pamplona - Dirigido por Manuel de Benito, el actor desplegará sus años de tablas en una ciudad a la que entregará su corazón y a la que se siente especialmente unido. No en vano, aquí conoció a su mujer, la también actriz Patty Shepard, que falleció en enero del año pasado. En esta ocasión, de Blas pondrá su oficio al servicio de esta historia que gira en torno a las pasiones más elementales y que rinde tributo al bardo de Stratford-upon-Avon cuando se cumple el 450º aniversario de su nacimiento.

¿Cómo surgió este proyecto?

-El verano pasado y el anterior hicimos los sonetos de Shakespeare en el festival Clásicos de Alcalá. Hasta entonces apenas se habían hecho en España y nos lo pasamos tan bien, fue tan bonito y al público pareció gustarle tanto el espectáculo que Manolo (de Benito) se puso a buscar algo parecido.

Y encontró este poema narrativo de Shakespeare.

-Así es. Shakespeare tiene dos grandes poemas narrativos. Uno de ellos, La violación de Lucrecia, precisamente lo está representando Nuria Espert, y el otro es Venus y Adonis. Este texto es una bomba de belleza. Lo escribió en una época en la que había una epidemia de peste terrible en Londres que provocó que se cerraran hasta los teatros, de ahí que nosotros hayamos llamado La peste 1593 a nuestra propuesta.

Para cualquier actor, decir las palabras de uno de los más grandes autores que han existido es un lujo.

-Todo un lujo. Los textos buenos ayudan muchísimo, aunque por supuesto hay que intentar estar a la altura de ellos. Te sugieren el lenguaje y concretamente este me dejó alucinado. Cuenta una historia de amor loco, amor fou de lo más fou que he visto nunca (ríe). Muestra la pasión absolutamente descontrolada de Venus por Adonis y la cosa digamos que acaba mal. Antes de empezar haremos una pequeña introducción para situar al público. Como la gente sabe, la estrella de la mañana es Venus y está sola en el infinito, adonde se alejó transportada en un carro por unas palomas cuando su amor acabó de manera tan trágica. ¿No me digas que esta imagen no es bellísima?

Bella y triste.

-¿A que sí? Shakespeare cuenta tan bien todos estos sentimientos...

¿Y cómo es eso de que el joven prefiere irse a cazar?

-(Ríe). Pues es el juego de Shakespeare. Adonis es joven y solo le gusta cazar. Venus le acosa y él se ve superado por toda la situación.¿Cómo hace para trasladar todas estas situaciones en una lectura en la que está solo sobre el escenario?

-Como he comentado antes, este autor te ayuda. El juego, el proceso, las descripciones son tan buenos que de alguna manera estás narrando un cuento, una película que has visto. Como cuando éramos pequeños y alguien nos contaba algo que había vivido. Además, los sentimientos de este texto son muy de verdad. Por supuesto que la obra tiene mucha poesía, pero a la vez contiene emociones muy reconocibles. Todos hemos sentido en algún momento algún amor loco y quizá también eso de que alguien a quien no queremos insiste demasiado como Venus (ríe).

¿Qué cuenta de la música?

-Pues que parece escrita para el espectáculo. Manolo ha trabajado mucho este aspecto y ha encontrado melodías que van desde Puccini a otras totalmente desconocidas. La banda sonora es perfecta.

¿Y las proyecciones?

-Son muy bonitas y sirven para situar un poco el espacio donde suceden las cosas. La proyección de un bosque ayuda a ubicar al espectador, primero en el lugar donde se produce la persecución amorosa y luego en el mismo sitio, pero distinto, con la presencia de los animales salvajes, el jabalí entre ellos, que es el causante de la tragedia. Todo el montaje es bellísimo y a la vez muy cercano.

Han elegido Pamplona para estrenar.

-Y estoy encantado por ello. Pamplona es una ciudad a la que le tengo un cariño muy especial por una razón tan sencilla y tan importante como que allí conocí a Patty Shepard, la persona con la que he compartido 45 años de mi vida y que desgraciadamente ya no está. Fuimos a rodar Cita en Navarra, un semidocumental sobre una chica extranjera y un joven de Pamplona del que hacía yo, que doy muy bien como chicarrón del norte (ríe). Vivimos los Sanfermines de aquel año y luego recorrimos toda Navarra, visitando rincones maravillosos. Para mí es un recuerdo muy bonito porque fue el inicio de mi historia personal con mi mujer, así que Pamplona tiene un lugar en mi corazón.

Inicia este proyecto justo cuando acaba de finalizar otro montaje teatral, Oficio de tinieblas.

-De hecho, el domingo pasado hicimos la última función de esa obra en la sala pequeña del María Guerrero. Es un texto de José Ricardo Morales, un autor español exiliado de la Generación del 27 que aun vive, con 99 años, en Chile, y ha sido una experiencia maravillosa y muy difícil porque actuábamos a oscuras y el público solo nos oía. Los actores somos unos privilegiados, algunos dioses juguetones nos han tocado con este don de poder interpretar estas historias y hacérselas llegar a la gente.

A oscuras, ¿le gustan los desafíos y experimentar?

-Siempre me han gustado, aunque si te especializas en desafíos no sobrevives y, por lo tanto, no puedes seguir desafiando. A veces tienes que hacer cosas más normales, como las series de televisión, que también están muy bien si se hacen con dignidad. Es la forma de poder lanzarse a hacer otros trabajos cuando puedes. No te digo más que yo cuando tuve compañía produje un Samuel Beckett (ríe). Eso sí, respeto a todo el mundo, y si alguien quiere montar La venganza de don Mendo, pues perfecto.

Ha hecho mucho cine y televisión, aunque nunca se separa por largo tiempo de las tablas, ¿es el teatro su elemento natural?

-No sé, quizá sí, sobre todo por una razón: los textos. El teatro permite una penetración en el alma y la condición humana, que otros medios no alcanzan. Hay directores en la historia del cine que han ido por esos caminos profundos, pero no son muy vistos, porque ese medio impone un ritmo. Y a la televisión le pasa algo parecido, es un medio concebido para mucha gente. Además, a cualquiera de nosotros nos pasa que un día nos apetece ver una película de Bergman y otro día no, así que hacemos zapping y buscamos algo más ligero.

En los últimos años le han asignado varios papeles de villano y ya apetece ver a Manuel de Blas en una comedia.

-¿A que sí? (ríe). Además, estoy convencido de que lo mejor que he hecho en el teatro ha sido la comedia. Es más, tengo el Premio Nacional por La señorita de Trévelez. Lo que ocurre es que a los espectadores les encantan los malos, suelen ser los personajes con los que más se quedan, sobre todo si los haces bien. En mi caso, había tenido una racha aristocrática en la que hacía de duques y condes y en la que hasta interpreté a don Juan de Borbón y de pronto me dieron un personaje de malo en El Internado. Bueno, no era tan malo, yo le defiendo (ríe), era un cazanazis. Tuvo éxito y a partir de ahí he hecho algunos más, como el de Gran Reversa: El origen, el tío más repugnante que he hecho nunca, aunque le di un toque simpático. Era machista, ambicioso, pero a la vez tenía un toque atractivo, seductor (ríe).

Lo importante es seguir trabajando y que no se cierren los teatros como sucedió en aquella peste de 1593 y que esta vez podría traducirse en epidemias que asolan la cultura desde distintos frentes.

-Eso espero. El momento que vive actualmente el teatro es muy difícil. El teatro es un reflejo de la propia sociedad y, como todos los sectores, atraviesa una situación complicada debido a una crisis que no solo es española. Lo peor no es la crisis económica de aquí, sino la de Europa entera, y eso ya es más preocupante porque convulsiona todo lo demás. No hay más que ver los resultados de las elecciones del domingo, para mí no son sorprendentes, sino lógicos. La gente está cansada, busca una salida a todo lo que está sucediendo y la única forma que tenemos de poder influir es ir a votar. Afortunadamente, hoy estamos en una democracia y no como en los viejos tiempos de la dictadura, donde no había forma de intervenir.