pamplona - Una pareja de hermanas, Guada y Trini, ha heredado la casa familiar en la que pasaban sus veranos en el campo. Las dos aman el lugar, pero hay un pequeño problema: a cinco metros de la puerta de entrada pasa una autopista. A pesar de eso, Guada quiere conservarla y ha decidido quedarse, pero Trini está preocupada con la obsesión que le ha entrado a su hermana y quiere sacarla de ahí cueste lo que cueste. Desesperada, contrata a los Hermanos Espectro, que tienen una empresa que se dedica a dar sustos terribles para echar a la gente de los sitios. Por otro lado, Guada, que necesita dinero, ha puesto una de las habitaciones de la casa en Airbnb y llegan los primeros clientes: Martín y Martina. Todos se juntan en la casa el mismo fin de semana. Es La valentía, una comedia de puertas al estilo clásico americano de confundir al espectador para provocarle la risa.

Alfredo Sanzol está considerado uno de los grandes autores del teatro actual, ¿cómo surgió la posibilidad de trabajar juntos?

-Fue él el que se puso en contacto conmigo. No nos conocíamos personalmente hasta que coincidimos hace tres años en unos talleres que él daba en el Festival de Olite. Luego, vino a ver a uno de los montajes en los que yo estaba con la Compañía Nacional, con la que él colabora, y un día me llamó y me comentó que estaba pensando en hacer un texto nuevo y que quería contar conmigo para el montaje.

Él crea mucho a partir del trabajo con los actores, ¿cómo ha sido la experiencia en ese sentido?

-De hecho, lo que hace Alfredo es ver muy bien a la persona que tiene delante y monta los repartos de sus funciones a partir de los actores con los que cuenta. Suele hacer unos talleres previos a la escritura del texto, en los que nos da unas pautas, un tema o unas ideas, nosotros improvisamos, hablamos, nos movemos por el espacio y él nos graba. Por ejemplo, en este caso él solo tenía claro que quería hablar de la valentía, así que empezamos a hablar de nuestros miedos, de dónde nos sentíamos valientes, dónde no... Y él generó el material para el texto a partir de esas sesiones.

Parece que ese proceso hace que los intérpretes se abran y se miren mucho por dentro. ¿Había trabajado así antes?

-Nunca. Es muy gratificante y, más que exigente, lo llamaría valiente, porque este proceso va de mirarse mucho a uno mismo. Y a la vez Alfredo hace algo muy bonito que no tiene nada que ver con lo terapéutico ni nada de eso. A él no le interesan tus problemas, no es nada morboso, pero sí muy honesto. Y, claro, cuando tienes que hablar de ti de manera muy honesta y ponerte un espejo delante y observarte, él sabe que es muy arriesgado y difícil y es muy buen guía, de modo que siempre hay una parte muy lúdica y de humor en el trabajo. Y es muy divertido mirarse a uno mismo desde ahí.

¿Y qué ha aprendido del concepto de valentía durante el proceso de gestación de la obra?

-Uf, es un concepto inmenso. He aprendido que la valentía para mí es poder llegar a ser coherente entre lo que quieres hacer y lo que terminas haciendo; entre lo que te gustaría ser y los actos que llevas a cabo para llegar a serlo. Y como decimos entre los miembros de la compañía, hacemos actos de valentía cada día de nuestras vidas. Parecen tonterías, pero al final del día resulta que son enormes en esa búsqueda de llegar a ser la persona coherente que creo que todos queremos ser. Desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir somos valientes en muchos ratitos cortos de nuestros días. Y ser consciente de ello también es un acto heroico (ríe).

Hábleme de Martina, su personaje.

-Martina tiene algo muy curioso. Alfredo te plantea un nombre, en este caso Martina, escribe el personaje y te lo regala. Y poco a poco me he ido dando cuenta de que tiene mucho más de mí de lo que a priori yo veía y he ido descubriendo que, ufff, me conecta mucho conmigo misma. Hay una parte de mi madre en este personaje. Bastante gente me ha dicho que gesticulo y me muevo como ella. Hago de un fantasma y, precisamente, la obra habla de los fantasmas que aparecen cuando se habla de herencias y de esas cosas, y sin querer han ido saliendo muchas cosas de mi propia familia. Martina es muy rígida y cree que todo lo que dice es verdad, pero a la vez tiene una inocencia muy bonita y a lo largo de la función se va dando cuenta de que igual no tiene tanta razón, se enamora... Al final tiene mucho de niña a pesar de tener 200 años (ríe).

Alfredo Sanzol crea desde lo personal, desde lo íntimo, pero sus historias acaban tocándonos a todos. Parece llamado a ser un clásico.

-Por supuesto; de hecho, creo que ya lo es. Tiene algo muy genuino a la hora de escribir y de relacionarse con el mundo. Ha habido ensayos que para mí han sido clases de filosofía por cómo él entiende el mundo y por cómo te lo desgrana. Eso hace de él una persona muy completa como artista y como creador y como generador de mundos y de elencos. Une a personas en momentos muy especiales de la vida de cada uno. Es muy inteligente y sus textos perduran en la memoria del espectador.

Como actriz, la hemos visto en funciones de teatro clásico y de teatro contemporáneo, ¿hay mucha diferencia entre ambos; al margen del verso, claro?

-Pues fíjate que ahora que he empezado a hacer un texto contemporáneo con Alfredo fuera de la Compañía Nacional de Teatro Clásico va él y me pone corsé (ríe). ¡No dejo de actuar con corsé! En serio, yo creo que ambos tienen muchas cosas en común. Al fin y al cabo, se trata de contar historias con las que nos podamos identificar como seres humanos; historias que nos hablan de las personas, de nuestros errores y de esas piedras con las que siempre tropezamos. En eso los clásicos son expertos, y ya que decimos que Alfredo puede llegar a ser uno de nuestros clásicos habla, él habla de esas cosas, de los fallos que cometemos una y otra vez, de buscar llevar siempre la razón, de las relaciones humanas... La diferencia es la manera en la que los personajes se expresan, pero el teatro es el mismo. Consiste en hacer algo extraordinario, algo que se sale de lo cotidiano encima de un escenario para que unos actores y unos espectadores tengan un encuentro en un día determinado y a una hora concreta que solo pasa ahí, en ese lugar y en ese instante. Ese hecho teatral es igual en el teatro clásico y en el contemporáneo. Cambia que en el clásico rimamos y en este caso no; pero la rigurosidad y la disciplina del texto, del ensayo y del trabajo son las mismas.

En los últimos tiempos también ha hecho televisión, pero la conocemos sobre todo por el teatro. ¿Es el camino que ha elegido al menos de momento?

-Justo ahora estoy rodando como loca de lunes a viernes la serie Amar es para siempre, pero no podría hacerla si no me dejaran compatibilizar este trabajo con la gira de La valentía. No me quiero desvincular del teatro en ningún caso. Para mí el teatro tiene algo que no pasa en otros formatos. En televisión no existe ese proceso de ensayos, que me encanta, esos viajes con la compañía... Me gusta mucho el escenario, ese trabajar en el presente, la repetición de las funciones... Pero no me cierro a nada. La serie también está siendo maravillosa, me lo estoy pasando muy bien, está siendo un aprendizaje nuevo y bonito y si salieran más cosas de televisión, encantada. Es que el camino de la interpretación es infinito y a mí lo que me interesa es hablar del ser humano y de cómo somos y puedo hacerlo en teatro, en televisión o en cine.

Precisamente, cine aun no ha hecho, ¿es un tema pendiente?

-Está pendiente. Hay que ir paso a paso. No es que sea una meta, para mí ir hoy (por el jueves) a Vitoria ya es mi meta. Vivo mucho en el presente, pero claro que me gustaría hacer cine. Sería algo grande y precioso, todo el mundo habla de lo maravilloso que es hacer una película, pero ya te digo que ahora mismo vivo muy contenta, me siento muy afortunada con lo que tengo. El cine está pendiente, ya llegará, y si no, seguiré con el camino por el que voy ahora y hasta dónde me lleve.

Al igual que Sanzol, comenzó en esto del teatro en el Taller del IES Navarro Villoslada y de la mano de Ignacio Aranguren, ¿hay algo de aquella experiencia o que le dijera el maestro del teatro escolar que aun lleve consigo siempre?

-No puedo decir alguna frase concreta porque simplemente el hecho de que me dijera que yo podía hacer Mirandolina en La posadera de Carlo Goldoni ya es suficiente, porque eso marcó que quisiera dedicarme a esto. Me acuerdo que Ignacio me daba mucha libertad, aun siendo tan joven, y aquella experiencia me dio muchísimas tablas porque hicimos más de treinta funciones y los ensayos fueron brutales. Era un montaje profesional y él hablaba en un lenguaje que siento que es el mismo en el que me han hablado los directores con los que he trabajado luego, después de terminar la carrera.

¿Fue un antes y un después en su vida?

-Totalmente. Ignacio y mi padre me dijeron que no tuviera plan B, que si quería hacer esto que fuera a por ello con todo. Me animaron a que me matriculase en la RESAD y a prepararme muy bien las pruebas de acceso. Y ese consejo de tener algo en lo que creer y luchar y trabajar mucho para conseguirlo sin importar el tiempo que cueste lo tengo siempre presente.