PAMPLONA. No querían que el pequeño Gabriel cayese jamás en el olvido. El muralista Mikel Herrero, responsable del taller donostiarra InnovArt 19, viajó con su pareja, la diseñadora gráfica navarra Olaia Chocarro, hasta Níjar (Almería) para poder hacer un pequeño homenaje al niño asesinado.

Herrero, que desde el domingo se encuentra en Donostia después de haber conducido durante 17 horas de vuelta, explicó ayer a este medio que la idea de viajar a Níjar surgió de forma espontánea el sábado 17. Aunque llevaba semanas con la idea de hacer una actuación de este tipo, la idea de dejarlo todo e ir hasta el pueblo de Gabriel Cruz no la tomaron hasta ese momento. Herrero y la puentesina Chocarro quisieron de esta manera que “no se olvidase a la persona”.

Cuando llegaron el domingo a Almería, no encontraron ninguna pared que les atrajese para poder pintarla, por lo que decidieron acercarse a la pedanía de Las Hortichuelas, lugar en el que vive la familia de Gabriel. Lo que jamás pensaron es que su intervención artística iba a llegar a hacerse en la propia casa familiar en la que el niño pasaba tanto tiempo.

Tras dormir una noche en la furgoneta, el mismo lunes un vecino les indicó cuál era la casa familiar de los Cruz. Herrero recuerda cómo transitaron “ese camino” que ha aparecido en todos los medios, el trayecto en el que el niño desapareció. El artista reconoce que las dudas les asaltaron, no sabían si acercarse e intentar contactar con la familia o marcharse.

Optaron por la primera opción y en su entrada se encontraron con Ángel Cruz, a quien con frases entrecortadas por la emoción del momento le explicaron quiénes eran y qué era lo que querían hacer. La idea original que le trasmitieron a Ángel Cruz fue la de hacer su intervención en un espacio que el Ayuntamiento de Almería quiere denominar con el nombre de su hijo. Cruz les respondió que debía hablarlo con la madre, Patricia Ramírez. Al día siguiente fue el propio Ángel quien les pidió que pintasen el mural en la propia casa.

Para ello les prestó una serie de fotografías con las que Chocarro preparó una serie de bocetos sobre los que trabajar y que culminaron en el mural -el artista trabajó durante tres días intensos de miércoles a viernes- que incluye dos imágenes de Gabriel, una mientras salta a una piscina y ambas alegre, y con los característicos peces, tan queridos por el pequeño.

Herrero reconoce que jamás había vivido un “cúmulo de sensaciones” como en esta ocasión. “Era una mezcla de alegría y de tristeza”, comentó el donostiarra, para continuar explicando que la familia les ha tratado como dos más, pero que era duro porque inevitablemente al ver el mural “se echaban a llorar”.

Lo que han conseguido Herrero y Chocarro es que la sonrisa de Gabriel haya quedado inmortalizada para siempre entre los que más le querían.