pamplona - Escribir esta novela le ha costado caro. Nada menos que el exilio. Las amenazas que empezó a recibir antes, siquiera, de que el libro se publicara en su país fueron creciendo hasta convertirse en un riesgo para su vida, así que a finales de 2015 tomó la decisión de trasladarse a España, dejando atrás familia, amigos, vida... “Pienso todos los días en mi país”, dice Jorge Galán (San Salvador, 1973), que, sin embargo, no se arrepiente de nada. “Esta historia tenía que ser contada”, añade sobre estas páginas que, si bien se centran en los asesinatos de Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López y López, además de los de su asistente, Elba Julia Ramos, y su hija, Celina, trazan un hilo con dos crímenes anteriores, los del sacerdote Rutilio Grande, en 1977, y de Monseñor Romero, en 1980. Una historia de violencia triste y cruel la de El Salvador, que el escritor define como un no país, “un lugar sombrío en el que no se puede llevar una vida normal”, y en el que la gente aún “es capaz de sentir alegría”.

Esta es su segunda novela después de La habitación al fondo de la casa, ¿por qué escogió este episodio trágico de la historia reciente de El Salvador para escribir un libro?

-Es una historia dura, pero también maravillosa. Es una historia que habla de unos hombres que realmente se sacrificaron por mi país. Es una historia que me había acompañado desde hace más de veinte años y tengo un amigo, el escritor granadino Fernando Valverde, que lo sabía y siempre me preguntaba cuándo iba a escribirla, hasta que de pronto pensé que había pasado ya mucho tiempo desde los asesinatos y que estaría bien contarla.

¿Tuvo que ver que estudiara en la universidad donde sucedió todo?

-Estudié en la UCA (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas), sí, a principios de los 90. Allí la historia se mantiene viva, pero creo que en el resto del país cada vez menos y que la novela también ha servido un poco para devolverla a la actualidad. Cuando empecé a estudiar en 1991 apenas habían pasado un par de años de los asesinatos y había mucha gente que los conoció y que había convivido con ellos, especialmente un profesor, Francisco Andrés Escobar, que había estado muy cerca de Ellacuría. Me hablaba de él como quien habla de un padre al que admira mucho.

¿Qué es lo que más le llamó la atención de sus historias?

-Una tarde, estando en el Museo de los Mártires me di cuenta de lo verdaderamente humildes que eran las pertenencias de esos hombres. Esto puede parecer banal, pero en realidad no lo es, porque estamos hablando de gente sumamente eminente. Ellacuría, Segundo Montes, Martín Baró... Eran personas de una altura intelectual muy importante, podían estar en cualquier universidad del mundo y, sin embargo, habían decidido quedarse en El Salvador, un país del tercer mundo que, además, sufría una guerra. Aquello me impresionó porque me di cuenta de que lo suyo fue un sacrificio real. Eso me tocó mucho.

¿Cómo fue el proceso de documentación de la novela?

-Siempre suelo decir que mucho antes de enterarme de que estaba escribiendo una novela, había comenzado una investigación. Me daba mucha curiosidad todo lo que había sucedido. Mi investigación tuvo dos ámbitos. Uno, el bibliográfico, se había escrito mucho de lo que había sucedido, libros, artículos, informes de la Comisión de la Verdad...

Y luego estaban las entrevistas.

-Esa fuente me enriqueció mucho más. Hice varias clases de entrevistas. Por un lado, las de las personas que les conocieron y convivieron con ellos, como el padre Tojeira o Jon Sobrino. Tojeira era el Provincial jesuita para Latinoamérica en ese momento y aquello le generó una transformación muy grande. Además, hice entrevistas que pueden parecer cotidianas, menos importantes, como la de un hombre que me contó cómo veía el fútbol con Ellacuría, o de gente que me contaba la cantidad de horas que trabajaba Nacho Martín Baró, o la que me decía cómo era Segundo Montes... Son detalles, algunos los usé, otros no, que me sirvieron para crear una visión conjunta de esas personas.

También habló con la guerrilla y el ejército.

-Sí, hablé con gente de la inteligencia de la guerrilla, que me contó algunas cosas; otra gente que estuvo en el ejército me contaba otras... Fueron muchas entrevistas durante mucho tiempo, el proceso fue largo, pero también muy interesante.

¿Cuáles fueron los testimonios que más le impresionaron?

-El de Jon Sobrino me impresionó mucho. Él formaba parte del grupo de jesuitas asesinados, vivía con ellos, pero estaba en Tailandia cuando sucedió. Me impactó el sentimiento que tiene dentro de no sentirse digno del martirio y de haberse quedado solo porque le mataron a la familia. Tampoco me dejaron indiferente las entrevistas con Tojeira.

Sorprende mucho la entrevista con Alfredo Cristiani, que era el presidente del gobierno en el momento del crimen, y que reconoció durante la entrevista quiénes fueron los ideólogos y los autores materiales de los asesinatos. ¿A qué cree que se debió esa confesión después de años tapando el asunto?

-Cuando él acepta la participación de la cúpula del ejército deshace una mentira de 25 años y le da voz a una sombra, a la sombra que había sido él durante todo ese tiempo. ¿Por qué lo hizo? No se lo pregunté porque no me interesaba saberlo, pero lo cierto es que lo hizo e incluso reveló algunos nombres que no estaban sobre la mesa. Tendrá sus razones.

¿La culpa, quizá?

-No lo sé, todo es especulación. Quizá por culpa o quizá sentía la necesidad de borrar la imagen que se tenía de él ante su hija y ante su esposa.

¿Por qué decidió dar forma de novela a todo este material?

-Primero, porque eso ya se había hecho y porque no había ninguna novela sobre el tema; segundo, porque yo soy novelista, no periodista, y me pareció que para lo que quería contar era mucho mejor la novela que otra cosa. Además, aunque por supuesto cuento los asesinatos, de lo que yo quería hablar en el libro era de quiénes eran esas personas, de dónde habían llegado, por qué decidieron quedarse y por qué los asesinaron. No quería centrarme en las muertes y el juicio, sino en la historia humana, que la gente que comprendiera lo terrible que fueron sus asesinatos a través de saber quiénes eran estas personas.

También intercala un relato de ficción de personas que en ese momento estaban viviendo la ofensiva bélica.

-Necesitaba crear un contexto. Si has vivido en El Salvador y tienes una edad, seguramente conocerás lo que pasaba en aquel tiempo, pero si no, no. De todos modos, si bien esas partes tienen algo de ficción, todas se basan en hechos reales.

Algunas de las grabaciones que realizó forman parte de la causa abierta en la Audiencia Nacional por los asesinatos.

-Sí, el juez Velasco me llamó, fui a la Audiencia, entregué las grabaciones y presté declaración. Yo pedí que mi participación no se hiciera pública. Solo soy un escritor y no tenía ninguna intención de hacer un libro ni político ni religioso, solo quería contar una historia; si el juez consideró que las grabaciones eran interesantes para la causa, yo no iba a negarme, pero que se hiciera público fue muy complicado para mí. Estamos hablando de un crimen de lesa humanidad.

Tanto es así, que a causa de las amenazas que recibió a raíz de la publicación del libro y de su participación en la causa tuvo que exiliarse e instalarse en España, ¿cuál es su situación actual?

-He pedido una solicitud para que me dejen quedarme en territorio español el tiempo que sea necesario y me la han concedido. Tengo una tarjeta que renuevo cada seis meses.

Salir y de dejar atrás familia y amigos ha tenido que ser duro.

-Fue horrible. No quería marcharme. Me gusta mucho España, también Estados Unidos, Inglaterra... pero nunca había pensado vivir en otro lugar que no fuera El Salvador. Ahora mismo estoy mejor, pero los primeros meses fueron muy duros; salir obligado por las circunstancias no es agradable, como tampoco era agradable leer mucho comentarios que decían que era un traidor por escribir una historia de salvadoreños a los que España quiere juzgar. Ahí se produjo un nacionalismo absurdo de parte de algún grupo imagino que cercano a los militares. Se dijeron tantas cosas y hubo tantas amenazas...

¿Cuándo se da cuenta de que tiene que salir de allí con urgencia?

-Comenzaron a surgir muchas amenazas cuando el libro ni siquiera había llegado aún a El Salvador. Así que pensé en qué pasaría cuando llegara y se leyeran los nombres propios de cada participante en los asesinatos. La violencia que se produjo en esos momentos no tenía ningún sentido, y estoy completamente seguro de que muchas de las personas que entonces me escribieron amenazas no habían leído el libro. Tanto odio, tanta malignidad y tantos malos deseos... Fue muy duro de admitir. Nunca piensas que algo así pueda pasar por un libro en el que, además, no vierto ninguna opinión, solo dejo que los personajes hablen. Me pareció y me sigue pareciendo totalmente injusto lo que pasó.

¿En algún momento pensó en autocensurarse a la hora de poner nombres y apellidos reales?

-Más de una persona me sugirió que no me metiera en ese lío, pero yo pensé que habiendo pasado ya 25 años no podía ser para tanto, aunque pronto descubrí que eso no importaba, en parte porque hay un juicio abierto y un pedido de extradición por parte de España. Y, por otro lado, sentía que el libro tenía que ser cómo era para que valiera la pena, diciendo los nombres. Tenía que ser un libro auténtico, imparcial, que contara la historia tal y como había sido.