Intérpretes: Mikhail Kopelman, violín. Boris Kuschnir, vilín. Igor Sulyga, viola. Mikhail Milman, violonchelo. Elisabeth Leonskaja, piano. Programa: Obras de Ravel, Debussy, Szymanowski y César Frack. Programación: Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Gayarre. Aforo habitual del abono: lleno el patio de butacas, menos de media entrada el resto. 21 de mayo de 2013.
en principio, la programación del último concierto del ciclo de cámara del Gayarre se me antojaba un tanto dispersa y deslavazada, sobre todo en la primera parte. Una pianista de las históricas, haciendo por su parte un pequeño recital, mientras las sillas del cuarteto permanecían vacías. Luego, un cuarteto, excepcional, sin contar con la pianista. En vez de haber programado -como se hizo en la segunda parte- un cuarteto con piano. Formación ésta que se prodiga muy poco en las programaciones. Para mí hubiera sido lo mejor. Sin embargo, esa presentación, por separado, de los dos mundos instrumentales -cuarteto y piano-, nos deparó momentos deliciosos que nos sirvieron para constatar la buena forma Leonskaja; y que los Kopelman son uno de los mejores cuartetos del mundo.
Abrió la velada la pianista georgiana con unos Valses nobles y sentimentales de Ravel en una versión muy personal: estamos acostumbrados a escuchar esta especia de deconstrucción del vals con sonoridades ampulosas, grandes, un tanto retenidas en el tempo; sin embargo Leonskaja los hace muy transparentes, sin cargar las tintas, impresionistas y volátiles; delicadísimos. A continuación, -y sin que constara en el programa- tres preludios de Debussy: Le vent dans la plaine y La Fille aux cheveaux de lin -ambos del libro primero-; y Le flux d'artifice, del libro segundo. Y los hizo en la misma tesitura preciosista que en Ravel. Sin embargo, de los tres preludios Opus 1, programados, de Szymanowsky, solo tocó el número 7, el moderato: un Szymanowsky muy chopiniano, de primera época, irreconocible en su posterior estilo.
El cuarteto que lidera y da nombre el violinista Mikhail Kopelman se presentó con el cuarteto de cuerda número uno de Szymanowski: una obra maestra de la escritura camerística, interpretada de forma magistral. No se puede decir otra cosa. Los componentes de la formación son maestros consumados, pero es que, además, utilizan unos instrumentos de una calidad también excepcional -Kopelman, un Stradivarius-. A una afinación impecable, de extremada dificultad en algunos pasajes de Szymanowsky -a menudo en el tramo agudo del mástil-, se unía siempre un resultado sonoro cálido y redondo, muy bien empastado cuando la obra lo requería, o en diferenciado contraste tímbrico en otros momentos, todo cargado de matices. Ciertamente el violín primero -Kopelman- se enfrenta a sonoridades que en cualquier otro violinista serían hirientes -por las tesituras- y que, junto a sus compañeros, solventa creando atmósferas de increíble belleza. Los diálogos a dos, además de los solos, son de igual calidad. Por ejemplo, el dúo en las alturas de los dos violines en el andantino; o el diálogo entre violín y viola. En fin: un descubrimiento de autor e intérpretes.
La segunda parte la ocupó el extenso quinteto de César Franck. "Cuanta música de tan poca gente", sería el resumen de su versión. Si César Franck escribe con renglones casi sinfónicos, el cuarteto Kopelman responde sin que se eche de menos la sonoridad de una orquesta. Y la señora Leonskaja, que no quita las manos del teclado los cuarenta minutos que dura la obra, se incorpora a la redondez de la cuerda con unos volúmenes y una sonoridad conjuntada, complementaria, totalmente integrada en la respiración y planteamiento del grupo. Todo fue un alarde de regulación de la nada al todo, -y viceversa-, de sutileza después de la tempestad sonora, de fortaleza siempre en el discurso sonoro, de tensión absoluta durante toda la representación que hace Franck de las posibilidades del cuarteto con piano. Excelente concierto, muy aplaudido al final, y al que el cuarteto añadió de propina un intermezzo -opus 57- de Shostakovich. Quizás el concierto del ciclo.