CONCIERTO inaugural del nak

Intérpretes: Grupo Garaikideak, Ainara Martínez, txistu; Uxue Roncal, clarinete; David Johnstone, cello; Bea Monreal, oboe; Sergio Eslava, saxo; Xabier Olazábal, acordeón; Irene Villar, flauta; Javier Navascués, cello; I. F. Galindo, electrónica. Acompañamiento: Coro de la Fundación Atena (Manuel Gil, director). Documentales: Oskar Alegría. Programa: obras de Urtzi Iraizoz, Yolanda Campos, David Cantalejo, Ignacio Fernández Galindo, y Philippe Laval. Lugar: Civican. Fecha: 21 de septiembre de 2018. Público: buena entrada (gratis).

De entre aquellas lecciones magistrales, con invitados de fuera, que se daban en el Conservatorio, me viene a la memoria la del compositor de música para cine -no recuerdo si Prieto o Iglesias- y sus sorprendentes ejemplos de cómo la música es capaz de cambiar el ambiente de una escena: sobre la misma secuencia, un bello paisaje selvático, se iban superponiendo diferentes músicas, y aquello dejaba de ser algo bucólico para convertirse en inquietante, y luego, lírico, y al final, trágico, según lo que sonara. La imagen no cambiaba, pero la música la transformaba totalmente. Y no sólo subrayaba la acción. Los valientes e insobornables -por su tozuda investigación tímbrica- compositores e intérpretes del Festival de Música Contemporánea (NAK) nos proponen este año música para la imagen, que en la primera jornada se concretó en cuatro películas cortas, sin diálogos, más tirando a documental, y cuyas imágenes -en casi todos los casos- quedan potenciadas por la música en directo. Completó el programa dos excelentes solos de txistu, con una música de Urtzi Iraizoz que lleva al limite los matices en fuerte del instrumento, y que trata -sobre todo en Intro- el tamboril como un bajo ostinato más que rítmico. Las primeras imágenes vienen acompañadas de Zalkidantza, una composición de Yolanda Campos muy coherente y muy bien pergeñada en relación con la imagen; resulta esclarecedora y, realmente, pone sonido -me refiero a sonido ambiente, no solo a música- a la película; se acierta no sólo con lo más evidente -relincho, cascos- sino con el delicado sonido de las crines y del viento que las mueve; o con el hiriente zumbido de las moscas. Todo producido con medios austeros: chelo, clarinete, y vocalización del coro, muy bien interpretados. Anemic Time de D. Cantalejo, es una composición con sonido más industrial y complejo. Juega con el paso del tiempo, con su circularidad, y anémica descomposición; y con todo lo que gira. De ahí que la música sea expansiva, como los círculos en el agua, hasta llegar al grito. Los intérpretes se lucen en esos cresccendos. La mar que tiende hacia la noche, de I. F. Galindo, cuenta la salida de un pesquero hacia la faena. El chelo, el txistu, la flauta y la electrónica, nos proponen una música que -a mi juicio- nos encaja muy bien con algunas secuencias, radar, las vocalizaciones del coro como irisaciones en el agua, el tramo más poético de los focos flotando, o la muy bien manejada electrónica como motor del barco-, pero que, en otras, su relación se me escapa; por ejemplo, esos atardeceres cambiantes, que parecen imposibles de complacer, con música a su altura, sin caer en Lo que el Viento se llevó o en la Sinfonía Alpina de Strauss. Cerró la velada La lengua de los dioses, de Philippe Laval, filme y música de innumerables matices tanto visuales como acústicos: se incorpora la soprano Dorota Greskoviak -de voz tan prístina y limpia como las aristas de hielo que se exhiben- y se recurre a un lenguaje musical que juega con muchas posibilidades: sonido entrecortado para las cascadas, inquietante atmósfera de bosques con tupidas nieblas, y un sinfín de matices que otorgan a al imagen su sonido original, que es artificial, o sea producido por los músicos, pero, a la vez, natural, de ahí el juego tan interesante de toda la velada. Al profesional Grupo Garaikideak se unió esta vez el Coro de la Fundación Atena, que sorprendió por su disciplina y por lo bien que captaron el sentido de la música que se les pedía hacer.