pamplona - Escritor maldito. Sí, aunque la afirmación resulte increíble vistas, por ejemplo, las ventas de sus libros. Juan Gómez-Jurado afirma que la inteligencia, “como todos los superpoderes, es una maldición”. Y él, lo quiera o no, es inteligente, muy inteligente. Un Sheldon Cooper de la literatura solo que mucho más divertido, social y empático.

Dios creo el mundo en siete días, a usted le han bastado cinco para desarrollar todo el universo de Reina roja, ¿se siente todopoderoso?

-En cinco días transcurre, pero yo no soy dios, ojalá, porque me ha llevado bastante más tiempo... Casi 1.500 días para llegar a conseguir todo el universo donde se mueven Antonia y Jon; son tres años de trabajo solo para esta novela.

Ha apuntado: “Yo no soy dios, ojalá”. ¿Le gustaría ser dios?

-¡Claro!, no te jode. No me gustaría ser una entidad sobrenatural que vigilase y nos protegiese a todos desde las alturas, pero sí es verdad que cuando un autor se enfrenta a un universo, tiene unas capacidades sobre sus personajes que luego acaban limitadas por esos mismos personajes, porque cuando te esfuerzas tanto en darles vida propia luego ellos insisten en hacer lo que les da la gana. Y eso es interesante porque, al final, empiezan a hablar solos, a comportarse solos... No es algo que sea fácil de explicar, pero sí que tienen sus propias ideas y, a veces, tienes que reaccionar a lo que te están contando ellos desde la página.

Cuando uno lee las reseñas y las críticas de los libros de novela negra, casi siempre se encuentra con el verbo atrapar dirigiendo su acción hacia el lector. Algo que también le ha sucedido con Reina roja. Lo que lleva a preguntarse, ¿le gusta a Juan Gómez-Jurado tener atrapadas a más de 150.000 personas (solo con este libro)?

-Sí (risas), mucho. (silencio) Hay una magia especial que tiene que ver con las historias que son capaces de enganchar, y es el hecho de plantear una propuesta de la que tú no vayas a ser capaz de escapar cuando empiezas a leerla. Conseguir eso es el sueño de cualquier escritor de una novela de misterio; que tú abras el libro y una vez que empieces a leer no te quede más remedio que ir hacia delante, que no puedas dejar de leerlo. Y lo que más me gusta es cuando eso tiene consecuencias en la vida real, y me explico. Me encanta que la gente me escriba por Twitter o por mail y me digan que se han pasado de parada de bus, o de metro o que han perdido un avión; esto último me ha pasado ya dos veces con este libro (esboza una sonrisa pícara). Yo entonces es cuando me froto las manos. Es muy gracioso también cuando ves fotos de la cara de los lectores diciendo: “Mira qué ojeras llevo al trabajo hoy por tu culpa”. Y no siento ni un ápice de remordimiento, todo lo contrario, cada ojera en la cara de un lector por las mañanas es una medalla.

¿La inteligencia es un don o una condena?

- (contesta sin apenas dejar acabar la pregunta) Maldición, todo superpoder es una maldición. Y la inteligencia es el mayor superpoder que existe. Lo peor que puedes tener para dejar de ser feliz es la lucidez.

Siguiendo con este hilo, ¿vivimos en una sociedad en la que todavía algunas mujeres tienen que esconder su inteligencia?

-Sí. Pero eso no lo digo yo, me lo dicen a mí. Muchas de las mujeres que leen el libro se sienten identificadas con Antonia Scott porque les sucede como a ella, que han tenido que ocultar en muchas ocasiones quiénes son por convención social o porque la sociedad está construida de una determinada forma. Eso no quiere decir que pase constantemente, pero es muy raro que a alguna mujer no le haya ocurrido en algún momento.

Ha mencionado las redes sociales. A un escritor acostumbrado a desarrollar una trama en 600 páginas, ¿qué le da Twitter, un espacio donde no cabe la reflexión y donde tiene una actividad incesante?

-Uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos en el siglo XXI es esa ausencia de reflexión a la reacción inmediata y visceral ante todas las cosas que suceden a nuestro alrededor. Sin reflexión no puede haber construcción personal, porque si solo tiras de la inmediatez te vuelves progresivamente más animal o te limitas a repetir lo que los demás están diciendo. Y precisamente por eso Twitter es un cementerio de la reflexión porque todo es reacción, cada vez todo se vuelve más políticamente correcto y cualquier opinión discordante, equivocada o no, tenga un poso de razón o de verdad detrás o no, se va a ver polarizada inmediatamente, ahogada, destruida... Si hay mil personas que están diciendo una estupidez que suena a la opinión de la masa y hay alguien que levanta la mano y dice: “¡Esperad un momento!”. Ese va a ser inmediatamente cazado y sacrificado en el altar de la tribu.

Policía, vasco, harrijasotzaile y homosexual. Este es Jon Gutiérrez, el protagonista masculino de su novela, aunque casi parece más un personaje de Vaya semanita.

-Acabo de imaginarme a Andoni Agirregomezkorta haciendo de Jon Gutiérrez... Jon es especial. Tiene que ser lo opuesto a Antonia. Cuando tú planteas una pareja de investigadores como ellos dos, que además no se conocen antes de comenzar la novela, necesitan complementarse, y deben ser opuestos. Volviendo a lo que hablábamos antes, qué aburrido es si todo el mundo es como tú, si todo el mundo piensa como tú... cómo puedes construir algo, cómo puedes levantar un árbol que está tumbado en el suelo si todos estamos tirando en la misma dirección, así lo único que haces es arrastrarlo. De la misma forma, Antonia y Jon necesitan estar tirando en direcciones opuestas y complementarse, como el yin y el yang. Jon es policía porque es policía y homosexual porque le gustan los penes. Y con esa identidad de Jon, opuesta a la de Antonia, en esa relación, es donde se crea el conflicto y donde todo resulta más interesante.

“Ojalá se le caigan las manos para que no escriba más”. Esta es una cita sobre usted en Kirkus Reviews, una de las referencias de la crítica literaria en Estados Unidos. Las manos no sé, pero a mí alguna otra cosa ya se me caería al suelo ante semejante zasca.

-No, qué va.

¿En serio que estos piropazos no le afectan intensamente?

-Y entonces, ¿también me creo la del USA Today en la que decían que marcaba un nuevo estándar de oro para los thriller? Escribir es un acto de soberbia que tiene que estar ejecutado desde la humildad. Es muy complicado, como casi todo en la vida. Si no tienes el suficiente ego como para saber que tienes que contar una historia o creer que la historia que vas a contar merece la pena, nunca vas a ser capaz de encontrar dentro de ti las energías suficientes para hacerlo. Pero si no tienes la humildad suficiente como para darte cuenta de que la historia es mucho más importante que tú, tampoco. Y volvemos a la atracción de los opuestos. Al final, no puedes creerte nada de lo que los demás opinen sobre lo que tú estás haciendo. Lo único que te queda es hacerlo lo mejor que puedas, servir la historia de la mejor manera posible y quedarte con una única cosa: que la gente se pase la parada de metro y de autobús. Yo siempre he intentado, cuando escribo, buscar una cuadratura del círculo que es bastante compleja. Porque no me vale solo con escribir una historia interesante o divertida; además creo que tiene que estar bien escrita, lo suficientemente bien escrita como para que no se note. Es muy sencillo identificar una escritura de alta literatura porque el lenguaje es más complejo, es necesario darle la vuelta a las palabras, entender qué significados ocultos hay en una frase... Lo realmente complicado es insertar eso dentro de un vehículo que está pensado para entretenimiento. Y eso es lo que yo llevo persiguiendo casi desde que empecé hace 13 años. Y no es un intento que salga a la primera, a mí me ha hecho falta escribir siete novelas para llegar a ser capaz de escribir esta.

Volviendo la mirada a sus libros Espía de Dios (2006) y Contrato con Dios (2007), ¿qué nos sucede que nos atrae tanto lo relacionado con la Iglesia, con el Vaticano, a pesar de su dura impronta en l a historia?

-Cuando empecé, en 2004 tuve la idea de la primera novela y hay que tener en cuenta que Espía de Dios es una novela de juventud, era prácticamente un niño recién salido de la carrera al que le apasionaba el peso que tenía sobre nuestra vidas todo lo que tenía que ver con la religión, que era distinto al de ahora. La religión ha construido nuestra cultura en el mundo occidental. Además, era la época del Código Da Vinci... Y lo que yo vi, en ese momento, y que luego se han convertido en una constante en prácticamente todo lo que he hecho, era que tú podías coger un envoltorio y decir: aquí dentro, en lo que parece que es un plátano, te voy a meter una papaya. El envoltorio de algo no necesariamente indica que el resultado vaya a ser ese algo. Cuando yo escribí Espía de Dios, parecía que estaba escribiendo una novela sobre intriga histórica, cuando en realidad había insertado dentro de esa novela algo muy distinto, un thriller psicológico. Lo que intenté es comprender cómo se pueden llegar a hacer las mayores barbaridades con el propósito equivocado.

Intente convertir mentalmente su Reina roja en una fábula. ¿Cuál sería la moraleja?

-Ninguna. Y eso es muy divertido. He pensado mucho sobre las moralejas de las historias. Cuando veo Los Simpson, una serie que me apasiona, sobre todo en las primeras ocho temporadas, que son las buenas, ya que a partir de la novena todo se va a la mierda, me doy cuenta de que estoy increíblemente interesado con los planteamientos de los 20 primeros minutos, y es en el último minuto cuando quiero matar a los guionistas... porque tienen la necesidad imperiosa de volver a recolocar todas las piezas en el sitio del que han partido, y por tanto, al final lo tienen que arreglar todo con una moralina. Y eso no tiene por qué ser así. El universo y sus normas así lo indican. Ahí está la segunda ley de la termodinámica: en un entorno cerrado todo tiende a la entropía. Y la física te lleva en esa dirección. Por eso de la vida no salimos ninguno vivo. Y por eso nadie puede salir indemne, sin dejarse pelos en la gatera, en una historia. Por tanto, no creo que haya moraleja posible en Reina roja, solo existe la posibilidad de reflexionar y contemplar lo que les pasa a los personajes, y las conclusiones a las que llegan, que yo tengo muy claras y no te voy a decir. Y después apuntar: ¡menudo viaje hemos pasado juntos! Creo que un escritor que intenta insertar una moraleja en su historia, se equivoca.