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Deslumbrante Cascanueces

el cascanueces

Ballet en dos actos de P.I. Chaikovski. Compañía Nacional de Danza, dirección José Carlos Martínez. Orquesta Sinfónica de Navarra. Director, Manuel Coves. Con Cristina Casa, Alessandro Riga, Ion Aguirretxe, Haruhi Otani y Angel G. Molinero, al frente de un extenso reparto. Coreografía: J.C. Martínez. Escenografía: Mónica Boromello. Vestuario: Iñaki Cobos. Programación: Fundación Baluarte. Lugar: sala principal. Fecha: 26 de octubre de 2018. Público: lleno (42, 28, 18 euros).

C haikovski, como hoy los compositores de música para el cine, recibió órdenes muy precisas de Petipa para su Cascanueces: la casa con el árbol (música suave, 64 compases); el árbol se ilumina (música chispeante, 8 compases); entran los invitados y los niños (música bulliciosa 24 compases); y así sucesivamente. Cada situación con su precioso tema. De ahí su éxito. La producción nueva de la C.N.D. -que hemos tenido el privilegio de estrenar, gracias a la excelente gestión del Baluarte-, ha tenido una buena interpretación balletística, con cimas como el segundo paso a dos, o el canónico vals de las flores; pero si llegó a cotas deslumbrantes, fue por dos hechos añadidos: la Sinfónica de Navarra, dirigida por Manuel Coves; y el vestuario de Iñaki Cobos. Qué acogedora y envolvente es la música en directo, para los bailarines y para los espectadores; y, sobre todo, cómo se eleva la bailarina aupada no sólo por su partenaire, sino por los crescendi que vienen del foso. Un lujo. Y la envoltura, en su época, del vestuario: modernista en el salón; de elegancia evanescente y vienesa en el vals de las flores; y un tutú muy luminoso, el del hada Azúcar, porque es muy importante que sus evoluciones se vean desde la distancia.

Después de la excelente obertura, entramos -algo tardíamente- en el baile; me puso un poco nervioso que se constriñera el espacio, teniendo un gran escenario: junto al acierto de los números de magia y del guiño a la muñeca de los Cuentos de Hoffman -el Cascanueces también se basa en Hoffman-, no lucieron bien, sin embargo, los vestidos de discreta cola, que necesitaban más respiración. Por otra parte, aunque Martínez se atiene a la tradición, yo creo que, cada vez más, la coreografía va ganando espacio a la pantomima; o sea, que se baile desde el primer tema del clarinete. Aquí hicieron bien su parte los niños; pero la mazurca, el vals picado, la solemnidad presidencial, quedó pobre. El pasaje de las ratas estuvo muy bien solucionado; estas se contornean, elevan a la bailarina, y contraponen su desorden a la perfecta simetría de los soldaditos. Alessandro Riga y Cristina Casa -Clara-, ejecutan un correcto paso a dos de bravura: la bailarina encarna muy bien su personaje, nunca pierde la inocencia, es luminosa y sonriente, y en sus puntas y evoluciones no hay retórica ni excesiva impostación. Aquí la coreografía, quizás, no quiere ser demasiado recargada, resultando, solo aparentemente, simple. La ensoñación del ballet blanco es magnífica, ambientada en la nieve. En el reino de las golosinas manda el baile técnicamente rotundo e impecable de Haruhi Otani, con dominio de los plantes en una punta, y seguridad en todos los recorridos. Muy bien, también, García Molinero en sus saltos y giros, y en el entendimiento con la bailarina; firmaron un paso a dos y unas variaciones individuales muy aplaudidas. Las danzas, tan conocidas, lucieron coreografías muy en la tradición, siempre bien recibidas, aunque hay que ajustar algún corte final. Y el vals de las flores, francamente deslumbrante, en ruedas y simetrías hermosas, pero nada agobiantes. La orquesta se lució en los solos -clarinete, trompeta, celesta?- en las preparaciones de los temas -arpas-, en los tramos recogidos y en los finales de los reguladores. Un éxito apoteósico que el público -mucha gente joven- rubricó con bravos.

Iñaki Cobos Nunca olvidaré aquella elegantísima diagonal de Iñaki como el duque Albrecht, hacia la tumba de Giselle, en la función de la escuela de Almudena Lobón (DIARIO DE NOTICIAS 24-6-2009). Y aquella capa que él mismo se confeccionó. Luego vino el ballet de Valencia. La lesión. Y la inteligencia, madurez y capacidad de trabajo para abordar esta espléndida etapa. Siempre con una elegancia innata que perdurará aunque le manden vestir a Giselle con vaqueros -que todo se andará-. Iñaki, quizás a contracorriente, es un orgullo para los que creemos que hay que continuar la tradición de la patria de Balenciaga.