pamplona - Remedios Zafra (Zuheros, Córdoba, 1973) abordó, asimismo, en su visita a Pamplona la precariedad en la que subsisten los profesionales de empleos creativos, a los que recomienda ser más exigentes con sus derechos y no dejarse abducir por el tengo suerte de trabajar en lo que me gusta que tanto conviene al sistema de producción neoliberal.

Se diría que en los dos últimos años el movimiento feminista ha experimentado un fuerte resurgimiento sobre todo gracias a las redes sociales, que han hecho un gran servicio a fenómenos como el #MeToo o a la pasada huelga de mujeres del 8-M. ¿El mundo digital, en ese sentido, ha sido un gran aliado?

-Sí. Yo comencé a acercarme al ciberfeminismo en los años 90 y, en aquel momento, se especulaba con que uno de los grandes avances que proporcionaba internet al feminismo era la apariencia. Se planteaba que la posibilidad de acceder al otro a través de los ordenadores nos permitiría crear un mundo más allá de los estereotipos, desmontando aquellos que nos condicionaban desde el punto de vista del género y de otras identidades. Sin embargo, pasadas casi tres décadas, en los últimos años pienso que esa revolución para el feminismo en internet no era tanto la de la apariencia, sino la de la alianza. La alianza entre iguales. La posibilidad de construir vínculos entre iguales, una fraternidad no educada. Porque, durante mucho tiempo, la sociedad occidental ha educado a las mujeres en la rivalidad, en no empatizar con aquello que nos unía cuando cerrábamos las puertas de casa.

¿Y las redes sociales han transformado esa concepción?

-Yo soy muy crítica con las redes sociales por otras cuestiones, pero es cierto que han permitido que con la esfera pública y la esfera privada, antes perfectamente separadas, se haya creado una gran esfera público privada en la que cuestiones que tenían que ver con nuestra vida íntima salen a la luz. Me parece algo muy singular de esta época que todo aquello que estaba escondido y no se compartía de pronto se ha compartido. El #MeToo o el #Cuéntalo tienen como base que algo que nos ha pasado prácticamente a todas las mujeres, que es el acoso, la violencia real o simbólica, y a lo que dábamos una importancia puntual resulta que tiene mucha importancia. No hay que olvidar que el gran efecto del poder patriarcal es normalizar algo que es terrorífico y, ahora, al compartir las experiencias nos ha identificado como un NOSOTRAS que ha adquirido unas dimensiones que tienen que ser muy tenidas en cuenta como un punto de inflexión.

Nos hemos sentido menos solas, nos hemos visto como una, ¿cómo seguir utilizando las posibilidades de las redes y de internet de manera inteligente?

-El feminismo es uno de los pocos colectivos que está sabiendo sacar partido de internet. Lo que nos mueve es un vínculo auténtico de fraternidad; no es un vínculo interesado que tiene como objetivo tener más likes o conseguir compras. Lo que nos moviliza es lograr igualdad y mejorar el mundo y eso es muy difícil de pervertir. Pero es cierto que es muy difícil manejarse en las redes hoy en día. Hay dos categorías en ese mundo que tienen que ver con la velocidad y con el exceso. El hecho de estar en internet nos convierte a todos en productores, genera un mundo excesivo en voces y precisamente ese exceso puede convertirse en una forma de ceguera, de censura.

¿A qué se refiere?

-Ese exceso, unido a la celeridad, de forma que lo que publicamos hoy puede que mañana ya no tenga vigencia, contribuye a fomentar un tipo de vivencia poco reflexiva, muy dada a la inercia, a delegar en la mayoría y en la máquina. Y suele pasar que quienes conforman una red social son muy parecidos. Bajo un espejismo de diversidad existe una gran homogeneidad. Esa posibilidad de eliminar a aquellos que no piensan como nosotros termina rodeándonos de personas que nos halagan, refuerzan lo que ya pensábamos, de manera que es muy fácil llegar a distorsionar la realidad.

En frente también está el entorno tremendamente hostil que se genera a veces en estos contextos.

-Así es. Uno de los nuevos peligros de internet para la igualdad y para el feminismo es el linchamiento por parte de quienes se salvaguardan en el anonimato y en la masa. Y por parte de quienes, en lugar de entender estos cambios de los últimos años como una oportunidad para reflexionar sobre qué es la igualdad y para abandonar esas ideas equivocadas y trasnochadas de creer que el feminismo busca la supremacía de la mujer sobre el hombre, opinan que es una moda políticamente correcta que ya pasará. Aunque también hay quien va más allá y, en el momento en que se encuentran con iguales, caso de Foro Coches, de otros grupos o incluso de movimientos políticos que se hacen fuertes con esa ideología antifeminista, se valen de esa celeridad de las redes para la simplificación. Los grandes problemas del feminismo en internet tienen que ver con esas formas precarias que favorecen la simplificación, no pensar, no abordar un reto intelectual... Es que no hay pensamiento sin tiempo para pensar. En los enfrentamientos rápidos en las redes se tienden a favorecer el estereotipo y el prejuicio, es decir, los enfoques más conservadores. Y como el feminismo quiere oportunidades para pensar el mundo de otra manera, siempre necesitará espacios en blanco, tiempos para extrañarnos ante algo, para hacernos preguntas y ponernos en el lugar del otro. Porque la igualdad requiere empatía y solidaridad como primer gesto para cambiar las cosas.

En definitiva, que el ciberfeminismo debe tomarse tiempo para fijar conceptos.

-Cualquier movimiento político, y el feminismo lo es, debe enfrentarse a las ideas preconcebidas que tienden a repetir el mundo. Nosotras queremos transformarlo, por eso no tenemos miedo a la imaginación. El ciberfeminismo surgió en los 90 y se nutrió mucho de la práctica artística. Muchas artistas ayudaron a imaginar cómo podía llegar a ser ese futuro irreversiblemente conectado y a poner sobre la mesa lo que en la vida cotidiana no solemos poner, que es la fantasía. Siempre que hablamos de igualdad y de política hablamos de realidad y de pasado, pero si queremos transformar, tenemos que ser capaces de proyectar futuros posibles. Hay artistas que trabajan con la ciencia ficción que han sido muy inspiradoras para el feminismo.

Usted habla también de las redes como generadoras de poder horizontal, que es una reivindicación histórica del ciberfeminismo. ¿En qué punto estamos en ese sentido?

-El ciberfeminismo partía de establecer una analogía entre la red como una estructura horizontal que se oponía a esas viejas estructuras donde unos hablaban y otros escuchaban, y la feminización. Se trataba de que la feminización fuera un poder horizontal, de todas las personas. Claro, esto fue una idea más simbólica que otra cosa; sin embargo, una de las muestras de esa revolución es que voces que antes estaban apagadas han sido capaces de crear una estructura y una alianza global, y eso no es poca cosa. Pero también es verdad es que se han construido otras estructuras de poder, como es la de la industria tecnológica sobre la que se sustenta internet, que está profundamente masculinizada. Si pensamos en Youtube, Apple, Facebook, Amazon... todos son hombres y, además, jóvenes.

En su ensayo El entusiasmo aborda la situación de las profesiones culturales y creativas, y se refiere a esa trampa que es a veces dedicarse a lo que a una le gusta, porque siempre hay alguien que se aprovechará de eso.

-En el ensayo abordo esta cuestión porque, lejos de lo que la gente piensa, el mundo cultural, el mundo académico y el mundo que se sostiene en trabajos creativos que tienen como característica que se desarrollan por parte de personas que se han formado mucho normalmente genera empleos muy precarizados. Y una de las razones es porque el sistema está instrumentalizando esa vocación, ese entusiasmo, para alimentar la maquinaria productiva, proponiendo pagar menos a cambio de más porque de alguna manera ya estás pagado realizando ese trabajo. De ahí esas frases del estilo ¡qué afortunado, si te dedicas a lo que te gusta! Y hay una docilidad en el campo cultual y creativo que, por un lado, apaga los vínculos entre iguales, ya que es un contexto muy competitivo en el que hay muchas personas muy formadas y muy pocos trabajos. Cada vez hay más becas, prácticas, colaboraciones a las que concurren personas muy cualificadas con mucho entusiasmo dispuestas a hacer más por lo mismo o quizá por menos.

El sistema, encantado.

-Claro, esto es ideal para un sistema que busca cada vez más beneficio con menos gasto; pero es terrorífico para los trabajadores, para personas que pertenecen a generaciones que muchas veces son las primeras de su familia que quieren trabajar en lo que les gusta. Hay mucha ilusión ahí y eso les hace vulnerables de cara a un sistema dispuesto a explotarles y a favorecer la autoexplotación, porque es tal la dinámica, que es difícil diferenciar el trabajo de la vida que no es trabajo. Estamos todos en red constantemente. Muchas veces me pregunto qué tiempos de descanso tenemos si siempre estamos conectados.

Tendríamos que aprender a desconectarnos.

-Claro. Frente a esa autoexplotación, depende de nosotros tomar conciencia, generar momentos de desconexión y conocer esa instrumentalización del sistema para no entrar en ese juego y buscar otras fórmulas, que a lo mejor tienen que ver con las alianzas, igual que el feminismo, con nuevas formas de sindicalismo.

¿Somos los profesionales creativos poco exigentes a la hora de reivindicar nuestros derechos laborales?

-Hoy el trabajo creativo se caracteriza mayoritariamente por estar frente a una pantalla. Es una biopolítica de la soledad: hay una persona sola que sabe que hay muchas otras personas conectadas, pero está solo. Además, a los que antes eran nuestros amigos ahora los vemos como competidores porque, como nuestra situación es precaria, estamos continuamente presentándonos a concursos para mejorar nuestra situación y quienes se presentan con nosotros son nuestros compañeros. Romper los vínculos entre iguales es algo que garantiza una falta de cohesión para ese posible sindicalismo o para generar una nueva colectividad política que reclame los derechos de los trabajadores creativos. Porque ya queda lejos esa idea trasnochada del artista individualista que debe sufrir para crear. No deberíamos alimentar a un sistema que se apoya en esa precariedad y que trata de neutralizar a quienes deberían constituir la masa crítica más potente de la sociedad. Por ejemplo, los contratos que se han hecho en los últimos diez años en la universidad son aterradores. Estas son formas de apagamiento del sujeto, que está tan ocupado en encadenar sus trabajos, sus burocracias, que no le queda tiempo para pensar y tomar conciencia. Porque cuando hay una toma de conciencia, el sistema pita, se alerta.

Esa precarización y ahogamiento de las profesiones creativas ha generado, por un lado, una gran fuga de talento a otros países y, por otro, el abandono de esos empleos por otros sectores considerados más seguros y estables. En cualquier caso, grandes pérdidas de las que seguramente no somos conscientes.

-En el ámbito científico se ha visto claramente que los profesionales se han ido del país a otros lugares donde las cosas se gestionan de otra manera y donde saben que los proyectos de ciencia, de creación y de cultura son los que transforman una sociedad. Es que invertir en educación y que luego esa inversión se pierda porque las personas abandonan el país es algo cruel y triste. Es un fracaso colectivo. Y cuando no se van y sucumben y acaban cediendo a la presión es otro fracaso porque esto les lleva a una precariedad vivible, a ir tirando de trabajo en trabajo sin movilizarse. Y esa es la estabilidad que hace que las cosas sigan igual. Cuando se pierde ese carácter vivible, cuando hay personas que sienten que esa situación es inadmisible porque les aboca a la pobreza, la movilización se convierte en otra cosa. La docilidad es el alimento de una sociedad conservadora y con miedo.