pamplona - Cuando vivió en India, Maribel Medina descubrió que había niños solos por las calles -“la mayoría de ellos sin inscribir”- que desaparecían de un día para otro y nadie sabía qué había sido de ellos. Y tampoco nadie investigaba. Porque no importa. Así de simple. Así de real. Esto, sumado a un reportaje sobre cobayas humanas que leyó hace unos años, es el cimiento de una historia que nos sumerge en una cultura compleja y muchas veces difícil de entender. Un contexto idóneo para los abusos de los ricos sobre los pobres y de los hombres sobre las mujeres.
Después de Sangre de barro, se publica Sangre intocable, ¿cómo afronta este momento?
-Pues con mucha curiosidad. Sangre de barro se ha vendido muy bien y ha tenido muy buenas críticas, pero todo el mundo me decía que ahora tocaba lo más difícil, el segundo, que es la consagración o confirmación de que esta chica vale (ríe) o lo contrario, que no vale nada de nada. También en la editorial me insistían en que lo cuidara mucho y quien se lo ha leído hasta ahora me dice que es mejor que el primero, así que el trabajo ya está hecho.
Lo que está claro es que esta historia es más compleja que la primera.
-Así es, pero, paradójicamente, me ha resultado mucho más fácil escribirla. Este libro me ha salido de dentro, habla de cosas que he vivido, y el otro era más técnico, más frío, me exigió mucha más investigación. En este caso el planteamiento era más “voy a contaros una historia y esta historia comienza en India”.
En ese sentido, ¿era un libro más deseado por su parte?
-En realidad, ha sido casualidad. El primer libro es el que estaba hecho a conciencia, el que era un corte de mangas. El segundo ha sido más una consecuencia del primero, de las ansias de la gente por seguir leyendo, de la editorial, de la agencia, que me animaron a seguir.
De hecho, con motivo de la presentación de la primera novela confesaba que no sabía si iba a haber otro título.
-Es que no era mi intención seguir. Sangre de barro acababa donde acababa y ya está. Pero me animaron y decidí intentarlo, nada más. Y claro, escogí un tema internacional de denuncia, será que soy guerrera y no sé hacer un libro normal (ríe). El otro era thriller y este es novela negra, por el ambiente, por esas calles y ese mundo cerrado de Benarés. Y cuando tenía 100 páginas, por deferencia las envié a Maeva, que se enamoró y al final la he publicado con ellos. Había otras editoriales interesadas, algunas con ofertas muy potentes, pero yo estoy muy a gusto con Maeva y a veces la tranquilidad es más importante que otras cosas. Y encantada, como escribo a trompicones...
¿A qué se refiere?
-Pues a que estoy dos meses sin escribir y no me pasa nada. Creo que no tengo alma de escritora, quizá sí de cuentista, pero poco más. Los escritores con los que hablo me dicen que no saben estar sin escribir, pero a mí no me pasa. A veces incluso me tengo que obligar e imponerme plazos para las entregas (ríe). Es que la vida es tan maravillosa y hay tantas cosas por hacer antes que escribir (ríe).
Nuevamente, la industria farmacéutica está en el centro de la trama principal.
-Sí, aunque son dos temas diferentes. En el primer libro hablaba del dopaje, que es un tema del primer mundo, un pobre no piensa en doparse, y en este caso hablo de las cobayas que utilizan algunas farmacéuticas. Además, se juntaron varias cosas. Por un lado, India, un entorno que conozco bien, y, por otro, resulta que tengo un amigo que trabaja como gerente en una multinacional y que, charlando, un día me habló de la figura del eliminador. Me dijo que todas las farmacéuticas tienen a alguien que se ocupa de borrar el rastro cuando algo sale mal. Normalmente, lo borran pagando, pero a veces también contratan a detectives y a gente que se encarga de investigar y de buscar literalmente en la basura de las personas, ya sean gobiernos o jueces, para silenciarlas.
A estos ingredientes se suman, por supuesto, los protagonistas, Thomas y Laura, cuya relación quedó abierta en la novela anterior.
-Sí. Esta historia sucede cinco meses después y me apetecía ver cómo se encontraban. Me gusta mucho que los personajes evolucionen.
En esta historia, él recorre muchos kilómetros, pero fundamentalmente realiza un profundo viaje interior.
-Exacto, Thomas ya había cambiado algo en el primer libro, pero seguía siendo un poco superficial, y, en esta ocasión, le pasan muchas cosas. Está el viaje a la India, el descubrimiento de su padre como padre y como persona... Su estancia en Irlanda. Ha sido interesante escribir esta evolución.
También cambia lo que hay entre Laura y él.
-No era creíble que la relación entre ellos dos permaneciera igual. Eso sí, aunque desde el principio del libro se ve lo que siente Laura hacia él, también quería que ella no optara por un enamoramiento al uso. Sigo eligiendo a la mujer fuerte, que decide lo que quiere y además explica por qué.
Otra mujer fuerte es Navala, la abogada dalit.
-Navala encarna a la nueva mujer en India, más allá de la mujer vendida, agredida... Hay una nueva clase de mujeres que, muy poco a poco y de puertas para dentro, se va equiparando al hombre. Por ejemplo, Navala elige no casarse, algo impensable, es abogada, trabaja en una ONG... Es una auténtica heroína, teniendo en cuenta que allí la mujer para muchos hombres es menos que un perro, una moneda de cambio.
De hecho, la pequeña Tanika corre ese riesgo.
-Claro, y por eso es tan importante que sus padres, pobres y analfabetos, se empeñen en que su hija estudie. Es que solo a través de la educación se puede salir de eso. En el mundo hay 62 millones de niñas que no van al colegio, datos del mes pasado. ¿Qué va a ser de ellas? Eso me destroza, es descorazonador.
En ese sentido, la novela es dura, ¿no ha tenido la tentación de hacerla más digerible para el lector?
-En absoluto. Creo que es importante conocer al enemigo para luchar contra él. Luego si quieres, no hagas nada, pero tienes que saber que existe. Esta no es una novela de ficción, estas cosas pasan, son absolutamente reales. La vida diaria allí es muy dura y quería transmitirla sin cortapisas, aunque reconozco que me he censurado en algunos temas, como el de los crímenes sexuales. No me sentía capaz de escribir sobre eso.
Y luego ese sistema de castas...
-¡Y lo más curioso es que está prohibido! Pero está tan estructurado que el descastado, el intocable, el dalit está fuera de la sociedad, y tiene unos trabajos... Recuerdo cuando llegué a Juhu Beach, en Bombai, vi cometas en el cielo, saris de colores... me parecía una película. Hasta que me vino uno y me preguntó “¿te hago las cejas? ¿te limpio las orejas?” Fue el primer golpe. Luego vi a los comerratas o a los recogemierdas, que son casi siempre mujeres y cobran unos 4 euros al mes. Terrible. Lo pasé muy mal, en los primeros meses me encontraba tan mal que no me importaba si se morían todos los hombres de India. Ya sé que no es correcto, pero lo pensaba, había visto tanto abuso.
¿Cómo decidió irse a vivir allí?
-No tenía la ONG todavía, pero coincidió que me podía permitir un tiempo y nos fuimos. Como nos vamos a morir, siento que hay que probarlo todo, que tengo que soñar todos los sueños e intentar realizarlos. Conocía a varias personas que habían estado en India y me apetecía ver lo opuesto a mi vida aquí, en Pamplona. Llegué, iba a las escuelas, hablaba con la gente, preguntaba por sus necesidades y siempre trabajé -y trabajamos- con agentes locales. Es mi máxima. No acepto voluntarios, tienen mucha voluntad, pero se marchan.
Se nota que la ONG es una satisfacción.
-Es que no hay nada igual. Es tan reconfortante ayudar a alguien. Yo solo ayudo a mujeres y a niñas porque creo que son las más vulnerables y porque es nuestro tiempo. La historia hasta ahora ha sido escrita por hombres y nos toca a nosotras, así que ¿por qué no luchar por el empoderamiento de la mujer? Si las mujeres gobernáramos el mundo... Nuestras prioridades son otras y empiezan por la sanidad, la alimentación y la educación.