pamplona - Con el título, La lengua de los secretos, el autor vizcaíno se refiere al euskera, ese idioma que sirvió a cuatro hermanos, Martintxo, Paulina, Matilde y Lucas para comunicarse durante su peripecia en solitario, perdidos de su familia y de su pueblo en plena Guerra Civil. Pero también alude al canal de comunicación que Martín Abrisketa ha establecido con Martín Abrisketa padre a través de esta novela. Los dos, tres si contamos a Martintxo, van alternando historietas, recuerdos y emociones en estas páginas que condensan una complicada, profunda y hermosa historia de amor escrita desde el abismo.
La novela empieza con una declaración de principios: “Tengo el placer y la obligación vital de...”-Nunca había escrito un libro, no sabía hacerlo y no conocía la receta. Ponerme a ello era un salto al vacío en toda regla. Así que lo que hago al principio es, como dices, una declaración de principios, pongo por escrito lo que quiero y debo hacer. En ese momento explico que no sé si voy a saber llevarlo a cabo, aunque tengo la determinación porque para mí supone prácticamente la supervivencia.
Porque La lengua de los secretos surge de una crisis muy fuerte.
-Sí, había caído en una depresión que ahora sé que fue maravillosa. En una charla, el otro día vino una psicóloga a felicitarme y a decirme que, por ejemplo, los orientales piensan que las depresiones son oportunidades para dar golpes de timón y encaminar tu vida hacia donde debes. Y, básicamente, esta novela es eso. Una crisis me empujó a hacer lo que nunca me había atrevido a hacer, que es trasladar la historia de mi padre como él me la había contado, con su magia y su perspectiva de niño, y a atreverme a decirle cuánto le quiero, que nunca se lo había dicho.
En efecto, en ese prólogo comenta que no sabe si será capaz de realizar el empeño que se ha marcado, pero cuando una lee la novela percibe que no puede dejar de hacerlo.
-Es que llega un momento en que la novela es una tabla de salvación. Me refugio en ella. Y se convierte prácticamente en un nuevo mundo. Una novela, creo que todas, acaba siendo una realidad paralela y el escritor, yo, que nunca había querido serlo, acabo refugiándome en la infancia de mi padre, trato de mirar con la magia con la que miró él y ver que mis problemas, por muy grandes que sean, no son tantos como para sufrir de esa manera. La propia percepción mágica del niño que se aleja de la guerra jugando porque no entiende, porque se confunde, me aleja de mi propia guerra contra mí mismo.
¿Contar esta historia le salva?
-Me salva, pero a la vez me exige todo. He dejado mucho en esta novela. He dejado de vivir durante cuatro años. Me ha obligado a darlo todo y me ha llevado hasta el límite. Eso me tranquiliza porque sé que he hecho lo que debía y estoy en paz conmigo mismo. Eso sí, ahora tengo que continuar el camino, porque hay muchas otras paces que lograr, pero esta era la básica: el vínculo que me une a mi padre, a mi familia, al amor.
Leyendo los comentarios que se han escrito sobre la novela casi todos se refieren a que se trata de la peripecia de unos niños de la guerra, pero parece que ante todo es una historia de amor escrita por una persona que creía que no sabía amar y que pensaba que no merecía ser amado.
-Es la historia de un niño que no sabía llorar y la historia de otro niño que no sabía amar, que somos mi padre y yo. A mí esta novela me ha enseñado a amar. Siempre he amado, pero las circunstancias de la vida, los golpes, me llevaron a un punto crítico, y a él le llevaron a otro lado. A superar, a engañarse, a imaginar, a convertirse en un héroe muy grande, y eso es muy bonito. Y cuando te arrimas a un héroe tan grande aprendes a amar. El amor a los padres o a los hijos es básico; luego todos los amores siguientes deberían ser más sencillos.
En un momento del libro dice que hay que saber amar y expresarlo es de personas fuertes.
-Es que creo que es lo más difícil y lo más bonito del mundo. Algunos creen que amar te pone en una situación de fragilidad, de debilidad respecto al otro. Nuestros abuelos y nuestros padres son generaciones muy fuertes que sobrevivieron a demasiadas cosas y de ahí aprendieron aquello de “cuidado con el amor”, porque en cualquier momento puede pasar cualquier cosa. Por eso intentaron hacernos fuertes. Al menos mi padre, porque mi madre es todo lo contrario. Y más a los chicos que a las chicas, que parece que están más vinculadas al amor, seguramente porque son las que más lo han dado. Un hombre sensible hasta hace poco se veía como raro, cuando, en realidad, lo que te hace fuerte es el amor, es lo que te da confianza en ti mismo. El amor es más necesario que comer. Por amor se hacen muchas cosas, hasta escribir novelas de 500 páginas.
Estas páginas le han servido, precisamente, para acercarse a su padre y romper nudos y malentendidos cuyo origen sitúa en la infancia, en una reunión con un profesor sobre sus resultados académicos.
-Yo lo localizo ahí, aunque no sé si es así. He hecho una especie de autopsicoanálisis y creo que todo empezó en ese momento. Yo era un niño como él, un poco dado a la imaginación y en mi caso en concreto podía ser tomado por tonto perfectamente. Y de mayor he seguido un poco en la misma línea. La imaginación es un don y un trauma a la vez. Antes de aquella reunión, mi padre aceptaba que si yo era así, tonto o no, no pasaba nada. Pero, claro, el profesor le dijo que yo era listo, pero que no me esforzaba lo suficiente y, claro, se le despertó el instinto; para él, ser vago era lo peor del mundo. Entonces empezó a exigirme algo que yo no podía darle. Pero eso es porque no le enseñaron a ser padre, simplemente estaba luchando contra mi naturaleza y yo contra lo que él me quería imponer. No le entendía, reaccionaba ante lo que me decía, llegué a pensar que le odiaba... Y seguro que él pensaba que yo pensaba que me odiaba... Poco a poco fueron creciendo los malentendidos y nos fuimos alejando.
¿Cómo ha recibido su aita y el resto de la familia la novela?
-Muy bien. La novela fue un secreto muy bien guardado que apenas conocían mis padres, mi hermana y ocasionalmente alguna persona más. Y ellos la percibían casi como un modo de saber cómo estaba el enfermo, porque es así como me veían entonces. Así que mi padre esperaba siempre los capítulos bises, los del presente, porque los de su infancia ya los conocía. Y los han recibido muy bien. Ahora creo que los malentendidos se pueden arreglar según cómo digas las cosas. Escribiendo tienes mucho tiempo para pensar cada palabra, y ellos me han entendido porque he pensado muy bien en cómo decir cada cosa. La novela al final no ha sido una catarsis solo para mí, sino para toda la familia. Cuando sabes que alguien que ha callado tanto por fin habla, todo el mundo comprende. Mi vida ha dado un vuelco, todas las presentaciones están siendo emocionantes. Hace poco estuve en Logroño con un grupo de señoras de un club de lectura y me empezaron a preguntar por mi familia, por mi hermana... Ellas lloraron, yo lloré y al acabar una de ellas me dio el abrazo más grande que me ha dado en la vida un desconocido. La gente ha conectado con las emociones del libro y a mí me resulta difícil controlarlas, tengo que aprender a hacerlo.
La peripecia que vivió su padre junto a tres de sus hermanos durante la guerra es tremenda. ¿Hay que hablar de esas cosas, mostrar las heridas para curarlas?
-Sí, pero no tanto mi padre, porque como siempre habló de lo sucedido nunca tuvo un trauma ni sintió rencor. Es una persona muy sabia. Pero me estoy encontrando con personas que sufrieron mucho, que perdieron seres queridos y nunca han podido contarlo. Y creo que deben contarlo sí o sí, es bueno para su dolor, para esa herida que van a llevar siempre, pero sobre todo porque esa memoria es nuestro patrimonio.
Antes de que se nos vayan...
-Claro. Es una generación enorme, le debemos muchísimo. Ya ha llegado el momento no solo de desenterrar y enterrar a las personas que están mal enterradas, sino de desenterrar la memoria, los recuerdos, las aventuras o el dolor.
Este libro nació de una necesidad vital, ¿habrá otro?
-No lo sé. Igual vuelvo a escribir cuando me enamore, así, sencillamente, o cuando me enamore de una historia que tenga que contar. Pero he dedicado muchos años de mi vida a esta novela, ha sido duro y ahora quiero crear mi familia, y esto es mucho más importante que escribir. La mayor novela que existe es la vida.
Bernardo Atxaga ha comentado que esta es una novela “fuera de serie”. ¿Cómo se toma estas palabras?
-Uf, ya le he escrito para agradecérselo. Me quedé alucinado. Le dije que él me metió un lagarto en la cabeza hace muchos años y ese lagarto me ha comido parte del cerebro, la más lógica, haciéndome creer que yo podía escribir. Él me dice que habría acabado escribiendo este libro igualmente, pero yo no lo creo. Todo lo que envuelve esta novela es magia. Y es una historia de supervivencia que sirve para ayer, hoy y mañana. Siempre habrá Martintxos metidos en medio de una guerra.