El pasado 9 de julio murió Retana, el pintor. Mi padre, nuestro padre. Nació en Vitoria el 21 de mayo de 1924 y por lo tanto ha muerto con 91 años, que son muchos aunque a nosotros nos hayan parecido pocos. Aprendió a mezclar colores como pintor de brocha gorda, oficio del que nunca renegó y a dibujar, quizás, en los dos años que a duras penas pasó en la escuela de Artes y oficios de Vitoria. Lo demás fue aprendizaje silvestre. Se definía como pintor autodidacta y sin duda lo era pero en eso medió más la obligación que la devoción. Ganó su primer premio en Vitoria en 1956 y realizó su primera exposición individual en Pamplona en 1959, año en que decidió tomarse la pintura en serio, de la que nos hicimos eco medio siglo después con una réplica, Del Ega al Arga, cincuenta años de la pintura de Retana. Su primer estudio lo tuvo en el palacio de los reyes de Navarra, en Estella, rodeado de los cuadros de su paisano Gustavo de Maeztu y el segundo y más fecundo llegó con la compra de la finca El Pedregal, el año de mi nacimiento, donde todo en derredor es cuadro de Retana. En 1963 expuso en Madrid y en 1973 en París, en la que sería su primera salida internacional, donde mostró sus óleos de la Navarra tórrida del campo de cereal que tanto me han gustado. Y en ese entretiempo fue miembro del grupo Pajarita de pintores alaveses. Luego vinieron las series de los Molinos de Alcázar de San Juan, de la costa volcánica del Cabo de Gata, que le regaló su arena oscura, del desierto de Almería, pertinaz su querencia por los paisajes desnudos, del Pirineo Catalán donde pintó una nieve que jamás era blanca. Su pintura era color y flirteó con el expresionismo abstracto, pero nunca traicionó su fidelidad al paisaje aunque lo descompusiera. Su última serie completa la realizó en el Campo de Tarragona, donde pasó sus últimas vacaciones junto a mi madre, en su nonagésimo aniversario.
“Llevo un siglo sin pintar”, nos decía cuando sólo llevaba semanas sin hacerlo, pero ese lapso se le debió hacer eterno, aunque fuera corto. Apenas un mes desde que le fallaron por primera vez las piernas.
Tenía programada una exposición de sus últimos trabajos para enero de 2016 en la Ciudadela de Pamplona y cuando la planteamos, componiendo el libro de su vida que habríamos de regalarle por su 90 cumpleaños, jamás se nos pasó por la cabeza que no llegaría a verla y que
nos veríamos obligados a añadir en la portada la segunda y fatídica fecha. No será la que planeamos juntos, padre, pero se convertirá en tu exposición más ambiciosa donde pondremos a la luz de un candil toda tu obra, desde el primer cuadro que vendiste por un duro de plata a la serie de Tarragona que pintaste con aquellos noventa años que parecían invencibles. Agur aita. Agur aitona. Indio joven da la mano a indio viejo.
Gu sortu ginen enbor beretik sortuko dira
besteak, burruka hortan iraungo dute
zuhaitz-ardaska gazteak.