llevadas por el director.

Abrió la velada el Stabat Mater de Arriaga: de infrecuente ejecución. Es una obra de más abrupto fluir que otras del compositor bilbaíno. Ofrecida con una nutrida orquesta, da la sensación, sin embargo, de que el coro queda poco arropado, un tanto desasistido. Es, sin duda, otra faceta del compositor. Las voces masculinas del Orfeón resolvieron su compromiso, con los matices en piano, como mejor cualidad.

La opulenta orquestación de Aires y Danzas antiguas que hace Ottorino Respighi en su suite número tres de las piezas para laúd fue lucimiento para la cuerda de la orquesta. Pérez Sierra consiguió de los profesores densidades compactas y espesas para una música nacida para el punzante laúd y que, aquí, llega a resonancias oceánicas. Una partitura que, aún colgada entre dos Stabat Mater, sirvió para escuchar nítido y aterciopelado el sonido de las violas, potente y frondoso el fragor de la cuerda grave, y, sobre todo, la agradable envoltura del empaste cordal. Un concierto aplaudido y vitoreado al finalizar Rossini.